¿Alguien se acuerda de la Chica Desastre? Fue uno de los memes más compartidos en la historia de Internet. Se trata de la foto de una nena de cuatro años sonriendo a cámara con cara de satisfacción mientras a sus espaldas se incendia una casa. Gracias a las app de manipulación de imágenes, el meme se usó para todo, con solo variar el fondo o agregar un par de frases, la sonrisa diabólica de la nena podía querer decir: “Tu plan económico apesta”, “Te dije que me compraras una Barbie” o la ocurrencia de turno.
La protagonista de la foto, Zoe Roth, hoy tiene 29 años y en 2021 vendió esa fotografía como NFT por 500.000 mil dólares. La foto la sacó su papá, un día que pasaron frente a una casa en llamas que se estaba usando para un entrenamiento de bomberos. O sea, no se trataba de una tragedia real. Más allá de su contexto inocente, lo que aparenta captar muy bien la fotografía es una emoción difícil de nombrar en español pero que tiene un término exacto en alemán: “schadenfreude” (literalmente: disfrutar con la desgracia ajena). De ahí su viralización. De hecho, el padre de Zoe inicialmente la mandó a un concurso que premiaba la captura de emociones en imágenes. Ganó el primer premio.
No sé si “Disaster Girl” empezó esta tendencia, pero hace poco leí un artículo de la BBC en el que se analiza la compulsión de los usuarios de redes sociales a sacarse selfies en lugares en donde ocurrieron o están ocurriendo tragedias. Hay selfies con fondos de incendios forestales en Los Angeles, de turistas sonriendo con dientes perfectos en las calles de Auschwitz o de chicas que muestran la tanga en Chernobyl. Parece que esta moda acompaña el crecimiento de un segmento grande del mercado turístico: el turismo desastre, con agencias que te arman el tour a la medida de tu mal gusto.
Hay psicólogos que consideran que esto es un síntoma más de una patología social mayor de nuestra época: la pérdida de la empatía. Algunos protagonistas de estas “disaster selfies” se defendieron en redes con el argumento de que los sitios que visitaron se promocionan como sitios turísticos, por lo tanto, las fotos son una forma de decir “estuve ahí” y no una falta de respeto. Puede ser. Pero la práctica, heredera del que pinta con aerosol una roca en un cerro con un “Juan estuvo aquí”, da un poco de vergüenza ajena. ¿Es necesario documentarlo todo? El narcisismo en sitios donde otros sufrieron, es, por lo menos, desconcertante.
Más allá de esos ejemplos extremos, creo que hay algo muy legítimo en sentir “schadenfraeude” de vez en cuando. La alegría ante la desgracia ajena es, a veces, una especie de alivio. Por la misma razón, la sección de policiales de los portales de noticias es una de las más leídas: leemos por morbo, sí, pero también para tomar una distancia agradecida de nuestros problemas cuando comparamos nuestras vidas con las de los pobres protagonistas de una verdadera desgracia. O al revés: escuchamos una y otra vez la historia de ese famoso que ahora está en la ruina o de esa infidelidad viralizada porque nos alegra saber que no somos los únicos con los sueños o un matrimonio destrozados.
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Betina González
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