“Golpe de suerte en París”, la película que Woody Allen estrenó hace dos años, tiene varios de sus toques acostumbrados. También ofrece alguna originalidad: es la primera que filmó íntegramente en francés, con actores franceses y rodada en Francia.
Pero otra de sus perlas es que suena Cantaloupe Island, un tema que Herbie Hancock grabó hace más de seis décadas y que fue uno de los primeros hits de esa leyenda del jazz contemporáneo. Allen dijo que con esa película quiso homenajear a directores franceses como Truffaut, Chabrol o Mallé y que en algún momento –como solía hacerlo en producciones anteriores- iba a recurrir al jazz de los años 30 o 40 para la banda sonora.
Al final optó por un ritmo más cercano como el de Hancock. La grabación original de Cantaloupe se remonta a 1964, cuando Hancock integraba el famoso quinteto de Miles Davis. En aquella grabación, Hancock al piano, fue acompañado por otros prodigios como Ron Carter en bajo, Freddie Hubbard en trompeta y Tony Williams en batería. El tema fue remixado en los 90 por el grupo de jazz rap US3 como Cantaloop (Flip Fantasia), se convirtió en un suceso mundial y entre nosotros era la cortina de uno de los programas de Gasalla.
Con esa canción, Hancock había producido el primer “disco de oro” para el sello Blue Note. Y dos años más tarde, Hancock compuso la música para Blow Up, la película de culto de Antonioni: a partir de allí su aporte musical al cine resulta abrumador.
Entre sus hitos se cuenta el Oscar que recibió a la mejor banda sonora por “Cerca de la medianoche” (1986), la película de Bertrand Tavernier sobre la vida de un saxofonista refugiado en París. Gordon Dexter es el protagonista central, aunque el mismo Hancock actúa en la película (y hasta Martin Scorsese tiene un papel). Para ese mismo Oscar, estaba nominado Enio Morricone por su «La misión”.
Plenamente activo
Con 85 años recién cumplidos, Hancock tiene programadas giras intensas, conferencias y clases por el mundo. Pianista, tecladista y compositor está considerado uno de los mayores referentes del jazz y uno los músicos que abordó la fusión con todos los estilos. Desde su Watermelon man (1962), su primer éxito, hasta álbums como Maiden Voyage” son clásicos del género, mientras que su aproximación a los otros géneros fue incesante.
Por ejemplo, Imagen Project de la década pasada incluía temas de John Lennon y Bob Dylan, mientras que también había colaborado con Sting, Joss Stone, Paul Simon, Christina Aguilera y muchas figuras más. Ganador de 14 premios Grammy, distinguido por sus posturas pacifistas, también adhirió desde joven al budismo.
Su paso por Buenos Aires
Hancock tocó varias veces en nuestra capital. La primera, en 1992 en el Estadio Obras. Ocho años más tarde, en dúo con el saxofonista Wayner Shorter, ofrecieron tres conciertos en el Coliseo: hubo cierto desencanto de la crítica y de parte del público. Mejor lo fue con otra formación en 2013 en el Gran Rex.
Y finalmente, el concierto en el Luna Park del 2018, con músicos más jóvenes, se vio complicado por el sonido. Allí Sandra de la Fuente comentó en Clarín que “se pareció más a una larga jam session de individualidades virtuosas que a un concierto pensado para un auditorio grande. Los músicos sorprendieron más por su técnica que por su musicalidad”.
Entrevistado en nuestro diario, Hancock expresó que aún seguía activo con el mismo entusiasmo, después de seis décadas. Y que “no hay un maestro mejor de música que la vida misma, porque nos muestra de qué estamos hechos. Los desafíos que nos impone son los que más nos ayudan a desarrollarnos. Nos forjan el coraje, nos plantea las preguntas acerca de las cuales tenemos que pensar y nos permite cambiar para mejorar. En algunas ocasiones insistimos durante mucho tiempo en algo, y es la propia vida la que nos demuestra que no estábamos transitando el mejor camino y nos hace encontrar el mejor modo de hacerlo. Eso es lo que se llama crecimiento. Así crecemos”.
También resaltaba el valor del jazz como “un espacio de diálogo. En eso se basa. En convocar a construir algo juntos, en convocar a todos para que se expresen y en no juzgar al otro. Es un gran modelo para la actitud que deberíamos tener ante la vida”.
Bajo la óptica de Murakami
“Retratos de jazz”, el reciente libro de Murakami, nos ofrece el perfil de los genios que iluminaron el jazz (y tanto influyeron en su propia vida y obra). Murakami siempre evoca sus tiempos de juventud, cuando regenteaba su propio bar de jazz, una música que asoma en casi todas sus novelas. “Desde que el jazz me sedujo y entró en mi vida no ha dejado de ser una parte sustancial de ella”, recuerda.
Era cuestión de tiempo –luego de abordar el running, la literatura o la música clásica- que llegara su propia síntesis sobre el jazz. Allí no es tan generoso con Hancock, especialmente en su versión más moderna, y lo reconoce (“temo estar haciendo una crítica negativa”). Pero luego elogia: “Sus discos para el sello Blue Note son otra cosa: vivos y burbujeantes, sofisticados y llenos de color y de grandes momentos, me recuerdan el elegante y formidable talento musical que poseía Hancock. Supongo que también para él esos discos representan una época feliz, una época en la que la música surgía con toda naturalidad como agua de un manantial inagotable. De entre esos elepés, es precisamente Maiden Voyage el que me hace sentir de manera más viva esa plenitud musical”.
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Luis Vinker
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