En el 94 lo que más conocíamos del barrio era Babilonia. Un ex depósito de bananas en Guardia Vieja al 3600, de paredes grises donde íbamos a bailar. Teníamos 18, llegábamos a media noche para hacer fila en la calle que confluía, tres cuadras después, en el Mercado de Abasto. Ese edificio de inspiración brutalista, clausurado en el 84, que mirábamos con indiferencia porque lo único que importaba era entrar a Babilonia, escuchar música a oscuras, la voz de Alejandro Sokol o Luca Prodan.
Cuando salíamos a la madrugada, al lado de nuestro antro cultural, un matrimonio hacia choripanes al calor de una parrillita, para los que habíamos bailado durante horas y seguiríamos bailando en otra parte. Entonces tomábamos alguna dirección. Si pasábamos cerca del mercado, lo hacíamos por la cuadra de enfrente, nuestra indiferencia no era tonta: nadie daba un paso en la misma vereda donde se erigía el monstruo cerrado hacía una década. La primera construcción de hormigón armado de la ciudad de Buenos Aires.
En el 98 se inauguró el centro comercial. Yo estaba iniciándome en la fotografía y conseguía trabajos que me permitían compartir una vivienda alquilada. A fines del 2001, fui al shopping durante quince días. Subía las escaleras mecánicas hasta el patio de comidas donde habían instalado una tarima navideña. En el centro del pequeño escenario, un hombre vestido de Papá Noel se sentaba a recibir niñas y niños. Mi tarea consistía en tomar retratos que más tarde iban a comprar al local de fotografía. ¡Sonrían!, gritaba y hacía clic detrás de la cámara. El 20 de diciembre de ese mismo año, mientras acomodaba el trípode delante del escenario, en el país se declaraba estado de sitio. El shopping fue vallado por completo, habrá sido la única vez que cerró cerca de las cuatro de la tarde. Nadie sabía qué hacer. Recuerdo que me prestaron un teléfono y pude avisar para que fueran a buscarme.
Años después, en otra sesión de fotos, pero esta vez a una novia que estaba a punto de dar el sí, pude ver el edificio desde una perspectiva distinta. Estábamos en el piso 17 de un hotel con vista a las cinco bóvedas de hormigón que dan a Corrientes. Ese frente tan singular, la zona donde el tráfico se aglutina hasta Pueyrredón, en 1937 había recibido el primer Premio Municipal de Fachadas.
Hace un tiempo nos mudamos sobre Lavalle, al barrio de la estación Carlos Gardel de la Línea B, “Perusalem” le dicen algunos, porque conviven de igual forma la comunidad peruana y judía. Camino seguido la Anchorena del Abasto, como me gusta decirle, porque una cosa es la calle ahí y otra cruzando Santa Fe. A veces paso por Guardia Vieja y trato de identificar el lugar exacto donde esperábamos para entrar a Babilonia. Sigo tres cuadras hasta el shopping y me detengo. Un hombre vende globos inflados con helio, la copa plateada que sostiene con las manos se ve reflejada en las vidrieras de lo que alguna vez fue el Mercado de Abasto.
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Guadalupe Faraj
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