Como Konrad Lorenz explicaba conductas humanas partiendo del comportamiento animal, se propone aquí ese método para entender el precio de los medicamentos.
En el mercado de medicamentos hay muchas especies. Distingamos dos grandes reinos. El de los que evitan competir (oliopólicos) y el de los que compiten para sobrevivir en los mercados. En el primer grupo las organizaciones imitan dos prácticas del comportamiento animal. La primera se denomina “efecto murciélago”, porque a esos mamíferos voladores les agrada dormir colgados de los techos.
La práctica es imitada por la industria farmacéutica para la formación de precios de sus productos. Sabemos que los medicamentos no tienen precio. ¡Alguien se los pone!. Los precios se divorcian de los costos de producción y comercialización registrando altísimos márgenes de rentabilidad.
La segunda práctica del comportamiento animal es el antídoto de la primera. Nada es más opuesto al murciélago que el pingüino. No es una alusión a la saga de Batman. Es que mientras los primeros son mamíferos voladores los segundos son aves nadadoras incapaces de volar.
Para combatir el «efecto murciélago» en la formación de precios algunos países han promovido el “efecto pingüino”. Así como esas aves caminan siguiendo a sus pares, los países europeos (y algunos latinos como Brasil, Colombia y Ecuador) fijan precios máximos de venta a los medicamentos oligopólicos basándose en los precios que fueron autorizados en países vecinos o de referencia. El resultado es una convergencia de precios a la baja.
En el reino de los medicamentos competitivos, la práctica más eficaz es promover mercados de productos genéricos de referencia donde el Estado certifica cuando los productos son equivalentes. Ya sean de síntesis química o biológica. Pero también fija un precio máximo que, generalmente es la mitad de aquel cuya patente expiró (o fue revocada por el Estado para pasarlo del primer grupo al segundo).
Lorenz nos diría que si no hacemos que prosperen los pingüinos nos invadirán los murciélagos. Eso ocurre en los Estados Unidos, donde cada generación consume el doble de medicamentos que la anterior, pero gasta casi ocho veces más en medicamentos. La solución consiste, entonces, en promover la competencia genérica (allí donde sea posible) y establecer precios de referencia internacional (allí donde no lo sea).
El 12 de mayo, el presidente Donald Trump, firmó una orden ejecutiva que obliga a las farmacéuticas a aplicar en su país el menor precio que cobran en otros países ricos. A diferencia de los “países pingüino” donde los Estados relevan información y establecen precios de referencia, en este caso el instrumento de política es la amenaza.
Estados Unidos representa de dos quintos de las ventas y dos tercios de las ganancias de la industria farmacéutica. Es de esperar que, en lugar de reducir los precios allí, muchas empresas buscarán aumentarlos en los demás países. Si sus gobiernos no lo permiten, le resultará a la industria más rentable dejar de venderles que bajar el precio en Estados Unidos.
La política de medicamentos de Trump involucra un alto riesgo de que la perinola caiga en “todos ponen”. Una mala praxis que en lugar de incorporar a Estados Unidos a los “países pingüino” termine promoviendo una incontrolable pandemia de murciélagos.
Federico Tobar es Asesor del Fondo de Población de las Naciones Unidas
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