Anoche me dormí acurrucada a un verso: “busco un país inocente”. A la mañana supe que pertenece al poema Vagabundos, de Giusseppe Ungaretti. Lo encontré suelto, como epígrafe a un poema del autor ítalomexicano, Fabio Morábito, en el que le cuenta a Ungaretti que inusual pero merecido insomnio por haber faltado a mi ritual. Cada noche, antes de dormir, leo. Porque me gusta, pero también para dormir dentro de lo que leo, para recostarme en las frases y dejar que las palabras me bamboleen. Pero anoche, el flagelo de las series me alcanzó y pretendí lo imposible: dormir después de ver una de ciencia ficción donde todo el mundo está al borde de la muerte. A quién se le ocurre que el suave desconectar del mundo puede suceder después de someterse a un tiroteo de estímulos. Entonces, aun cuando restaban menos de seis horas hasta que sonara mi despertador, hice mi trabajo: leer.
Encendí una pequeña luz portátil para no despertar a mi compañero y busqué horadar las páginas hasta encontrar un lugar. Durante un rato funcionó. El hombre que vendía comienzos de novela, libro del autor rumano Matei Vişniec, me albergó con irónico humor dentro del trabajo de un agente literario que provee comienzos a autores como Camus y se atribuye, por ejemplo, la frase “Hoy ha muerto mamá” con la que Camus comenzó la novela El extranjero y supo continuar con: “O quizás ayer” para cifrar el vínculo de una vida entera en tres palabras. La novela de Vişniec es desopilante, pero también tiene partes predecibles y, contrariamente al sueño que eso podría haberme producido, me empecé a enojar. ¿Cómo es que un autor magnífico se daba el lujo de desaprovechar tantas páginas?
En la desolación, la realidad me asaltó de nuevo con el recuerdo de dos hombres conversando al pasar en la calle: uno recomendaba al otro el fármaco infalible para el insomnio. ¡Poesía!, me dije y ataqué la pila de libros en mi mesa de luz como quien está seguro de que dará con el antídoto perfecto. Encontré Un náufrago jamás se seca, de Fabio Morábito y sus versos me recibieron con los brazos abiertos. Supe que un cuadro es capaz de devolver la parte propia de un muro. Subrayé un poema que habla del sinsentido de subrayar en la vejez, cuando uno sabe que no volverá a esas palabras. Entonces, lo encontré: ese verso, arriba, a la derecha, donde también van las dedicatorias. “Busco un país inocente”. Quise pasar a otro, pero como dice Morábito, cuando los versos son buenos, no dejan de escarbar. “Busco un país inocente” insistió aun cuando leí otros versos. Entonces, volví. Tuve que leer una y otra vez. En ninguna parte de la noche había podido hacer ese refugio donde guarecerme del mundo, hasta que empecé a gozar de los minutos nebulosos en los que me acurruqué repitiendo busco, un país, ingenuo, no, inocente, otro país, busco, inocente, la noche.