Frente a la complejidad del mundo actual, los mensajes contradictorios y la ansiedad generalizada, se ha potenciado una necesidad psicológica de comprender. A partir de ello, y gracias a la facilidad de comunicación -especialmente en redes sociales- han proliferado múltiples teorías conspirativas, para todos los gustos, que ofrecen una ilusión de control sobre una realidad inasible.
Existen unos cuadros conocidos como “dibujos de puntos numerados”. Al unir los números en orden (1, 2, 3…), se revela una imagen, como la de un animal. Esa figura surge al seguir la secuencia preestablecida y descartar el resto. Pero si se altera el orden, pueden aparecer otras imágenes, prácticamente cualquier cosa.
Si hacemos una analogía con la realidad, podríamos imaginar un universo infinito de puntos, donde cada uno representa hechos, datos o sucesos reales. Vistos en conjunto, se asemejan a piezas dispersas de un rompecabezas sin imagen de referencia.
Sobre un mismo tema, pueden generarse innumerables teorías al conectar los puntos de distintas maneras. Muchas resultan convincentes, precisamente porque se construyen con elementos reales. No hay invención ni falsedad en los datos, pero solo una teoría puede ser verdadera.
La mente humana, inclinada a detectar patrones, tiende a unir puntos de forma arbitraria, generando realidades que, aunque coherentes, suelen ser ilusorias. Existen millones de combinaciones posibles, muchas entre sí incompatibles. Pero una vez que alguien adopta su teoría favorita -la más impactante, la que mejor encaja con sus emociones- calma su ansiedad. Y el sesgo de confirmación, amplificado por los algoritmos, refuerza esa elección, haciéndola omnipresente.
Así nacen muchas teorías conspirativas: no de la mentira, sino del arte de conectar verdades selectivamente para construir un relato seductor, aunque insostenible.
Ps. Jorge Ballario [email protected]
OTRAS CARTAS
La reforma migratoria
El Presidente firmó el DNU 366, que introduce modificaciones en la ley de migraciones. Las nuevas normas prescriben recaudos más rigurosos para el ingreso y permanencia de extranjeros, a los que se garantiza de todos modos asistencia social y acceso a la educación primaria y secundaria. Pero lo que destaco como transformador es el sinceramiento financiero de la atención sanitaria de aquellas personas nacidas en el exterior que han estado viniendo fugazmente durante décadas a la Argentina a fin de aprovechar las excelentes prestaciones totalmente gratuitas de nuestros hospitales públicos. Son miles aquellos que viajaron a nuestro país sólo para operarse, tener hijos o someterse a diversos tratamientos, sin costo alguno (?). Pues bien. El decreto 366/25, de aplicación a los establecimientos nacionales, dispone que a partir de ahora, nuestros aventajados visitantes deberán abonar con carácter previo el costo del servicio o, en su defecto, presentar un seguro de salud. Esta nueva operatoria, ya vigente en la provincia de Salta, nos permitirá oxigenar el peso económico de nuestros siempre escasos recursos sanitarios, aliviando al pueblo argentino de la carga injustificada de soportar las prestaciones médicas de quienes se trasladan a nuestro territorio sólo para aprovechar los regalos del sistema actual, abierto a todo el mundo. Lo decidido era un clamor generalizado desde hace tiempo. Pero ¿qué Presidente se había animado a cortar de raíz esta ilógica sangría? Una más a favor del Gobierno federal.
Carlos Ernesto Ure [email protected]
“El INTI se defiende”
Nos dicen que podrían pasarnos del escalafón del INTI al del SINEP. Como si se tratara de actualizar un trámite. Pero el INTI no es cualquier dependencia del Estado. Es un instituto técnico, científico e industrial. Y eso no se acomoda a fórmulas generales. Acá se calibran balanzas para laboratorios de todo el país. Se hacen ensayos de soldadura en piezas para centrales hidroeléctricas. Se analizan válvulas cardíacas, prótesis, marcapasos. Se detectan contaminantes en alimentos para las escuelas. Se certifican normas IRAM para que un equipo médico no falle. Se prueban envases para que un medicamento no pierda efecto. Se desarrollan bioplásticos, se simulan incendios, se mide cuánto radón hay en un ambiente cerrado. Eso hacemos. Y por eso tenemos un escalafón a medida. Pasar al SINEP es perder todo eso. Es que nos evalúe alguien que nunca pisó un laboratorio. Es que se igualen tareas que no son iguales. Es diluir la historia del INTI en una lógica que no le pertenece. Porque no se trata solo del salario. Se trata de cómo se reconoce el trabajo. Y de qué se borra en el camino.
Liliana Canaves [email protected]
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