La primera condición para alguien que aspire a la distinción de ser siempre, sin matices ni ambigüedades, identificado como progresista (de estos tiempos) es declararse en voz alta contra «los poderosos» (léase los malos), en su amplia gama de dirigentes, empresarios, millonarios, políticos consagrados, gobiernos e instituciones…
Apelar a la corrección política como reflejo instantáneo para no correr el riesgo de ser expulsado del paraíso de los bienpensantes.
De algo de ésto habló Diego Papic en su newsletter del semanario Seúl con la siguiente anécdota: «En una de sus visitas al programa de Mirtha Legrand en los años ’90, les preguntaron a Les Luthiers qué opinaban “del flagelo del SIDA” y Marcos Mundstock contestó, veloz, “estamos en contra”.
Esa necesidad de afirmación urgente -y obvia- parece haber afectado a Jorge Valdano en estos días del Mundial de Clubes en los Estados Unidos.
Sin esperar su desarrollo, Valdano escribió en el diario español El País, y bajo el título «El fútbol contra sí mismo», lo que sigue: «Se está cartografiando un nuevo mapa del poder. El dinero manda y nos deja la percepción de que el fútbol crece, pero su alma se resiente porque se debilitan sus raíces» (…) «Un torneo desigual porque la diferencia entre los gigantes europeos y los equipos representantes de los otros continentes es abismal» (…) «…en los clubes (sudamericanos) juegan aquellos a los que no les da el talento para cruzar el charco» (…) «Dan ganas de preguntar: ¿alguien pensó en los hinchas?» (…) «…en vísperas del Mundial de verdad, la inoportunidad es evidente, hasta el punto de que es fácil confundir el torneo con una gira comercial».
Como se advierte, el campeón del mundo en 1986 recurre a una serie de clichés y a una galería de los villanos predilectos del progresismo fácil, apenas una versión cómoda de una posición política y ética imprescindible.
Valdano habla del poder, cómo no, y también del dinero, que «manda» y ataca la esencia pura y bella del juego, sus raíces.
Sorprende al descalificar a quienes juegan en Sudamérica, -entre otras federaciones-, a los que define como futbolistas sin talento para llegar a Europa, olvidando la cantidad de imponderables que determinan una cosa o la otra. Al final, claro, se ubica del lado de quienes defienden a los hinchas.
La distancia entre lo que Valdano anticipó y lo que está ocurriendo es tan evidente que lo expone a él y a quienes piensan como él. Lejos de ser una gira comercial, el torneo se impuso por entregar algo de lo mejor que el deporte (y no sólo el fútbol) tiene para dar: los más débiles compitiendo y venciendo a los más poderosos, la felicidad de los hinchas en la mayoría de los estadios, la posibilidad de enfrentamientos entre equipos que nunca habían jugado, entre sí, la sorpresa de futbolistas sin cartel internacional convertidos en figuras (héroes inesperados). Todo eso organizado por la malvada FIFA y alimentado por premios millonarios. ¡Qué horror!
La intención no es defender a la FIFA, sino puntualizar la debilidad argumental de las críticas apoyadas en categorías definitivas de buenos y malos, que se repiten en discusiones sobre temas diversos (en este caso el fútbol), y responden sólo al extendido deseo de ser reconocido como uno de «los nuestros».
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Gonzalo Abascal
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