Sin dudas que para el propio Miguel Angel Russo no es lo ideal que se hable mucho de él por Boca y no porque en unas horas tiene por delante el milagro de intentar meter a San Lorenzo en una final, luego del milagro de tenerlo en semis. Pasa que Gago se fue hace casi un mes, el equipo ya quedó afuera contra Independiente y entonces los hinchas necesitan alguna brújula, guste mas o guste menos.
Y ahí es donde extraoficialmente se pone sobre la mesa, absolutamente inesperado unos días atrás, a un técnico que acaba de cumplir 69 años, un luchador de la vida que va al frente como loco. En el fútbol y en la vida, dándole pelea permanente a una enfermedad que inevitablemente debilita a cualquier ser humano. Miguelito, el DT más veterano de Primera, está de pie timoneando un San Lorenzo explosivo y manejando a un grupo que hasta supo no entrenar por falta de pagos antes de los cuartos de final. Una imagen que define este momento de su vida, más allá de su sangre caliente: solo, inalterable y en silencio, en el banco de suplentes, contemplando cómo su equipo le ganaba por penales a Argentinos y celebraba.
Viejo zorro del fútbol, recibido de bombero en el último tramo de su carrera. Primero campeón con Boca volviendo a la racha ganadora contra River; luego agarró a un Rosario Central a fines de 2022 y lo sacó inesperadamente campeón, y ahora como cabeza de San Lorenzo que se sobrepone al caos institucional y está en semis, sin brillo y con coraje. Con lo justo.
Cuando Riquelme confirme a Russo post ciclo en San Lorenzo, lo hará justamente porque prefiere no innovar con un Quinteros. Elige a uno que está más allá de todo, que conoce el club y algunos jugadores, que tiene espalda ancha y que, al menos para el Mundial de Clubes, puede acomodar las piezas. Con la presión de una competencia tan relevante y de alta exposición, con algunos aspectos asegurados, la elección es más cortoplacista.