“Pensar que éramos felices y no nos dábamos cuenta” reflexionó una vez, rememorando el pasado, alguien que había sufrido una tragedia. La frase me impactó. Por eso, ahora procuro hacer consciente el momento en que los tréboles de cuatro hojas florecen y brotan primaveras en pleno invierno.
Todos corremos tras eso. Los libros de autoayuda sobre cómo encontrar la fórmula mágica de la felicidad, se reproducen. Algunos lo intentan con alcohol, pastillas. Otros la buscan en Internet, en el ser mirados, contando likes. Hay quienes arriesgan en el juego, las crypto. Quienes creen que está en la pareja, el sexo, el éxito laboral o un premio. Quienes se retiran a meditar, rezan, aprenden a respirar, practican yoga. Están los que constelan, sanan linaje materno y paterno, danzan bajo la luna, alinean sus chakras con reiki… O toman ayahuasca, prueban peyote, ceremonias del cacao, temazcales… Otros buscan orientación en el tarot, la borra de café, las líneas de la mano o los astros. Los más racionales prefieren terapia (hay mil variantes). Otros esculpen cara y cuerpo apostando pleno a su imagen.
Es como si al venir a este mundo fuésemos lanzados a jugar una búsqueda del tesoro. Cada tanto aparecen pistas aquí y allá. Alguien jura haberla visto, desde un púlpito o en tik tok, tener una selfie con ella… y corremos ahí a mirar. Todos intentamos descifrar por dónde va la cosa, como los adictos a crucigramas buscan esa palabra que falta.
Hace poco me sorprendí escribiendo un whatsapp a alguien con quien compartí una tarde: “fuimos felices hoy, ¿no?”. Y tuve una suerte de “eureka”. Antes del siguiente encuentro, le adelanté otro mensaje: “vamos a ser felices hoy” como una decisión, emitiendo un dnu personal.
Desde entonces se me ocurre extender la sentencia a otras áreas. Y no me refiero a un estado eufórico o a hacer algo extraordinario. Tal vez lo extraordinario sea esa misma disposición. Tengo mil reparos contra la pose mentirosa de alegría perpetua para la foto en redes sociales, o el mandato de estar siempre sonrientes. A veces duele algo (o todo), llueven dudas, los espejos se rompen.
Sin embargo, intuyo que quizá exista una pequeña porción de “tierra” que uno pueda conquistar, sembrar, habitar. Un lugar, no para estar exultante, sino presente. Un espacio donde descalzarse y disfrutar, aunque nada alrededor sea perfecto.
Recuerdo entonces cuando de niña moldeé una mujer en cerámica y al hornearla estalló (y con ella toda mi ilusión de siete años). En un fast forward virtual adelanto la anécdota a cuando después, hice una mucho mejor. Y luego rebobino al momento exacto de ensuciarme las manos otra vez para volver a intentarlo. “Hoy vamos a ser felices”. Aunque el día no prometa nada espectacular, no haya más garantía que las ganas ni constelación a favor, quizá podamos hacer un acto de fe; mandarnos ese whatsapp imaginario. Y así convertirnos, por decisión, en el propio oráculo.
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María Laura GargarellaBio completa
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