Hay relaciones devastadoras como huracanes. Solo dejan tierra arrasada en la que pensás que nunca más va a crecer nada. Esas relaciones como huracanes suelen aparecer cuando uno está desprevenido, con la inocencia y la vulnerabilidad a flor de piel.
Los que arrasan con todo suelen no tener conciencia de su capacidad de hacer daño. Porque está en su esencia. En su naturaleza. A veces sí tienen conciencia y son capaces de matar almas.
En la tierra arrasada alguna vez vuelven a aparecer brotes. Brotecitos. Mucho más cautelosos. Mucho más frágiles – y aunque parezca contradictorio – más fuertes. Que crecen lentamente y si el viento empieza a soplar también se asustan un poco. Eso sí, el huracán ahora se percibe, se huele y uno ya no permite que se acerque más a uno. Porque la tierra habrá quedado arrasada pero la inocencia se perdió bastante y la ingenuidad también.
Valeria Schapira durante un viaje a la Antártida. Foto: gentileza.
Todos nos hemos enojado alguna (o muchas) veces con personas que sentíamos que abusaban de nosotros en algún aspecto. De nuestro tiempo, de nuestro dinero, de nuestros consejos profesionales, etc. Y hemos puesto el foco en el abuso de esas personas en lugar de pensar acerca de qué nos pasaba a nosotros que no sabíamos poner un límite.
Muchos hemos dado de más porque pensábamos que eso nos hacía “buenos”, sin saber que no le estamos haciendo un bien al otro al darle todo servido en bandeja de plata. Lo peor es que muchas veces ni siquiera hemos recibido un simple gracias por nuestro esfuerzo desmedido.
¿Quién nos lo pidió, al fin de cuentas? ¿Por qué lo hicimos? ¿Y si nos lo pidieron y no era lo que queríamos hacer, por qué lo hicimos? Quizás porque es lo que nos hubiera gustado que alguien hiciera por nosotros. Quizás era una forma de manipular al otro.
Regular es muy bueno. No hablo de andar midiendo cada cosa que brindamos, sino saber a quién le damos y con qué criterio. Para después no sentir enojo por el abuso que – implícitamente – hemos aceptado. Para valorar lo que damos. Para tener discernimiento. Cuando no ponemos límites en un vano intento de estar cerca de otros (complaciendo sin medida) nos alejamos, en definitiva, de nosotros.
Con la claridad que siempre transmitían sus conceptos, Louise Hay decía que cuando no nos amamos a nosotros mismos, aceptamos abusos, somos maltratados y humillados. Y, cuando cambiamos nuestra opinión de nosotros mismos, entonces los demás nos tratan de otro modo.
Hace poco conocí el concepto de “sombra dorada”, el conjunto de fortalezas que hemos rechazado en nosotros mismos. Cuando idealizamos a otro –y de la mano de la sobrevaloración de ese otro, nos depreciamos– estamos proyectando nuestra sombra dorada.
Dice la terapeuta transpersonal Virginia Gawel “con frecuencia quien proyecta esas características, establece un vínculo de sometimiento o dependencia con el portador de tanta magnificencia, se lo endiosa, se lo ve como algo sublime, incomparable, y mucho más cuando por cualquier razón resulta inalcanzable (distancia que dispara una proyección aún más masiva e intensa)”.
En este tiempo de mi vida, cada vez que me encuentro resentida porque el otro se propasa –o entiendo que está queriendo pasar por sobre mis límites– me pregunto por qué lo dejé avanzar hasta donde avanzó. Generalmente, la asimetría de esos antiguos vínculos que queremos reformular (o cesar) se manifiesta al desnudo cuando quienes se aprovecharon de nuestra desregulación se enojan ante el primer stop. Dice el refranero popular, siempre tan sabio, “la culpa no es del chancho sino del que le da de comer”.
El día que dejé de hacer algunas cosas para complacer hubo quienes se ofendieron y hubo quienes se alejaron. Yo también me fui de algunos lugares. De aquellos en los que era funcional para causas utilitarias y donde simplemente no se me quería, sino que se me usaba.
Muchos comprendieron mi cambio y se quedaron. Personas que entendieron que yo había cambiado y que mi prioridad ahora soy yo. Puede que les haya costado acostumbrarse a mi nueva versión. Pero siguen a mi lado. Esas relaciones son genuinas. En las que estamos por nuestro ser y no por nuestro tener.
Ser una persona empática no equivale a ser una persona tonta.
Ser una persona espiritual no equivale a convertirte en el felpudo de nadie.
Ser una persona buena no equivale a permitir cualquier cosa de los demás.
Ser una persona afable no equivale a permitir el abuso.
Nunca está de más recordarlo.
Y como dice una querida amiga, todo tiene un límite hasta el amor.
En su último libro, Rea(r)marme (Urano), la periodista y escritora Valeria Schapira comparte su proceso de reconstrucción, luego de un vínculo tóxico.
Después del abuso
Después del abuso, sobre todo si se trata de abuso en un vínculo sentimental, viene la etapa de superación que, no solo es de una enorme complejidad, sino que también es muy dolorosa.
El doctor en psicotrauma Dado Canales lo explica de manera magistral: “El amor, el enojo, el miedo y la venganza, son los sentimientos que más apego generan de todos los que existen, y siempre es doloroso perder a alguien a quien quieres con todo el corazón, aunque nos haya roto el alma y nos haya demostrado que no valía la pena. La víctima siente que esta ruptura es aún más frustrante y dolorosa porque le invirtió demasiada energía, corazón y tiempo a una relación sin sentido. Esto es lo que hace que el duelo de una relación abusiva sea tan diferente del de una relación sana”.
El psicólogo Maxi Mc Cobrey, autor del libro El amor después del desamor, asevera que “duelar una relación con un narcisista es enfrentar la ambivalencia y la confusión, porque no todo fue malo, pero lo malo fue devastador… Mc Coubrey insiste en hacer el duelo e ignorar la voz que impulsa a volver y perdonar, escuchando el “no” de la autoprotección. Como dice siempre, “primero a salvo”. A mí me gusta hablar de irse. Otra forma de estar a reparo.
Irse de un lugar donde no te aman es valentía.
Irse de un lugar en el que no te respetan es amor propio.
Irse de un lugar de sarcasmo es reparación.
Irse de un lugar en el que no hay reciprocidad es justicia.
Irse de un lugar en el que sentís violencia, es paz.
Irse de los lugares en los que no hay amor, equilibrio, paz y serenidad
es encontrar nuevos caminos.
Aunque al principio te sientas perdido.
Andate. Todo va a estar bien.
Fragmento de Rea(r)marme (Urano), de la periodista y escritora Valeria Schapira.
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