Un rostro se repite una y otra vez. Una melena rubia y voluptuosa, vestidos cortos y coloridos que revelan la época en la que estas pinturas fueron realizadas. El cuerpo desnudo, contorsionado, dado vuelta y en posiciones extremas o teatrales convive con otras obras que evidencian la larga trayectoria de Martha Peluffo, una artista de su tiempo, vinculada a la escena local desde principios de la década de 1950 cuando comenzó a impulsar su carrera y exponer en algunos de los espacios más importantes del momento. Sin embargo, uno se pregunta: ¿Qué tanto conocemos a la gran Peluffo?
Amigos y colegas la describen como una mujer enigmática, seductora, elegante y contemporánea en todos los sentidos. Estuvo casada por un tiempo con Julio Llinás, crítico, publicista y poeta, con quien tuvo a sus dos hijos, Verónica –una de las actrices más reconocidas de nuestro país– y Sebastián. Ambos están retratados en una obra impactante de colores ocres que forma parte, al igual que muchas de las piezas presentes en Estados suspensivos, en la Fundación Amalita, del acervo de su hija que en entrevistas habla de Martha como alguien que vivía en el más allá, que dejó su país con una carrera armada para pasar temporadas en Venezuela, Colombia y Estados Unidos sin dejar de ser una figura activa en el campo local. Una artista que desafiaba el espacio y que “renunció a lo cómodamente correcto para explorar en su tela y en su alma”.
Período informalista. Sin título, 1958. Colección Mauricio I. Neuman.
En 1952 la joven Martha consiguió su primera exposición en la galería Antú, donde presentó “abstracciones líricas o libres” para continuar explorando la materia y el gesto, así como también coquetear con el surrealismo, algo que Fernando Davis –curador de la muestra– describe como un cruce “no desde una ortodoxia sobre la cual se pronuncia en contra, sino que le interesa el surrealismo como una forma de abordar o pensar la imagen”, lo que la coloca en un lugar mucho más heterogéneo a nivel visual e intelectual.
Estaba sumergida en un contexto con fuerte predominio del arte concreto, que al resquebrajarse dio lugar a nuevas exploraciones, como sucedió con el informalismo, una vanguardia a la cual se adhirieron artistas desde Alberto Greco hasta Marta Minujín, Luis Wells y Kenneth Kemble. Martha no solo no sería la excepción, sino que en un artículo que Kemble escribe años más tarde, es señalada como la primera artista en hacer obras informalistas en Buenos Aires, un dato fundamental que destaca Davis. “Por entonces el arte abstracto era sinónimo de vanguardia, lo que llevó a Peluffo a participar de los primeros salones de la Asociación Arte Nuevo en 1955, que otorgaba un panorama amplio de las corrientes así como las muestras que tuvo en Galattea y Rubbers”.
Colectiva. Luis Felipe Noé, Rómulo Macció, Manuel Viola y Martha Peluffo en la Galeria Carmen Waugh, Buenos Aires, 1969. (Archivo Fundación Luis Felipe Noé).
En menos de una década fue invitada al primer premio de pintura del Di Tella en 1960 y a participar de la legendaria muestra Surrealismo en Argentina, curada por Aldo Pellegrini. Luego llegaría el despegue internacional, con dos acontecimientos históricos, ya que en 1963 fue la única artista mujer en conformar el envío a la Bienal de San Pablo, donde fue premiada y participó de la muestra The Emergent Decade, dedicada al arte latinoamericano en el Museo Guggenheim. En esa ocasión Cornell Capa, hermano del reportero de guerra húngaro, llegó a Buenos Aires con la intención de retratar talleres de artistas, desembarcó en el que Martha tenía en la calle Lacroze al 2101, donde le sacó unas fotos que formarían parte del catálogo. Ese espacio que compartía junto a Rogelio Polesello y otros artistas fue un gran lugar de encuentro para la comunidad. “Una casa venida a menos que desbordaba de gente, música y alcohol”, habría dicho Luis Felipe Noé.
“Repasando la aparición de Martha en los medios y el circuito de exposición que se desarrolla desde los años 60 entre espacios legitimadores, premios y galerías, se la percibe como alguien que tuvo una presencia fuerte a la par de sus colegas”, afirma Davis.
Cotidianidad, 1978. Acrílico sobre tela, 130 x 130 cm, de la Colección Llinás
Ellos, que fueron sus amigos y que también confirmarían la era dorada del arte argentino, desde Les Lublin hasta Josefina Robirosa, Rómulo Macció, Jorge De La Vega y tantos otros. Con alguno incluso participó del programa La botica del ángel, de Eduardo Bergara Leumann en 1967, con una edición dedicada al Instituto Di Tella. “Sin embargo, cuando se habla de los artistas del Di Tella nunca aparece su nombre”, concluye Fernando.
En la década del 1970, la mayor parte de su actividad transcurrió en el exterior, más allá de Cara a cara, una muestra individual que desembarcó en la galería Carmen Waugh, donde presentó una serie de retratos de los “mitos” contemporáneos del momento, entre ellos futbolistas, boxeadores, estrellas de cine y televisión. Después de eso y hasta 1978 no volvería a mostrar de manera individual en Buenos Aires.
Claudia Sánchez y Nono Pugliese, 1969. Acrílico sobre tela, 161 x 131 cm, Colección Museo Moderno de Buenos Aires, donación de la artista, 1979.
En esa época compleja, surgió una serie de “cielos inquietantes y desnudos que parecen arrojados sobre un paisaje y que en el contexto de la dictadura podrían remitir a un escenario de violencia”, explica Davis. Martha había empezado a viajar en 1966 invitada a Caracas por medio de un contacto del colectivo venezolano El techo de la ballena. En 1970, volvió a exponer en la Fundación Mendoza y a raíz de eso decidió trasladar el proyecto a las ciudades de Maracaibo y Mérida. Un año más tarde llegaría Historicismos, con una serie de autorretratos y dibujos, ya que por entonces se había volcado con fuerza a la técnica. Ella está presente en las obras, contenida en espacios opresivos y con el cuerpo suspendido. La repetición, la secuencia y el tiempo se plantan a la manera de un cómic.
Martha Peluffo nunca dejó de trabajar y crear. A estas experiencias le seguirían otros viajes a México y Estados Unidos, de los que no se tiene tanta información, y otras experiencias en Buenos Aires hasta su temprano fallecimiento a los 49 años en 1979. A modo de despedida, en 1981 se organizó una muestra y luego en 2007 Victoria Verlichak realizó un libro y una exposición póstuma en el Centro Cultural Recoleta. “Esa fue la última investigación que se llevó a cabo hasta ahora, más allá de una fluida presencia de obras de Martha en muestras grupales, particularmente aquellas ligadas a investigaciones cercanas al arte pop.
Sin embargo, llama la atención cómo su figura fue bastante invisibilizada en las narrativas canónicas, algo que me sorprendió cuando empecé la investigación, considerando el lugar significativo que ocupó durante tanto tiempo”, concluye Davis. He aquí un merecido reconocimiento y la oportunidad para acercar a la maravillosa Martha Peluffo a una nueva generación.
- Estados suspensivos – Martha Peluffo
- Lugar: Colección AMALITA, Olga Cossenttini 141, Puerto Madero
- Horario: jue. a dom. de 12 a 20
- Fecha: hasta julio de 2025
- Entrada: $4000