Misiones
“Con ese órgano nos dieron amor para que hoy podamos vivir”
Volver a vivir. La frase se lee y se escucha en infinidad de oportunidades y escenarios, a veces se la usa banalmente, pero tiene una fuerza poderosa para quien pudo haberlo perdido todo y resurgió desde los abismos de la desesperanza.
Natalia Dressler (52) y Tamara Bañuk (50) estuvieron en el agujero más oscuro de la incertidumbre por una enfermedad que las golpe de prepo y las expuso a la necesidad de requerir un trasplante de hígado. Hoy tienen otra oportunidad y pueden ver crecer a sus hijos gracias a alguien que decidió donar el órgano y brindar un poco de amor en acto altruista y que además está atravesado por el dolor. Es que para que ellas vivan, alguien tuvo que morir.
Los caminos de Natalia y Tamara se cruzaron en una clase de calistenia y descubrieron que, con algunos matices, ambos compartían una misma historia. La conexión fue instantánea. “Hasta ahora cuento y me da emoción y me parece que la conozco de hace años”, reconoció Nati en diálogo con El Territorio.
Ellas son el ejemplo vivo del impacto de la donación de órganos y por eso mismo concientizan sobre ello, hablan de su importancia y de la necesidad de derribar los mitos existentes.
Un encuentro que unió almas
Como se contó más arriba ambas se conocieron y descubrieron la similitud de sus historias en una clase de calistenia a la que ambas iban hacía meses, pero no habían compartido charla hasta que la proximidad de sus colchonetas hizo lo suyo.
Natalia es médica ginecóloga y mamá de un varón que hoy tiene 14 años, pero tenía apenas tres cuando tuvo que ser separada de su madre por más de cuatro meses. De esto ya van a hacer once años el 20 de julio, pero los ojos de Natalia se llenan de lágrimas como si lo que está contando hubiera sucedido ayer.
«Mi nene todavía no había cumplido 4 años y le digo ‘enseguida vengo’, le di un besito y me fui. Cuando llego al sanatorio de Posadas me empezaron a poner tubos por todos lados porque ya estaba mal. Esa fue la última vez que lo vi a mi hijo, cuatro meses y medio después lo vi otra vez», relató.
Estuvo en lista de espera por el órgano durante dos años y ocho meses, pero la historia comienza mucho antes. Era una joven de 23 años estudiante de medicina en la Universidad Nacional del Nordeste (Unne, Corrientes) y le faltaban seis materias para recibirse.
Un día sintió picazón en todo el cuerpo y notó que su orina cambió de color. Volvió a Posadas a hacerse estudios y regresó a la vecina provincia a preparar sus solicitudes, pero a los dos días recibió la visita de sus padres que le informó que debía viajar de urgencia a Buenos Aires.
“El médico que vio el laboratorio dijo que me estaba muriendo. Estuve medicada mucho tiempo, con corticoides, 60mg y otro tipo de remedios. Y ahí la llevé, mal, pero seguía. Hice la especialidad acá en Posadas, terminé, después fui mamá y tal vez eso -es lo que me decía el hepatólogo- desencadenó que las hormonas deterioren mi hígado”, comentó.
Así, cuando su hijo tenía dos años empezaron las idas y vueltas al Hospital Italiano de Buenos Aires para controles y tratamientos. “Tenía la panza hinchada, parecía una embarazada de nueve meses, estuve tres meses sin poder caminar en casa”, relató. Fue una amiga suya, también médica, la que un día la vio realmente complicada y la llevó al Sanatorio Posadas donde estuvo internada en estado crítico durante dos semanas, hasta que fue derivada al Italiano.
“Pero no estaba el órgano así que era todo paliativo hasta que después también hice una encefalopatía. La pasé muy mal antes del trasplante, deseaba con todo el alma que llegue, trasplante porque el día que me fui de Posadas era el cumpleaños de mi hijo. Él cumplía cuatro añitos. De eso tenés miedo, de morirte por tu hijito”, reconoció.
Cada 20 de julio, Día del Amigo en Argentina, Natalia agradece y llora. Agradece por estar viva y llora por esa familia que perdió a alguien que amaba. “Cada 20 de julio agradezco a Dios porque mi hijito era chiquitito y gracias a ellos que donaron yo lo puedo criar”, remarcó.
Tamara, por su parte, recibió su trasplante hace tres años. No tuvo que esperar tanto tiempo por el órgano, pero su estado era realmente severo y la hepatitis autoinmune apareció como un torbellino.
Prestó atención a los síntomas que le indicaban que algo no andaba bien y consultó a médicos y por los resultados de los exámenes rápidamente fue derivada también al Hospital Italiano.
“Es horrible, porque sabés que te estás muriendo o que algo va a pasar. En mi caso no quería leer, no quería informarme, estaba en una negación de lo que me estaba pasando”, reconoció Tamara.
Y en esa misma línea, sumó: “Entré como en una negación, mucho tiempo después me acostaba a dormir y esperaba despertarme y que no esté pasando esto. No se terminó nunca el sueño y sigo trasplantada. Le encontré la vuelta, le vi lo lindo y me cuido un montón y en eso creo que radicó el descubrir que estoy viviendo de vuelta, que tengo una segunda oportunidad”.
Tiene tres hijos que actualmente tienen 13, 27 y 29 años y trabaja para una obra social. Su marido había fallecido dos años antes de que se enfermara por lo que morir no entraba dentro de sus opciones.
Su caso era tan grave que le provocó una encefalopatía severa, no sabía quién era, en qué año vivía, nada.
Un acto de amor
A pesar de toda la información disponible y de la difusión desde canales avalados y confiables siguen habiendo mitos que se reproducen y producen desconfianza en la comunidad.
“Queremos que estas cosas se sepan porque hay personas que por ahí dicen, ‘yo no quiero ser donante porque tengo miedo a que después me roben los órganos’. Uno necesita que la gente sepa para que entienda lo que nos pasa”, reconoció Natalia sobre lo que escucha habitualmente, y compartió: “Con un órgano están dando un poquito de amor, nos dieron amor para que hoy podamos vivir”.
“No es solamente donar un órgano, sino que le está dando la posibilidad a otra persona a que siga viviendo y una oportunidad de seguir”, dijo por su parte Natalia.
La ginecóloga tiene un sentimiento, luego del trasplante, que no puede explicar. Creer o reventar, dijo con una gran carcajada y un poco de pudor. Es que poco después de ese especial 20 de julio nació en ella un amor inexplicable por los animales y empezó a colaborar con muchos rescatistas.
Salía de madrugada con su hijo a buscar mascotas que eran abandonadas en distintos lugares de Posadas y aunque tuvo que mermar esa actividad por salud, en su auto nunca faltan la bolsa de alimentos, mantas y curabichera.
“Estaba media loca en su momento, ahora la aflojé un poco porque salía a buscar perros a cualquier hora. Me fui a preguntar sobre mi donante, quería saber si la señora era rescatista”, reconoció.
Tamara, tiene una situación similar. Resulta que antes de recibir el órgano no toleraba la mandarina y el helado no era de sus postres favoritos. “Hoy me muero por comer las dos cosas, mis hijos me dicen, ‘Mamá, esto es de la que te donó el órgano’”, compartió.
Consultadas acerca de qué le dirían a la familia de las personas que fueron sus donantes si tuvieran la oportunidad de verlos, ambas coincidieron en un infinito gracias y un abrazo profundo. “Les diría gracias porque por ese hígado que me dio me permitió estar con mi hijo. Me agarra angustia el Día del Amigo porque sé que murió alguien ese día”, dijo Natalia. A lo que Tamara añadió: “Gracias y gracias porque me dejaron estar acá. Me dieron a mí la oportunidad de seguir viviendo lo que no podía esa persona”.
Una vida entera de cuidados
Ser trasplantada requiere de una vida entera de cuidados, controles y medicación para evitar que el cuerpo rechace el órgano recibido. Tamara debe tomar nueve pastillas a la mañana, tres al mediodía, cuatro a la tarde y cinco a la noche. “Obviamente disminuyó un montón, antes tomaba 33 más o menos cuando recién me trasplantaron”, acotó.
En el caso de Natalia es similar, pero hace dos años que su hígado comenzó a fallar de nuevo y convive con una cirrosis grado 3. “No sé si es por la cantidad de años que pasaron o por cuestiones de salud de mi hijo que me hicieron pasar muy mal y obviamente que la parte emocional influye muchísimo”, contó y reconoció: “Cada vez que voy al Italiano es tener miedo del laboratorio por lo que va a salir ir, una angustia por no querer llegar a otro trasplante”.
Aunque hay días malos y días buenos, ambos se enfocan en aprovechar esta segunda oportunidad sin desperdicio. Agradecen siempre y disfrutran no sólo de sus seres queridos sino también de las clases de calistenia, de funcional y ahora también de paddle, en la que pretenden hacer equipo para algún torneo.
«Noto es que queremos vivir más acelerado por lo que nos pasó. Quiero disfrutar todo ahora porque tengo mucho miedo a que me pueda morir, porque algo puede fallar», admitió, sin embargo, Tamara.
Una amistad nacida por casualidad, una unión más allá de los cuerpos y un mismo mensaje: donar órganos salva vidas.
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