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Se suele poner mucho énfasis en el cuidado de la piel durante los meses de verano, sobre todo vinculado a la protección solar y a la prevención del cáncer y el envejecimiento prematuro.
Pero el frío también se hace sentir en la piel, sobre todo en la de quienes viven con enfermedades dermatológicas como rosácea, dermatitis atópica, psoriasis, que pueden ver un empeoramiento de los síntomas.
Así lo advierten desde la División de Dermatología del Hospital de Clínicas, donde hasta casi un tercio de las consultas médicas en los meses de invierno están directa o indirectamente vinculadas con los efectos del frío y de los ambientes calefaccionados.
Graciela Manzur, jefa de la División de Dermatología de la institución que integra la red de hospitales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) precisa que los problemas más frecuentes por los que consultan los pacientes son piel seca (xerosis cutánea), labios agrietados (queilitis), y por el empeoramiento de los síntomas de afecciones como dermatitis atópica, rosácea y psoriasis «que desmejoran con el frío intenso».
Y si bien no son tan frecuentes, también atienden dermatosis típicas de las épocas de temperaturas bajas, como eritema pernio, o los famosos sabañones («en el invierno pasado aumentó como hace años no se veía la cantidad de casos»), paniculitis fría (la inflamación del tejido graso subcutáneo que se manifiesta en forma de nódulos viólaceos y que duelen cuando se los palpa), el fenómeno de Raynaud (que causa sensación de adormecimiento y frío en algunas zonas del cuerpo, como los dedos de las manos y de los pies) y la urticaria por frío.
Qué provoca el frío en la piel
El frío reduce la actividad de las glándulas sebáceas y, en consecuencia, la producción de sebo y lípidos que componen el manto hidrolipídico, eso deteriora la función de barrera y facilita la pérdida de agua. «El resultado es una piel más seca, tirante y reactiva«, explican desde la División de Dermatología del Clínicas.
Adicionalmente, el uso de estufas y calefactores reduce la humedad de los ambientes. Esas condiciones, sumadas a la bajas temperaturas, comprometen las defensas. «Hay una reducción en la expresión de péptidos antimicrobianos, lo que facilita sobreinfecciones en piel agrietada».
Pero no solo el frío ejerce efectos en la piel. También el viento, que erosiona la capa córnea, particularmente en zonas expuestas como la cara, los labios y las manos. Y favorece así la aparición de microfisuras, que aumenta el riesgo de inflamación y la entrada de irritantes o alérgenos.
Además del frío y el viento, hay otros factores que afectan la salud de la piel durante el invierno. Entre ellos se encuentran la calefacción, los cambios en los hábitos de higiene, el uso de ropa irritante, la menor exposición al sol, cambios en la alimentación y la hidratación, el uso de barbijos, bufandas o prendas ajustadas al cuello.
Rosácea y dermatitis atópica
Quienes viven con rosácea, lo saben: los cambios de temperatura que experimentan durante el transcurso del día, al pasar del frío exterior a ambientes calefaccionados, los sienten en la cara. La razón es que esas modificaciones abruptas generan vasodilatación reactiva, que puede exacerbar el enrojecimiento típico de la rosácea.
El frío aumenta también los brotes y agudiza los síntomas de irritación en personas con dermatitis atópica, una enfermedad crónica de la piel que tiene un significativo impacto en la calidad de vida y cuyos síntomas empeoran con las temperaturas invernales.
La piel reseca, el contacto con materiales como la lana, las infecciones y el aire seco del invierno, la gripe y los cambios súbitos de temperatura son algunos de los factores que influyen en ese empeoramiento.
Para evitarlo o disminuir su impacto en la calidad de vida, especialistas aconsejan a las personas con alergias de la piel intensificar los cuidados en esta época.
Cómo cuidar la piel en invierno
Desde el área de Dermatología del Hospital de Clínicas emitieron un decálogo de consejos generales sobre el cuidado de la piel en invierno y qué síntomas no se deben dejar pasar.
- Consultar a un dermatólogo: que brinde orientación específica según tipo de piel. En líneas generales, la piel seca o sensible requiere más emoliencia y protección, la piel grasa necesita mantener una limpieza equilibrada y tratar brotes por oclusión o disbiosis. No automedicarse.
- Hidratación frecuente: usar cremas ricas en ceramidas, urea (5–10%), ácido hialurónico, glicerina, manteca de karité, pantenol o niacinamida. Aplicar las cremas justo después del baño, con la piel aún húmeda. Repetir la aplicación al menos dos veces al día, especialmente en piel seca, sensible o agrietada.
- Higiene suave: Evitar duchas largas y con agua muy caliente. Usar limpiadores sin jabón (syndet), preferentemente en crema o emulsión. Evitar productos con sulfatos, perfumes, alcohol o exfoliantes agresivos.
- Protección de zonas vulnerables: En labios, evitar productos con fragancias y aplicar bálsamos con vaselina, lanolina, manteca de karité. Manos: usar guantes de algodón y cremas barrera tras cada lavado. Pies: aplicar cremas con urea al 20% si hay sequedad o engrosamiento. Rosto: cubrir con bufandas suaves y evitar la exposición directa al viento.
- Mantener el uso de protector solar: Aplicar diariamente, incluso en días nublados o fríos. Elegir fórmulas hidratantes, adaptadas al invierno. También es importante aplicarla si se pasa mucho tiempo frente a pantallas (computadoras, celulares, tablets, etc.) por su luz azul y sus efectos negativos.
- Evitar contrastes térmicos bruscos: No exponerse directamente a la calefacción intensa. Evitar cambios rápidos de temperatura entre el exterior frío y espacios cerrados calefaccionados.
- Vestimenta: Preferir ropa de algodón o tejidos suaves en contacto con la piel. Evitar prendas sintéticas o lana directa sobre zonas sensibles. Para quienes trabajan al aire libre, se recomienda proteger la piel con barreras físicas (ropa adecuada) y usar protector solar todos los días.
- Alimentación e hidratación saludables: Beber entre 1.5 y 2 litros de agua por día, aunque no haya sensación de sed. Consumir alimentos ricos en omega 3 y 6 (pescados grasos, chía, nueces, aceite de oliva), vitaminas A, C, E, D, zinc y antioxidantes.
- Cuidado especial en niños y adultos mayores: En los más chicos, aplicar emolientes con frecuencia, evitar productos irritantes y cuidar zonas de pliegues. Los adultos mayores requieren una humectación diaria intensiva, dado que la principal causa de prurito en este grupo es la sequedad de la piel.
- Atención a patologías dermatológicas agravadas por el frío: Mantener tratamientos. Consultar ante fisuras, prurito intenso, sangrado o signos de sobreinfección. Evitar desencadenantes de rosácea como comidas picantes, alcohol, sauna o calor directo.
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