La ex – Ministra de Medio Ambiente del gobierno de Lula, Izabella Teixeira, propuso en una reciente reunión del IICA (Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura), destinada a tratar la relación entre la actividad agrícola y el cambio climático con vistas a la próxima COP30 en Belem, estado de Pará, Brasil, la necesidad de desplegar la noción de la “transición de la Tierra”, y ya no más la transición energética propia de los países avanzados, sobre todo europeos, e históricamente agotada.
La “transición de la Tierra” consiste en convertir a la naturaleza no más en un objeto de explotación marginal y pasivo, sino en un actor político fundamental dotado de extraordinarios activos ambientales, entre ellos la propia floresta del Amazonas, que antes que un bien ambiental sujeto a explotación por una agricultura predatoria – como pretende la visión europea – es una solución climática que puede revertir los daños provocados por la súper-explotación industrial de los países avanzados en los últimos 150 años.
Entre esos activos ambientales – señala Teixeira con admirable lucidez – hay que colocar el hecho de que los países de América del Sur (Argentina y Brasil en 1er lugar) han establecido una nueva forma de producción agrícola que en vez de dañar a la naturaleza la fortalece, una experiencia histórica que hizo su aparición con el nombre de “siembra directa”.
La idea de la deforestación propia de la Unión Europea coloca a los países emergentes, y primordialmente a Brasil y a su inmenso y vital Amazonas, en el papel de rehén pasivo y presumiblemente culpable de la inmensa mayoría de los crímenes ambientales.
En cambio, la concepción de la “transición de la Tierra”, que es el camino que va de la destrucción industrial a la recreación de la vida en el planeta a través de una auténtica revolución biológica y biotecnológica, coloca a Brasil y a los países de América del Sur entre los grandes productores de vida de esta parte del siglo XXI.
Por eso la visión de la “transición de la Tierra” exige colocar en 1er lugar a los nuevos modos de producción de la agricultura sudamericana, ante todo la “siembra directa” originada en la Argentina; y que se caracteriza porque en vez de crear dióxido de carbono (CO2) – causa directa del cambio climático – lo absorbe y modifica, al punto de transformarlo en un mercado de créditos de envergadura global.
Se trata – dice Izabella Teixeira -, de evitar un “nuevo colonialismo” surgido en los países avanzados, sobre todo los europeos, que convierte a la naturaleza en una realidad meramente pasiva, objeto de explotación.
Se trata, en definitiva, de encontrar soluciones, siempre concretas y de corto plazo, otorgando un papel decisivo al sector privado de la producción agrícola.
De ahí que la responsabilidad central de la próxima etapa de la agricultura mundial no está en manos del Estado sino de los productores privados respetuosos de la naturaleza y de las “leyes de la vida”.
El COP30 se realizará en Belem, capital de Pará, Brasil, del 10 al 21 de noviembre; y esto sucede cuando Brasil se ha convertido en una de las 3 primeras potencias agroalimentarias mundiales sobre la base de una altísima productividad, lo que significa que utiliza más inteligencia que recursos.
Otro factor fundamental que convierte a la COP30 en una oportunidad histórica es que la seguridad alimentaria mundial del siglo XXI surge del cruce entre las exportaciones agroalimentarias brasileñas y la gigantesca demanda china de alimentos; y no hay seguridad alimentaria si no hay combate efectivo al cambio climático.
El productor agrícola propio de la “nueva agricultura” es el que en vez de destruir a la naturaleza se alía con ella y adopta las “leyes de la vida”. Por eso no es el enemigo del ambientalismo sino el verdadero defensor de su estandarte.
Una conclusión de especial importancia de esta afirmación de la “transición de la Tierra” es que hay que acelerar el cambio tecnológico hasta lograr una producción mundial completamente digitalizada y que utilice cada vez menos materias primas y menos energía proveniente de los combustibles fósiles; y todo esto se ve facilitado en gran escala por la revolución tecnológica de la Inteligencia artificial que ha surgido.
Sobre la firma
Jorge Castro
Analista internacional. Columnista del suplemento Económico de Clarín.
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