El uruguayo Juan Carlos Onetti fue cómplice de una falsificación de arte, nada más y nada menos de la firma de Pablo Picasso. Esto fue lo que ocurrió. 1939, Montevideo. Onetti lleva el manuscrito de su primera novela, El Pozo, a la imprenta Stella, del poeta Juan Cunha y del pintor Casto Canel. Canel no lo hace mal y, para ilustrar la tapa, le ofrece a Onetti uno de sus dibujos. Es el rostro de un hombre de aspecto cadavérico y mirada alucinada. El escritor acepta, y a manera de chiste, dice que debe ser firmado por Picasso.
Pablo Picasso. (Foto de AFP)
Al escritor que se convertiría con el tiempo en Premio Cervantes, lo acompaña su segunda esposa, que es a la vez su prima y hermana de su primera mujer. Ella se llama María Julia Onetti y es la falsificadora de esta historia. En esa cita en la imprenta, ella dice algo así como: «Bueno, eso es muy fácil, yo hago la firma». Otra versión de la misma historia sostiene que el dibujo es del propio Onetti, quien siempre ha demostrado su interés por el arte y en esa ocasión replica: “Hay una zona, en el espíritu, pongamos, que se llama arte y que no es la realidad: una zona donde el hombre alcanza a tocar el misterio, el infinito, Dios, el Cosmos, la esencia, el alma de la creación, allá en los cielos y en la cosa más humilde y doméstica”.
Existe una tercera versión del episodio, dada por el propio Onetti, en la que él deja entrever que puede existir otro autor. En una carta a Julio E Payró, el hijo del dramaturgo, le pide: “Para cuando nos encontremos recuérdeme que tengo que trasmitirle la historia del poeta dentro de El Pozo, Cabrera y Picasso». También uruguayo, Raúl Javiel Cabrera era pintor de retratos y acuarelas.
De lo que parece no haber duda es que la firma del falso Picasso pertenece a María Julia Onetti. Aunque a esa altura su relación con el autor de La Vida Breve y Juntacadáveres había terminado, se seguían viendo. “Si no me maté enseguida es posible que me haya salvado”, escribe Onetti por esos días. “El cerebro no me da para entender de verdad lo que estoy viviendo, las gentes ni las cosas ni un corno. Todo me resulta como entre sueños y no hay forma de despertar. Toda mi comunicación con el mundo la establecía a través de ella (refiriéndose a María Julia) y, perdida ella, no hay caso, no hay Ersatz (reemplazo, en alemán). Esto me tiene mal; en consecuencia, tengo que escribir y escribir y escribir”.
La primera edición impresa de El Pozo, primera y sombría novela de Onetti donde se perfilan personajes que habrían de acompañarlo luego, es también el primer libro de la editorial, creada para la ocasión.La tirada será de solo 500 ejemplares en papel de estraza, llamado papel de fideo, usado para envolver.
En la portada, a dos tintas, el dibujo con la firma apócrifa. De por qué elige Onetti a Picasso y no a otro, para que firme el retrato de otro dibujante, no hay una razón segura. A esa altura, 1934, el malagueño había expuesto en Buenos Aires en la Galería Muller, de Florida 935. En esa fecha Onetti vivía y trabajaba en Buenos Aires, muy cerca de allí. No sería raro suponer que el escritor pudo haber visitado la muestra del español y que el dibujo con la cabeza se lo recordó.
En Montevideo, ninguno de quienes se encuentran en la imprenta imagina que ese libro alcanzará una importancia histórica y que Onetti será considerado años después un novelista adelantado a su época, uno de los mejores del siglo XX y un autor clave, aunque algo periférico, del boom de la literatura latinoamericana a fines de los años 60.
Motivos para fumarse un libro
A principio de 1940, unos pocos ejemplares de esas cien páginas en papel ordinario se comienzan a vender en 50 centavos. La novela publicada tuvo una primera versión escrita en Buenos Aires que se perdió. Se dice que Onetti usó el papel en la que estaba escrita para liar cigarrillos, que procedió a fumarse.
Él mismo cuenta: “Cuando en el año 30, el 6 de septiembre, el general Uriburu dio el golpe de estado contra Hipólito Irigoyen […], una de las primeras medidas […] de los milicos para salvar la patria fue prohibir la venta de tabaco los sábados y domingos. Así que todos los viciosos como yo tenían que hacer acopio el viernes comprando dos o tres cajetillas. A mí me ocurrió que un viernes me olvidé. Tuve un sábado y un domingo horribles, loco de ganas de fumar, me era imposible y en un ataque de malhumor, me volqué a escribir El pozo. Lo escribí en una sola tarde. Traigo esto a colación porque yo creo que influye en el evidente malhumor o mala leche del personaje”.
Entre las notas que envió a Julio E. Payró, pintor, ensayista y crítico de arte argentino, compiladas por Hugo Verani, en Cartas de un joven escritor, cuenta otra versión. “La rehice por tercera vez (su novela) y creo que quedó peor que nunca”, dice. No hay noticias de que Picasso, alguna vez, se enterara de la utilización de su firma y aun si lo hubiese sabido, no solía denunciar las falsificaciones a su obra.
A su abogado, Roland Dumas, le contó en El último Picasso: “Ya ha ocurrido, se hace una investigación, se nombra a un juez que me convoca y quiere que me enfrente con el falsificador, le manda entrar y ¿a quién veo? ¡A uno de mis mejores amigos!”.
Sin embargo, la broma, al escritor uruguayo, le hizo pasar un apuro. “Años después, Onetti refirió una circunstancia penosa que lo obligó a respaldar la falsificación. Un señor –en aquel tiempo creo que era simplemente diputado, después llegó a ser ministro del Interior–, vino a la oficina de la agencia Reuter en Montevideo a preguntarme de dónde había sacado yo ese grabado de Picasso. Que él tenía la colección, estaba seguro, completamente seguro de que tenía todos los Picassos – grabados, reproducciones naturalmente–, y no sabía de dónde yo lo había conseguido. Y, bueno, para mí fue una situación muy violenta, de vergüenza; no podía decirle al hombre la verdad porque la verdad era humillante para él”. Lo cuenta así el propio Onetti en el libro Construcción de la noche,de M.E. Gilio y C. M Dominguez.
Juan Carlos Onetti y Dolly Onetti. Archivo Clarín.
«El Pozo» según el artista Uribe
Con una astuta e impecable hiper resignificación, alabada por la crítica, Pablo Uribe, uno de los mejores artistas uruguayos, quien suele trabajar sobre los conceptos de autoría, original, copia y representación, aportando una obra decisiva, tomó el hecho de la publicación de la primera edición de El Pozo y la relación con Picasso y la firma, en su instalación “Mono”. Desde 2010 suele exponer esta instalación site specific, en formatos distintos. Se ha visto a manera de librería con un solo libro y la estética que suele acompañar a los best sellers, en el Espacio de Arte Contemporáneo; también con libros apilados, desordenados y directamente sobre el piso, rodeando una de las columnas hechas por Clorindo Testa, en el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo, entre otros lugares. El mono es un formato de libro en blanco en la jerga de los diseñadores, una suerte de prototipo que se utiliza en las imprentas para ver físicamente cómo quedará el libro real.
“Lo que hice fue tomar 100 monos de imprenta reales, que corresponden a 100 libros diferentes. Desde libritos mínimos, monos muy chiquitos, desde formatos Biblia a enciclopedias de gran tamaño, y otros libros que de alguna manera también son falsos libros. Hice 100 serigrafías sobre papel kraft, una por una, de acuerdo al tamaño de las tapas, con el dibujo, la firma falsa y el sello de la imprenta en la contratapa, y forré cada uno de los monos”.
Para la historiadora del arte Laura Malosetti Costa, Uribe con esta obra se inscribe en sus líneas más agudas y sostenidas de reflexión crítica: el diálogo desestabilizador con los mitos de origen (El Pozo como punto de partida de la literatura moderna de Uruguay), la discusión del estatuto del autor y su aura mítica, la celebración, entre filosófica y divertida, del fraude y la falsificación en pequeña escala.
Portada de la edición original de El Pozo, con la firma apócrifa de Picasso.
La primera edición de El Pozo tardó más de 20 años en venderse. Se dice que los ejemplares permanecieron en un depósito expuestos a las ratas, los estragos del polvo y la humedad. Algunos ejemplares aún pueden comprarse en internet en Uruguay y España. (Fijarse que tengan el dibujo y la firma falsa de Picasso). Hay otras que se venden como primeras ediciones, pero no lo son. No fue hasta 1965 que se volvió a reeditar.
En la famosa feria de Tristán Narvaja, en Montevideo, apareció hace poco una primera edición de El Pozo que pertenecía a la Biblioteca Nacional de Uruguay, de donde había sido robada. El escritor y librero Juan Rodríguez Laureano, responsable de las librerías Rayuela y Montevideo, la encontró en una caja y la devolvió. El acto de restitución tuvo características de evento nacional.
El personaje central de El Pozo, el indolente, cínico y soñador Eladio Linacero, sostiene: “Es cierto que no sé escribir, pero escribo de mí mismo”. Juan Carlos Onetti, su creador, murió el 30 de mayo de 1994 en Madrid. Pasó su último cuarto de vida literalmente echado en la cama, cuando ya sus libros se vendían bien: escribía, leía novelas detectivescas y tomaba whisky. «Siempre he sacado poca o ninguna utilidad de mis lecturas sobre técnicas y problemas literarios: casi todol o que he aprendido de la divina habilidad de combinar frases y palabras ha sido en críticas de pintura”, sostuvo el maestro.