“No te olvides de traer una raqueta para las fotos”. Parecería una herejía pedirle a alguien como Guillermo Salatino un elemento complementario que lo vincule al deporte que mamó desde que estaba en un moisés, llevado por mamá Clara para presenciar los partidos de aficionado que jugaba papá Carlos Vicente, hacia fines de 1945, en Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque. Pero termina siendo un acierto: varias veces se abraza con afecto a la Yamaha multicolor que tiene un valor especial en su trayectoria periodística. Se la dio Gabriela Sabatini, el domingo 20 de noviembre de 1994, en el Madison Square Garden, de Nueva York. “No me la regaló: se la gané, fue una apuesta”.
El encuentro es el del Tortugas Country Club, un lugar muy especial en la vida de Salatino, que a los 79 años ha dejado de viajar por el mundo, pero no de sentir el deporte, y mucho menos el tenis. En una de las canchas del Tortugas, cuando tenía 39, firmó su retiro de este deporte jugando un partido contra Enrique Morea, el crack de otros tiempos y un enorme dirigente.
La memoria de Salata es prodigiosa. Recuerda las fechas con asombrosa precisión. Acepta ser calentón, “pero del momento. No soy rencoroso”. Maneja sus propios números como si tuviera un chip: “147 Grand Slams” son los que cubrió, “127 viajes a Europa y 129 a Estados Unidos” son las veces que voló por la profesión y “12” los pasaportes que completó a puro sellado. “Decí que nunca me puse a sumar las millas…”, desliza con una sonrisa.
Tenista amateur, pésimo alumno en el colegio, despachante de Aduana, golfista aficionado apasionado, mascota de Racing, habitante de la noche en la juventud, padre de familia, periodista profesional. Y un “hombre con huevos para soportar los golpes de la vida”, tal como se calificó a la hora de hablar sobre la pérdida de dos de sus cinco hijos. Recordando con emoción a María Angélica, “su ángel” y compañera durante 57 años hasta su partida, en agosto de 2024.
Es raro ya verlo a Salatino sin la pipa. Son otros tiempos. “Tengo seis stents, me detectaron EPOC, hay también dificultades para caminar. Por eso dejé de ir a los torneos. Me retiré en Wimbledon 2022. Me gustaría ir de nuevo, pero de otra manera, no a trabajar 12 horas como hice siempre en los grandes torneos”, aclara. Asegura hasta haber dejado de roncar, “el karma” de sus compañeros de habitación en cada viaje. Usa una máscara (CPAP) que le brinda aire y superó lo que representaba un “serio riesgo de vida”.
Tiene casi un museo personal de recuerdos, no sólo la raqueta con la que Gaby ganó el Masters 94. Admite que su ídolo es Roberto De Vicenzo, con quien compartió un programa de TV durante 10 años. Confiesa que después de perder la final de 2008 creía que Argentina nunca ganaría la Copa Davis. Recuerda sus peleas con Guillermo Vilas, David Nalbandian y Juan Martín del Potro y que “dos de ellos pidieron que me echaran del trabajo”. Salatino es un glosario de anécdotas y experiencias. Un carrusel enriquecedor.
-Sos auténticamente del tenis desde la cuna…
-Sí, mamá me llevaba en el moisés cuando iba a verlo jugar a mi padre. Pero yo quería ser jugador de básquet, porque Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque era el mejor equipo de la Argentina y la base del campeón del mundo del 50. Oscar Furlong, que era muy amigo de papá, le dice: “Mirá, va a ser petiso para jugar al básquet. ¿Por qué no juega al tenis? Tiene condiciones”. Y empecé con el tenis a los 5. A los 11 empecé a competir. Me vio Alejo Russell, que trabajaba en Slazenger y mi padre era importador de Slazenger. “Ché, tu hijo juega bien, ¿no querés que lo lleve al Buenos Aires? Yo lo hago entrar”. Y ahí arranqué.
-¿Pero tenías fantasías de tenista profesional o lo hacías como un pasatiempo?
-A los 16, 17 años era de los dos o tres mejores juniors. El número 1 era Julián Ganzábal, que tenía cancha en la casa y me invita a hacer una pretemporada, con Jorge Cerdá, del CASI. Toda la semana. Y cuando llega el sábado le digo: “¿Qué hacemos esta noche?”. Julián me contesta: “Nada, acostarse temprano, porque mañana a las 6 de la mañana se hace gimnasia”. Le aclaré que iba a salir. “Si salís no vuelvas”, me respondió. Y salí. Ese día decidí que iba a jugar al tenis, pero que no sería tenista. Ahora lo critico a Alcaraz porque se va a Ibiza… Pero yo hice un poco eso, y sin las condiciones de Alcaraz, jaja.
-Te gustaba disfrutar.
-Sí. Iba a jugar finales sin dormir. Por eso, casi sin querer, me fue mucho mejor en dobles que en singles. Yo sacaba y voleaba bien. Nunca tuve drive. Alejo Rusell me enseñó a sacar, a volear y a pegar al revés, que era lo bueno que tenía él. Y me hice más doblista. Mi especialidad, todos se ríen, fue el doble mixto. Gané muchos torneos y perdí muchas finales. En singles le hacía partido a los buenos, pero no les ganaba. Sería N° 12, 13.
-¿Era un problema tenístico o del bocho?
-No, no me daba el cuero. Mi fuerte era la cabeza, tenía mucha garra, como para la vida: siempre para adelante. Al golf, un swing horrible. Aprendí sin tomar clases. En el tenis, le ganaba a tipos que jugaban mejor. Un día le gané en un República a Panchito Mastelli, que era muy bueno, 6-2 y 6-1. “Yo no sé cómo puedo perder con vos”, me tiró. “Tenés razón, si yo pierdo conmigo, dejo el tenis”, le respondí. Yo no jugaba bien, pero te comía la yugular, dejaba la vida en cada pelota. Así fui en la vida en general.
-En esos tiempos no se veía nada del tenis internacional.
-No, pero iban a la Argentina. Jugué con Roy Emerson, con Ilie Nastase, con Zeljko Franulovic, con Manolo Santana. La única vez que representé a la Argentina fue en los Juegos Rioplatenses contra Uruguay. En aquel momento sólo salía el número 1. Estaban Enrique Morea, Tato Soriano, Julián Ganzábal, Cachito Aubone, Ricardo Cano. En Wimbledon o en Roland Garros te tenían que invitar para jugar. Pero no me dediqué al tenis, no era profesional. Nosotros jugábamos por la medalla y la copa. Hoy, si te metés entre los 100 primeros, o un Zeballos que llegó a 1 jugando dobles, vos podés vivir y ganar una plata que no gana la gente en los laburos normales. En mi época no existía eso. No había la motivación de la plata para decir “de esto yo puedo vivir y hacerme millonario” como son ahora los tenistas.
-Esa era la faceta deportiva. ¿Estudiabas?
-Fui un pésimo alumno. Jugaba todos los días al tenis menos los lunes. Tres, cuatro horas. Dejaba los libros en el baúl en el baúl del auto y a la mañana los agarraba para ir al colegio. Me llevaba once materias y las daba en diciembre o en marzo. Después se me ocurrió estudiar abogacía. Aprobé tres materias y me agarró la colimba. Ya no volví. Y trabajé con mi padre, que tenía una empresa de importación/exportación y fue mi ejemplo de honestidad. Me recibí de despachante de Aduana, pero no me gustaba. Laburaba de 7 a 14. Chequeaba en el puerto y después me iba al Buenos Aires.
-¿Y cómo fue tu lazo con el periodismo?
-Cuando tenía 28 gano el Argentino y me hacen una nota. Y el tipo me dice: “Che, tenés condiciones para hablar por radio”. Héctor Arrigo tenía un programa de tenis los domingos por la noche y me invita. Y me divirtió mucho. Era mi última etapa de jugador. Juan José Moro ya estaba. Me iba a la cabina a ver cómo trabajaba. Hacía comentarios por radio con él.
-¿Trabajaste con Moro entonces? ¡Qué dupla!
-¡Por supuesto que nunca me pagó! Era en Rivadavia. Estudié en el Círculo de Periodistas Deportivos. La vida tiene casualidades. En el 76 estaba haciendo un programa que se llamaba Echos de Atlanta en Radio Antártida. Iba caminando para entrenarme y me cruzo con Mario Posse Romero. Me dice “Voy a transmitir por televisión el Abierto de la República. Se enfermó mi compañero. ¿Te animás a comentar?”. Le digo “Si vos te animás…”. Y transmitimos todo el Abierto. Vilas le gana a Jaime Fillol la final. Viene el productor, me deja la tarjeta y me dice: “Mañana pasá a cobrar”. Miro la tarjeta: Fernando Marín. Voy al día siguiente, me da un cheque que nunca soñé, me levanto para darle la mano y me dice “Sentate”. Y me tira un contrato. ¡Marín! Me dice: “Acabo de comprar los derechos para transmitir a Vilas por Canal 9 por cinco años y quiero que transmitas vos”. Trabajé hasta el 82 con él. Con Pancho Ibáñez y el Negro Eguía, fundamos Sport 80 en Mitre. Después llegó Víctor Hugo. Fue una revolución ese programa.
-En esos años llegó tu retiro del tenis amateur, acá en Tortugas.
-Sí, jugando contra Enrique Morea. Me quedé duro. Al día siguiente me fui por dos semanas a un crucero con mi mujer. ¡Fui una momia! Cuando volvemos lo voy a ver a Román Rostagno. Mira mi placa y dice “uhhhh”. Le acoto: “Ya sé, tengo mal la quinta y sexta lumbar”. Fue lapidario: “La quinta y sexta, la cuarta y tercera, la segunda. Tenés todos los discos rotos. Rompiste los amortiguadores”. No pude jugar más. Tenía 39.
-¿Y cómo lo procesaste?
-Mi hermano Jorge jugaba muy bien al golf, fue scratch. Se me ocurrió que el golf podía ser una terapia para no extrañar tanto al tenis. ¡Me agarré un fanatismo terrible! El golf fue mi diván.
-Se habla de una famosa apuesta con golfistas….
-Ja. En un avión, volviendo de Córdoba. Estaban De Vicenzo, Fidel De Luca, Cacho Ruiz. Nosotros éramos Morea, Soriano, Felipe Goñi, Cachito Aubone. Nos decían que jugábamos “un deporte de mariquitas”. ¡Éramos sólo 70.000 los que practicábamos tenis en esa época! Era un deporte de elite. Vilas lo llevó a 3 millones. En golf habían ganado la Copa Canadá, que era un campeonato del mundo. “Ustedes son los mejores y con esa panza, no es serio”, los cargábamos. Broma va, broma viene, salió la apuesta: “Nosotros en un año llegamos a una cifra en golf. A ver si ustedes llegan al menos a jugar en Intermedia de tenis”. ¡Y llegamos!
-¿Y los golfistas?
-No, con esa panza qué iban a jugar al tenis…No podían.
-No te costó entonces el paso de un deporte a otro.
-No, por lo mismo que te decía: mi mentalidad. Porque yo hacía menos golpes que los tipos que me sacaban 50 yardas. Cuando llegaba al green, metía de todos lados. Veía el hoyo como una cacerola. Me tenía fe. Y siempre tuve una gran concentración.
-En el tenis por ahí hacés 3, 4 dobles faltas, pero a lo largo de dos horas te divertís, ganes o pierdas. En el golf puede pasar que estés 3 horas y media jugando bien y que un solo tiro te amargue toda la vuelta. ¿Por qué es tan ingrato?
-Lo he hablado con De Vicenzo, mi ídolo deportivo, Gardel. Y también con otros dos grandes amigos, como el Chino Fernández y el Gato Romero. Todos coincidimos en que el golf es el deporte más difícil que hay. Muy fácil de aprender, pero muy difícil de jugar bien. Los mismos profesionales, cuando van al tee del 1 no saben cuánto van a hacer, si 70 u 80, incluido Tiger Woods. Es el deporte más imprevisible que hay. Tenés que jugar los 18 hoyos concentrado.
-¿Cómo lo definirías?
-Es el deporte de los humildes. En cuanto te agrandaste, te da un sopapo. Un deporte muy difícil y absolutamente mental. Ves a un futbolista en una definición por penales, esos 40 metros que camina desde el medio de la cancha… Al final, no lo patea con el pie, lo patea con la cabeza. En el golf es peor: es como jugar un match point de tenis en cada tiro. Y además, hay una enorme diferencia entre jugar una práctica y tener la tarjeta del bolsillo. Son todos campeones de entrenamiento, pero cuando tenés la tarjeta en el bolsillo, te pesa una barbaridad. Ahora, es apasionante: puedo estar 5 ó 6 horas mirando golf por televisión. Y un partido de tenis, para que vea eso, sólo un Djokovic-Nadal, un Nadal-Federer. Conclusión: si no sos loco por el golf, no sos golfista. El golfista está loco.
-Decís que Roberto es tu ídolo deportivo. Tenés un trofeo muy preciado de él, un regalo.
-Sí. Hay un museo Roberto De Vicenzo de la Asociación Argentina de Golf, con palos, bolsas, recuerdos. Cuando hacíamos el programa de TV (Golf de Primera), una vez por mes sortéabamos una bolsa de palos. El ganador jugaba con nosotros y un invitado, que podía ser el Beto Alonso. Una de esas veces, cuando nos vamos, pongo mis palos en el baúl y escucho: “Esperá Grandote, no lo cierres”. Y saca una bolsa de palos. “Mirá, en el museo no le pasan ni el plumero. Yo sé que le vas a dar el valor que realmente tiene”. ¡Es la bolsa de palos que le dieron cuando entró en el Hall de la Fama! Me la regaló y la tengo en el living de mi casa. Fue un ejemplo de deportista. Como persona…
-¿Era así como se lo veía, ocurrente y simple?
-La humildad de Roberto era increíble. Él no tenía la menor idea de quién era. De Vicenzo no supo que cambió el golf en Argentina. Si cuando ganó el Open Británico en el 67, o lo que le pasó en Augusta 68 con la tarjeta, hubiera habido televisión, a lo mejor provocaba en el golf lo que hizo Vilas con el tenis.
-Tenés otras reliquias de los tenistas, ¿no?
-Casi un museo de cosas. Lo bueno es que no pedí ninguna: me las regalaron.
-¿Cuál es la más especial?
-Tengo una raqueta de Gaudio de cuando ganó Roland Garros. Se la regaló a mi hijo, Alejandro, que no está ya hace 15 años y era fanático de Gaudio. Fue a verlo al Buenos Aires, Gastón sabía que tenía cáncer y lo quería mucho. Le regaló esa raqueta. También tengo una de Coria de esa final de 2004. Otra es la de Gabriela Sabatini del 85, cuando gana su primer título en Tokio. Una Prince Pro, la verde. Esa raqueta no existe más porque se me incendió un cuarto y medio de mi casa y ahí estaba la raqueta… Pero después me dio otra más importante, la de las fotos. Se la gané.
-¿Cómo es la historia?
-Cuando ella pierde con Mary Joe Fernandez ese partido increíble en Roland Garros 93, no ganó nunca más un torneo. Voy al Masters 94, en el Madison de Nueva York, y no sé por qué soñé que lo ganaba Gaby. Unos días antes, desayunando con ella, le cuento el sueño. “¡Vos estás loco! Como estoy jugando…Y encima me toca Martina (Navratilova) en el debut, es su despedida del tenis”. Entonces, le retruco: “Mirá, vas a ganar el torneo y la raqueta con la que ganés el match point es para mí”. Le ganó a Martina, a Zvereva, a Novotna, a Davenport la final y cuando terminó todo, me la dio. Pero esa no me la regaló, ¿eh? Fue una apuesta.
-¿Qué más hay en el museo?
-Tengo las zapatillas de Del Potro. Le dije a los 15 años que iba a ser el número uno del mundo y un fenómeno. Le jugué una raqueta. Se lo recordé en un Masters de Londres después de un desencuentro que habíamos tenido. Él estaba con el problema de que sólo tenía tres raquetas de las Wilson. Me dice “mirá, no tengo raqueta para darte, pero te doy mis zapatillas firmadas”. Tengo sus zapatillas, que parecen esquíes. Tengo unas también de Mariano Zabaleta. Tengo unas cuantas cositas que ahora ya ni sé dónde están porque me mudé y mis hijas se ocuparon de todo. No quiero volver a mi casa porque me falta mi mujer.
Los momentos más duros de la vida
La charla toca la parte familiar, un aspecto muy sensible para Salatino. Con la pérdida de sus dos primeros hijos, los varones (Guillermito y Alejandro), y más recientemente de María Angélica Fracassi, su mujer, “su ángel”. Los afectos brotan a la par de los recuerdos.
“La única virtud que me dio el barba fue la memoria. Y huevos. Que vienen por necesidad, ¿no? Para continuar. Cuando se te mueren dos hijos, o te tirás de un séptimo piso o le das para adelante. Te hacés macho».
-Mencionás a María Angélica, de un valor inconmensurable en tu vida, a nivel familiar y profesional.
-Angélica fue fundamental para que yo estudiara periodismo. Era psicopedagoga. Me dijo algo que después lo usé con mis hijos: “Hay una vida sola y tienes que hacer lo que te gusta pues no hay otra oportunidad”. Lo que siempre digo de “subirse al tren” me pasó a mi en el 76 cuando me contrataron para la televisión. Hacía 7 años que nos habíamos casado y ya habíamos tenido 3 hijos. “¿Te gusta el periodismo? Estudiá periodismo”, fueron sus palabras. Me cambió la vida. A mis hijos les dije: “No me interesa tener un cuadro de abogado, de médico, colgado acá: hagan lo que ustedes quieran”. Agustina, la más chica, es musicoterapeuta. La del medio, Sofía, es psicopedagoga. Y Carola, la más grande, adoptó dos chicos autistas y se dedica a ellos. Estudió física, matemáticas, pero la vocación de ella era ser vendedora. Se casó, no pudieron tener hijos. Cuando fueron a adoptar en Pilar, les dijeron: “Acá hay dos hermanos mellizos que nadie los quiere porque son autistas”. Los adoptaron y hoy tienen 14 años. Viven para los hijos.
-¿Qué fue Angélica en tu vida?
-¡Todo! ¡Todo! No habría sido lo que fui de no ser por ella. La conocí el 2 de marzo del 68.
-Tu memoria con las fechas es notable.
-La única virtud que me dio el barba fue la memoria. Y huevos. Que vienen por necesidad, ¿no? Para continuar. Cuando se te mueren dos hijos, o te tirás de un séptimo piso o le das para adelante. Te hacés macho.
-¿Cómo fue esa noche que la conociste a Angélica?
-Estaba jugando a las cartas en el Buenos Aires. Y pasa Ricardo Aubone y me invita a una fiesta. “Es de la gente con la que estuvimos en Punta del Este. Hay una rubia espectacular, que está bárbara, y no le dio bola a nadie”. Y como me gustan los desafíos, me entusiasmó. Cuando llegamos, me di cuenta enseguida cuál era: estaba sentada hablando con un tipo. Que se fue a buscar un whisky y cuando volvió yo ya estaba bailando con ella. Nos pusimos de novios el 17 de marzo, nos comprometimos a los seis meses y nos casamos al año. Yo era un atorrante, me gustaba la noche, casi un irresponsable. La tenía fácil, mi padre tenía plata. Tenía auto, bulo, Mau-Mau. Me iba bien con las chicas. Me enganché como un loco.
-Te cambió la vida.
-Después descubrí un ángel. Me ayudó, me enseñó a vivir, me hizo responsable, un tipo serio. Me dio cinco hijos. Me acompañó, me bancó, me extrañó. Le hizo daño mis viajes y nunca me lo reprochó. Mis hijas sí, y mi hijo también. Cuando Alejandro cumplió 18 años yo estaba en Roland Garros. Lo llamo por teléfono, era el 25 de mayo, y le digo: “¿Qué querés que te lleve de regalo?”. Y me responde: “A vos te quiero, viejo”. En esa época me iba dos meses y medio. Montecarlo, Roma, Düsseldorf, Roland Garros, venía Angélica dos semanas y después me quedaba para Wimbledon. Mis hijas en un momento dado me dijeron “Pará, basta”. Alejandro hizo de padre, la cuidó. Fue fundamental. Cuando yo no estaba, él se encargó de la familia. Fueron 57 años con ella. Falleció el 16 de agosto del año pasado.
-Nombraste a Alejandro, a quien conocía. Pero antes nació Guillermito.
-Sí, el 20 de enero del 70. Nació microcéfalo. Un tema de mala praxis, por el fórceps. Fue en la clínica Marini, que por suerte no existe más. El 25 de mayo del 71 nació Alejandro. Y después las tres chicas.
-Alejandro fue tu compañero de fierro.
-Mi ídolo, sí. Un tipo excepcional desde todo punto de vista. Muy querido. Está lleno de amigos. Mirá, en Torneos había 700 personas trabajando: creo que en su entierro estaban las 700. Era tan buen tipo que tenía una novia con quien vivió tres años y medio y le dijo “no me voy a casar con vos porque te quiero demasiado y sé que te voy a engañar”. Le podías dar la espalda que no te iba a clavar un cuchillo. Muy divertido, con mucho carácter: si se enojaba… Era un caballo que medía 1,90m. Hacía pesas y boxeaba. Una vez íbamos caminando por la 9 de Julio y un hombre me quiso robar el reloj. Lo agarró del cogote, lo levantó y le dijo: “Mirá, si te pego, te mando al hospital”. Nunca le pegó a nadie. Los tipos que boxean no pegan en la calle, son peligrosos. Como los pilotos de autos que no corren. He andado con Fangio y con Reutemann por la calle en auto y van a 60.
-¿Lo llevaste a Fangio en el auto?
-No, manejaba él. Era la única manera de hacerle una entrevista por sus compromisos. “Si venís conmigo, vamos charlando en el auto”, me aclaró. Subí al auto con él. Iba a 60. Le pregunto: “¿Siempre va despacio?”. Y me dice: “Siempre. Rápido voy en el autódromo”.
-¿De Lole eras amigo no?
-Sí, muy amigo. Cuando hicimos el programa “Sin Anestesia”, recuerdo que Lole odiaba las cámaras. Ya era político. Cuando nos juntábamos no salía la política en la charla: hablábamos de golf y de tenis, justo los dos deportes que él seguía mucho.
Sus grandes peleas: los motivos
-Hablemos de Vilas. Un monstruo que cambió el deporte y con quien también estuviste enfrentado en una época.
-Es una historia de amor y odio. Lo conocí a los 10 años. Yo estaba entrenando con Jorge Martínez en el Náutico de Mar del Plata, el actor, un gran jugador de tenis. Viene un señor con dos chicos: uno rubiecito y otro peladito. El rubiecito pelotea conmigo: un talento descomunal. El peladito, con una gorrita, pelotea con Jorge y nos llamó la atención porque jugaba todo enroscado. El top spin no existía. Jugamos media hora y nos fuimos a comer. El rubiecito se fue a la playa y el peladito se fue al frontón. Después de tres horas, el peladito seguía en el frontón. Cuando nos vamos, saludamos al señor que los había traído. “Soy el escribano Roque Vilas, el presidente del club. Y el papá de Guillermo, que está en el frontón”. Ahí me di cuenta de lo que iba a ser Vilas. Después a los 15 años, 16, fue a Buenos Aires. Y jugó en la primera del Buenos Aires en el 68, 69, 70, 71. De los cuatro ganamos tres y perdimos una final.
-¿Cómo era ese Vilas?
-Antes de que llegara Guillermo, la preparación física era jugar tres sets y dar una vuelta al lago de Palermo. Llega Vilas: cinco horas de tenis, media hora de saques en lugar de 15 minutos y dos vueltas al lago en vez de una. Eso era Vilas. Después, comía dos bifes de chorizo con dos ensaladas, yogur con ensalada de fruta. ¡Era una bestia! Decía que quería ser abogado, pero quería ser el número uno del mundo. Tenía siete tipos para entrenar.
-¿Siete?
-Un verano alquilo en Mar del Plata. Me pasó a buscar a las 7 y vamos a correr. Se entrenaba siete horas y tenía siete tipos. Yo era uno de los siete. Como sacaba y voleaba bien, conmigo practicaba de devolución y passíng. Tomasito Lynch le pasaba bolas, Bicho Romani le jugaba con top. Estaba también Zeballos, el papá de Horacito. Ibamos a correr a Punta Mogotes, donde no había nada más que arena. Vilas se ponía zapatos con pesas para fortalecer las piernas porque se acalambraba. Él corría por la arena y yo por la vereda. Ida y vuelta. Por eso jugaba 7 horas y fue lo que fue. ¡Un animal!
-Y pasaron de amigos a enemigos…
-Fuimos muy, muy amigos. Ha dormido en casa. Hasta que llegó la famosa solicitada del año 80, del partido con Checoslovaquia por las semifinales de la Davis. En contra de Horacio Billoch Caride, que curiosamente era su manager. Fue un escándalo. Un bochorno esa Copa Davis, porque no se pusieron de acuerdo con la plata. Él y Batata Clerc contra la Asociación Argentina de tenis.
-¿Vos te peleaste ahí?
-Oscar Furlong era el capitán. Y era vicepresidente de la AAT. Muy amigo de Guillermo. Yo escribía en La Prensa. Estaba en Video Show. Una noche lo llevaron a Video Show y le hicieron una entrevista muy polémica. Y Vilas dijo que la había programado yo, quien justamente estaba en contra de esa nota y no la quise hacer. No estaba de acuerdo ni con Vilas ni con la Asociación de Tenis. La semana anterior ni Vilas ni Clerc jugaban. Billoch Caride me pregunta si lo podía convencer a Vilas. Viajé con Marín a Nueva York. Lo cuento en “Séptimo Game”, uno de mis libros. Había un millón de dólares en juego. Entonces Marín termina negociando con Tiriac: 50% para cada uno. Y Guillermo dijo que había donado esa plata. Pero no la donó. Lo que donó fue el importe del auspicio de la vincha, unos 60.000 dólares. Pierden un partido que no debían perder. Ahí yo escribí: “Que raro que Vilas ponga excusas porque nunca las puso”. Y que “Lendl no sólo le ganó hoy, sino que le va a ganar varias veces”. Y resulta que después le ganó seis veces seguidas. Y Vilas llamó a La Prensa y a Canal 9 para que me echaran. Ahí por supuesto no le di más bola. ¡Por 20 años!
-O sea que llegaron hasta el 2000 sin hablarse.
-Nada. En los torneos yo ponía el grabador y le preguntaba Moro. Y como Clerc no le daba bola a Juano, nos intercambiábamos las notas. En el año 2000, De La Rúa declara al Buenos Aires Lawn Tennis “de Interés Nacional”. Billoch Caride, el presidente, invita a cinco o seis socios, entre los que estábamos Vilas y yo. Estábamos parados y de pronto siento un sopapo fuerte en la espalda. Me mira y me dice: “Estamos grandes para estar peleados”. Le contesto: “Sí, Nene”. Nos dimos un abrazo sin decirnos nada. Y volvimos a ser íntimos amigos. Cuando murió Alejandro fue, de todo el mundo que me llamó, el tipo que mejor me habló. En media hora descubrí que el Guillermo que todos conocemos es un personaje. En realidad, es un tipo muy sensato, muy inteligente y muy bueno. Muy generoso. Todo lo contrario de lo que uno imagina acerca de su soberbia, de sus complejos de no ser reconocido. Un tipazo. A mí ahí me ganó.
-¿Qué representa Vilas en tu vida?
-Me dio todo. Desde salir campeón interclubes a transmitir todas sus victorias por televisión. Mi primera transmisión vía satélite fue en Forest Hills 77 cuando le ganó a Jimmy Connors. Fue por Canal 9: cortaron el partido para Argentina porque había un solo satélite, el problema era de Estados Unidos. Lo seguimos grabando en vivo. Lo pasaron a la noche, en diferido, e hizo 42 puntos de rating. ¡Una locura! Mirá todo lo que me une a Vilas.
-¿Y te emocionaba verlo jugar?
-Siempre admiré que corría hasta las que se iban afuera. Tenía las virtudes que tiene que tener un deportista dentro de una cancha. La mentalidad de un tipo que quiere ser el mejor. Su techo era ser número 1. Admiré su espíritu, la garra, dedicación, el cuidado. Se pasó cuatro años sin una mujer, sin tomar alcohol, detrás de un objetivo. Contrató al mejor coach. Todos te cobraban el 10%, pero Tiriac le cobraba el 50%: “Pero te voy a hacer el número 1”, le dijo. Cuanto más difícil era, mejor jugaba. Se le escapó un smash por dos centímetros en la final de Roland Garros 82 contra Mats Wilander. Era para que ganara en tres sets corridos y su segundo Grand Slam en París. Después de esa pelota se desmoronó. ¡Pero tenía una moral! Una mentalidad como deportista para copiar. Obsesivo.
-Tenías una debilidad especial por Sabatini. ¿Por qué?
-Porque a Gaby la vi jugar por primera vez a los 10 años. Volví a La Prensa y le dije a Mario Posse Romero, que era el jefe de deportes: “Acabo de ver un monstruo. Futura campeona del mundo. No la conoce nadie, tiene 10 años, dos colitas de caballo, la raqueta es más grandota que ella. Les gana a las de 18. Parece de otro mundo”. Al día siguiente el padre, Osvaldo, me agradece. Me hice amigo de los padres. Y cuando Gaby empezó a viajar con Mercedes Paz, yo viajaba mucho, ellas estaban solas y las acompañé. Y para mí fue como una hija. Las dos: a Mecha la quiero como a Gaby. Y a partir de Montecarlo 84, donde estuve al lado de ella, nunca más me separé.
-La relación fue creciendo.
-La aconsejé en algunos casos, a buscar entrenador a pedido de Osvaldo, que contra lo que opina mucha gente nunca se metió en su tenis porque no entendía nada. Entonces me preguntaba a mí por el tema de las raquetas, de los entrenadores. Le propuse que contratara a Tito Vázquez, que no se pusieran de acuerdo, porque Tito le quería cambiar el raquetón para que usara la raqueta más chica. Lo de Ángel Jiménez fue cosa de ella, no sé por dónde apareció. Pero me dio su amistad. Ahora hace como un año que no hablamos, pero el sentimiento es el mismo.
-Vuelvo a tus encontronazos. Ya hablamos de Vilas. ¿Algún otro?
-Fueron tres: Vilas, Del Potro y Nalbandian.
-Pero si Delpo te regaló sus zapatillas…
-Del Potro me dejó colgado para “Sin anestesia”, con tres cámaras y diez personas. Me citó en el Tenis Club Argentino. Estaba haciendo gimnasia en el fondo. Y se fue por otra puerta. A los dos años, estaba en Wimbledon y me viene a buscar Nicola Arzani, de la ATP. “Guillermo, ¿me acompañás?”. Y cuando llego me estaba esperando Del Potro. “Me debo una disculpa con vos, estuve mal, me equivoqué. Te pido perdón”. Tengo la suerte de no ser ni rencoroso ni resentido. Nos dimos un abrazo. Se terminó. Después de eso me regaló las zapatillas.
-Nos falta David Nalbandian. ¿Cuál fue el motivo de la pelea?
-Con David tenía una relación que…Cuando en 1998 ganó el US Open junior venciendo a Federer, subió hasta la cabina para hacer una nota. Después lo invité a que hablara con su familia si quería, y habló con todos, una media hora. Ningún drama. Buena onda. Años después, va a Estoril, que se jugaba la semana siguiente del Rally de Córdoba. Estuvo ahí en las sierras una semana sin tocar la raqueta y llegó a Portugal el martes a la mañana. Debutaba el martes a la tarde…Era el 3 del mundo. Entonces dije por televisión: “El 3 del mundo no debe hacer lo que está haciendo Nalbandian y sabiendo que va a ganar no solamente hoy a Nicolás Mahut, sino el torneo. Pero no es lo que corresponde que haga un profesional y 3 del mundo. No entrenarse una semana, viajar y llegar el día del partido después de 17 horas de vuelo”. ¿Qué hizo? Llamó a Fox para que me echaran. Medio tonto lo que hizo, porque mi hijo era productor de Fox y se enteró a los 2 minutos.
-Te quiso echar todo el mundo al final.
-Y, no les gusta. Por eso siempre digo que “son todos buenos hasta que son buenos”. Fijate que todos fueron muy amigos míos en sus comienzos. Del Potro no pidió que me echen, pero Vilas y Nalbandian sí.
-¿Hubo pipa de la paz con David?
-Sí, hicimos un programa de “Sin anestesia” y nos arreglamos. Yo soy calentón en el momento. Zabaleta supo decir en entrevistas que “el peligro es Salatino. Tenés la tranquilidad de que no te va a traicionar, pero dice lo que piensa”. A veces escucho, en transmisiones de TV, que elogian al argentino cuando gana un punto y cuando lo erra elogian al rival. Nunca critican al argentino. Amigos son mis amigos. Este es mi laburo, esta es mi profesión. Si jugás bien, te felicito. Si jugás mal, jugaste mal.
-Lo básico del periodismo profesional
-Exacto. Ninguno me puede decir que me metí con su vida personal. Y sé la vida personal de cada uno. Todo con detalles. Podría tirar abajo ídolos. Jamás me van a escuchar hablar de algo que no sea específicamente de lo técnico. O de un resultado. Sí me pueden criticar que no les gusta lo que opino. Pero jamás te voy a traicionar y nunca me voy a meter en la vida privada. Si yo escribo un libro con lo que sé de muchos jugadores, hago un best-seller.
-Copa Davis. Pasamos muchas tristezas y amarguras, frustraciones como la de la final de Mar del Plata, hasta que finalmente se ganó en 2016 en Croacia. ¿Qué te significó, después de todas las vivencias anteriores, ese momento?
-Estuve en todas las finales, pero me acuerdo que cuando perdimos la de Mar del Plata en 2008 dije que “si no ganamos ésta, no la ganamos nunca más”. Y prometí que “si la ganamos, cruzo la cancha de rodillas”. Esa vez la perdimos nosotros. Del Potro salió llorando a jugar: Nalbandian lo insultó antes de salir a la cancha. Estaban peleadísimos. Durante la semana, los que estaban en Mar del Plata se vinieron en un avión privado al casamiento de Chela. Hicieron todo mal, eligieron una cancha rápida para ellos. Al no jugar Nadal, convenía jugar en tierra contra Verdasco y Feliciano López. O sea, priorizaron el negocio, la plata por encima de la Copa Davis. Pero porque creían que ganaban, subestimaron.
Las otras, la del 81, Vilas-Clerc contra McEnroe, Tanner y Fleming en la cancha de hielo, no se estuvo lejos. Después las que perdimos con Rusia y Sevilla, también se peleó dignamente, jugaron a los que tenían que jugar, todo bien. Pero la de Mar del Plata la masacramos. Y la de Croacia casi fue una proeza.
-El milagro que pocos imaginaban.
-Nunca pensé que Delbonis pudiera jugar como jugó. Yo no sé si él tiene conciencia de lo que estaba en juego para jugar de esa manera. Jugó como si estuviera en Azul en un partido con el primo, pero contra Karlovic, el tipo más alto de la historia del tenis, con uno de los saques más terribles que hay en la cancha de hielo. Relaté llorando el match point. En la radio lo repetían, lo repetían. Me daba vergüenza. Claro, radialmente estaba transmitiendo una emoción. Profesionalmente, no me gustó nada, pero era lo que estaba sintiendo: que por fin estábamos ganando la Copa Davis cuando estaba convencido de que no la ganábamos nunca más.
-Y cumpliste la promesa.
-¡Claro! Dos días antes de ir a Croacia estaba en el Masters de Londres, me pisé los cordones y me caí. Me hice pelota las rodillas. Así tenía que cumplir la promesa…Por eso, en vez de cumplirla a lo largo de la cancha, la hice a lo ancho, si no, no llegaba. En la conferencia de prensa, los chicos dijeron “Nosotros la cumplimos, ahora el que tiene que cumplir sos vos”. La cumplí porque integra uno de los dos momentos más emocionantes de mi trayectoria periodística. La victoria de Gaby en el Abierto de Estados Unidos 90 y la Copa Davis. No me preguntés cuál de los dos es la más. Lo mismo que si Gaby hubiera ganado Wimbledon en el 91, cuando estuvo a dos puntos. Nunca pensé que íbamos a ganar la Copa Davis. Y menos después del sorteo que nos tocó, con todas las series de visitantes.
Además, siempre tuvimos dos buenos y yo creo que ahí estuvo la clave. Toda la vida tuvimos problemas en la Copa Davis con los equipos porque teníamos dos caciques, ahí había uno solo (Del Potro) y el resto lo seguía. Estuvo muy inteligente Orsanic en cómo manejó todo: el clima, daba tranquilidad, serenidad. No estaba a favor de que Orsanic fuera capitán de la Copa Davis, pero reconozco que tuvo un trabajo fantástico de equipo. En Croacia fue un equipo y fue la clave.
-Vamos con tus preferidos. El Top 5 de jugadores argentinos. Ambos sexos.
-Vilas, Sabatini, Del Potro, Nalbandian…Para mí Nalbandian fue el gran desperdicio del tenis. Pero me falta el quinto: Coria. Me da mucha pena dejar a un campeón de Roland Garros como Gaudio afuera de los 5. Pero si me preguntás cuál fue el mejor jugador de tenis conceptualmente, digo Nalbandian. Un sabio jugador de ajedrez, un sabio dentro de la cancha de tenis. Un tipo que sabía la jugada cinco tiros antes. Capaz de jugar con 4 o 5 kilos de más sin entrenarse. Debería haber sido el número 1 del mundo. Es más, si le ganaba a Baghdatis en la semifinal de Australia 2006 (estaba dos sets arriba y perdió en cinco) era 1 del mundo. Fue después de ganar el Masters. Un tipo que se va a pescar, lo llaman por teléfono y le dicen “vení a Shanghai”, saca la caña de pescar, pone la raqueta, vuela 36 horas y va y gana el Masters, venciendo a Federer en la final incluido en cinco sets, es un monstruo. Eso no lo hace ningún tipo normal: lo hace un grande. Y Nalbandian como jugador de tenis fue un grande. Pero no cumplió con las expectativas, con las posibilidades que él podría haber tenido.
-¿Y el top 5 mundial?
-Se me hace muy difícil porque soy muy viejo. Entonces yo tengo que poner a Rod Laver, a quien la mayoría no vio jugar. Nadie más ganó dos veces el Grand Slam completo. Es cierto que 3 de los 4 Grand Slams eran sobre pasto. ¿El mejor? Entramos en un debate. Para mi es Djokovic: el que salta 2 metros es mejor que el que salta 1,99m. El que más ganó es Djokovic. Ahora bien, si yo tengo que comprar una entrada la compro por Federer. Entonces, ¿cuál es el mejor? Djokovic. Pero el que más me gustó fue Federer.
-Djokovic, Laver, Federer. Sigamos.
-John McEnroe. Fui fanático de McEnroe como jugador de tenis: como persona casi que lo desprecio. Un ratón que pese a tener millones de dólares pasa por la sala de prensa del US Open para ir a comer al restorán de periodistas con el ticket que le regalan y va caminando mirando al techo y no saluda ni te habla…Un terrible soberbio. ¿En la cancha? Cuando te dicen que la raqueta es la prolongación de la mano, ése era McEnroe. Y el quinto, Pete Sampras. El mejor sacador que vi. Era como Steffi Graf: el ace siempre en los 40-30 o 30-40. Sampras tenía la mejor volea y una derecha a la carrera única. Por encima de Björn Borg. Y saco de la lista a Jimmy Connors. Fue el que más me divirtió. Como personaje, como espectáculo. Era un showman. Y Andy Murray es otro por el que pagaba una entrada. Otro sabio dentro de la cancha.
-¿El mejor de los Grand Slam?
-Wimbledon. Tiene olor a tenis. Es la catedral. Ahí se inventó. Y ese es el torneo. Para los argentinos es Roland Garros por una cuestión lógica: el polvo de ladrillo. Pero Wimbledon es el que todos quieren ganar. Los que ganaron los dos torneos te dicen que Wimbledon es el mejor. Y el que más me gusta es Australia. Me parece fantástico por la organización, por el australiano, que entiende de tenis y aplaude no sólo a los australianos. Es un inglés con sentido del humor.
-¿Extrañás los viajes?
-La pandemia me ayudó. Cuando me di cuenta que no extrañaba después de ver todo durante un año por televisión, dije “bueno, me puedo retirar”. Siempre tuve temor, como el deportista, a ese día después. Fueron 45 años. Son muchos. Era mi rutina. Fueron 147 Grand Slams: 43 Wimbledon, 43 Roland Garros, 43 US Open, 18 Australia, más todas las Copas Davis. Sólo falté a 4 o 5. Hasta me dieron una réplica en Zagreb 2016 como la que tienen los jugadores por haber sido el periodista que más veces cubrió series del torneo desde 1976.
-¿El lugar que más te haya impactado por la razón que fuera?
-Israel. Fui hace 10 años con mi mujer. Fuimos a ver primero al papa Francisco. Angélica era muy creyente, muy católica y quería ir adonde había nacido Jesús. Si hoy tuviera que elegir adónde volver, sería a Israel. Jerusalén. Es conmovedor. París es mi ciudad preferida. Haría un podio con París-Roma-Londres. Antes era Londres la primera, pero fui mutando.
-Tus ronquidos son conocidos en el circuito. El Bicho Romani se fue con el colchón a la cocina en un departamento de París.
-Je. Sí, hay muchas anécdotas. Pero ya pasó, duermo con CPAP, una máscara que te da aire. Era un problema serio, me podía morir durmiendo. Mis ronquidos no eran naturales… Me hice un estudio de sueño en el Fleni. Te ponen desde las 11 de la noche hasta las 6 de la mañana dos días: uno sin nada y otro con cables por todos lados. Cuando dormí sin nada, la médica que atendía me dice: “Tenemos cuatro gabinetes y pasan unas 10 personas por día. Nunca escuché nada igual. Vos no roncás”. Me mandó al neumonólogo, que me aclaró que era peligroso: “Porque vos no roncás parejo, vos dejás de respirar por apneas y en algún momento no vas a volver. Tenés que tener un aparato que te haga respirar con continuidad”. Me acostumbré y lo uso hasta para las siestas.
-No puedo no preguntarte por Racing.
-Uffff. A los 5 años entraba de la mano con Ernesto Gutiérrez, que era el 6 de la Academia. Año 50. Ernesto era socio de mi padre. La oficina de papá pasó a ser el bar de Racing. Aparecían los jugadores. Domínguez, Cacho Giménez, Mario Boyé. Y yo salía por el túnel cuando estaba en la mitad de la cancha, por donde salen ahora los referís. Fui mascota. Iba a todos lados a verlo hasta el 89, cuando dije basta.
-¿Por qué?
-Jugaban Racing y Boca, Racing iba primero y Boca segundo. Llego al Cilindo con Alejandro, que tenía 18 años, y me encuentro con un ex jugador de Racing. Y me dice: “¿Para qué viene Salatino? Olvidate, hoy nos acuestan. Nos van a bombear”. A los 30 minutos, petardo, Navarro Montoya al piso. Nos sacaron los 3 puntos, más otros 5. Perdimos el campeonato. Nunca más fui a la cancha. Hasta hace 5 años, porque de mis 10 nietos, pude hacer al menos a uno de Racing: Francisco Moreno. Los otros son todos gallinas, como mis yernos. Fue la única vez. Si hasta me debo ver a Messi en una cancha. Me hubiera gustado disfrutarlo, así como disfruté a Maradona en la mejor época.