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“Cuando mañana se conozcan las medidas, me matan, o los argentinos empezamos a producir como corresponde”.
La frase fue dicha el 4 de junio de 1975. Celestino Rodrigo, un ingeniero industrial devenido en ministro de Economía del gobierno peronista de Isabel Perón, había asumido hacía dos días. A la mañana siguiente, el 5 de junio, su figura pasaría a ‘la inmortalidad’: lanzó una terapia de shock tan fulminante que moldearía para siempre las expectativas adaptativas y de supervivencia de los argentinos.
Ese día Rodrigo salió de su casa en Caballito. Solo. Sin chofer, sin secretario, sin custodia, nada. El hombre se metió en la boca de subte de la hoy estación Acoyte por la avenida Rivadavia y apareció en Plaza de Mayo. En el trayecto varios pasajeros lo reconocieron y hasta un fotógrafo de la revista Gente lo retrató para ilustrar el artículo “En subte, con el nuevo ministro”. Un pasajero leía el Clarín del día.
Las crónicas cuentan que luego de cruzar la Plaza, Rodrigo se dirigió primero a la Casa de Gobierno. Allí se vio con la Presidenta y su ministro de Bienestar Social, José López Rega. De ahí fue al ministerio. En el quinto piso se encontró con su antecesor, Alfredo Gómez Morales. Al rato vino el anuncio. El dólar subió 160%, se puso un impuesto de 50% al dólar para viajar al exterior, las tarifas ajustaron de 40% a 70%, la nafta súper 181,3%, la común 172% y las tasas de interés se ajustarían.
celestino rodriguez ministro economia en 1975 el rodrigazo celestino rodriguez ministro economia en 1975 el rodrigazo
“Enérgica devaluación, aumentos de tarifas y los combustibles”, tituló La Nación. “Anunciaron las nuevas medidas económicas”, dijo más neutro Clarín.
Ese día ningún medio o persona habló o utilizó el término Rodrigazo. Nadie. Eso vendría días después y de una ocurrencia de un diputado tucumano: René Cárdenas (Vanguardia Federal). Bautizó “los espectaculares anuncios” como “un Rodrigazo”.
El salto brusco del tipo de cambio disparó los precios. La inflación de 3,9% de mayo se aceleró a 21,1% en junio, 34,7% en julio y 22,5% en agosto.
La descoordinación se adueñó de la sociedad argentina. Primero de la política económica. Luego de las instituciones. El país había quedado edificado sobre una economía en falsa escuadra tras la gestión de José Ber Gelbard, antecesor de Gómez Morales y Rodrigo respectivamente, que no logró sostener las tasas de inflación de 1% que con éxito había logrado reducir en un inicio. Rápidamente, a fines de 1974, superaban el 10% mensual. Y quizá como preludio del espanto, en marzo de 1976, tocó el pico de todos esos meses: 37,6%.
Pero en 1975 la inflación anual ya pasó el 300%. El Gobierno anunció que limitaba la paritaria a 38% para evitar la espiral precios-salarios. La CGT protestó. Hubo paro de 48 horas. Rodrigo renunció el 21 de julio, dos días después de que huyera del país López Rega.
Cincuenta días duró en el cargo Rodrigo. Ni siquiera Augusto Pinochet, del otro lado de la Cordillera y ya con su equipo de los Chicago Boys, se había animado a un cambio tan de golpe como lo hizo Isabel Perón con Rodrigo.
Meses antes, en Santiago, Pinochet se había reunido con Milton Friedman. En Chile el equipo económico ya era un “llave en mano” de los Chicago Boys que, si bien había trazado un rumbo económico, no daba en la tecla con la calibración de la política cambiaria.
Pero en la Argentina el uso y la práctica de la política económica recurriendo a economistas profesionales y con formación era mucho más errático e inconsistente.
Rodrigo había cursado el secundario en la escuela técnica Otto Krause. Se graduó como Técnico Mecánico. Luego obtuvo el título de bachiller rindiendo equivalencias en el Colegio Nacional de Buenos Aires. De ahí pasó a la UBA donde se recibió de ingeniero industrial con diploma de honor. López Rega lo llevó de ministro. Su número dos fue Ricardo Zinn.
Rodrigo fue sucedido por Pedro Bonnani, Antonio Cafiero y Emilio Mondelli. Así, hubo seis ministros de Economía en aquel gobierno que, por primera vez, recurrió a un programa con el FMI y a préstamos del Banco Mundial (1975) para recomponer las cuentas externas. Algo que Juan Perón había pretendido concretar en los ‘50, pero que no logró, entre otros temas, por problemas en la presentación de las estadísticas públicas.
Miguel Kiguel, en su libro Las crisis económicas argentinas, caracteriza el Rodrigazo de “caso extremo de las crisis de stop and go por la inmensa magnitud del desajuste y la profundidad de la crisis […] Lo más difícil de entender es por qué un gobierno puso la economía a andar a toda velocidad y no hizo nada para frenarla cuando todo indicaba que iba rumbo a estrellarse”. Kiguel se refiere precisamente a la experiencia de Gelbard, que se enmarca dentro de lo que se conoce como populismo económico basándose en la definición clásica de Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards: un enfoque que prioriza el aumento del crecimiento y la distribución del ingreso en detrimento de la inflación, la emisión y los altos déficit fiscales.
Quizá sea la aspereza de revertir esto último lo que a veces lleva a que los argentinos quieran ‘matar’ a los ministros como dijo Rodrigo.
