*Por Katty Kay
Como británica, no aprendí nada sobre la revolución que llevó a la independencia de EE.UU. en la escuela. Pero mis hijos crecieron en Estados Unidos, y ellos sí lo hicieron. Y me di cuenta de que, mientras que otro gran conflicto como la Guerra Civil se suele retratar con toda su violencia y crueldad, las historias de la independencia se centran en el heroísmo.
Cuando pienso en ello, me vienen a la mente imágenes de los colonos enfurecidos tirando té en el puerto de Boston. La cabalgada nocturna de Paul Revere por Massachusetts. George Washington cruzando el río Delaware. Estados Unidos unido, en solitario y en lo correcto.
Pero 250 años después del inicio de la Guerra de Independencia, es hora de echar una mirada diferente y más compleja a la historia del origen de Estados Unidos.
Recientemente hablé con el historiador Rick Atkinson, ganador del Premio Pulitzer, sobre las realidades de la Guerra de la Independencia que a menudo se pasan por alto. Su último libro sobre el conflicto, The Fate of the Day, salió a la venta a finales de abril.
Fue una conversación reveladora que me enseñó mucho.
-No fue hasta hace poco que realmente me di cuenta de lo espantosa que fue la Guerra de la Independencia. Uno de cada diez estadounidenses que luchó en ella murió, como usted relata en su libro. Las historias de las batallas de Saratoga, donde jóvenes de 16 y 17 años murieron congelados en los campos. Me preguntaba por qué consideró importante contar ese lado de la historia en sus libros.
-La guerra tiene una especie de calidad litográfica descolorida. La sangre se ha desvanecido, pero fue un asunto terriblemente sangriento. Murieron al menos 25.000 estadounidenses, tal vez hasta 35.000 o 40.000. Eso supone una proporción mayor de la población estadounidense de la época que la que murió en cualquiera de nuestras guerras, excepto en la Guerra Civil (1861-1865).
Creo que la razón por la que no se ha reconocido lo sangriento que fue es, en parte, la distancia: 250 años de distancia hacen difícil sentir una conexión emocional con los muertos. La Guerra Civil, por ejemplo, tiene fotografías de los muertos en lugares como Gettysburg y Antietam. No hay nada de eso en la Guerra de Independencia.
-Entiendo por qué en la Guerra de la Independencia fue necesario convertir a los padres fundadores en casi dioses griegos. ¿Creés que se les puso en un pedestal porque Estados Unidos lo necesitaba como punto de partida para su narrativa?
-Sí, creo que es cierto. Cuando se ha pasado por una prueba tan dura como la revolución de ocho años (1775-1783) es natural creer que aquellos que lograron vencer son semidioses. Pero George Washington tenía pies de barro, como todos nosotros. Tuvo casi 600 esclavos en Mount Vernon durante su vida. Es un terrible recordatorio de que la prosperidad de este país se basó en gran medida en la esclavitud.
Los propagandistas que dirigían este país en aquella época eran tan eficaces que realmente habían retratado a los británicos como malhechores, a pesar de que ambas partes cometieron atrocidades. Si eras leal a la Corona [británica] en este país, te exponías a la expropiación, a la cárcel sin fianza, a la tortura y, a veces, incluso a la ejecución. Durante años, décadas, incluso siglos, hemos encubierto esa parte de la revolución. Creo que, incluso hoy en día, no lo hemos reconocido plenamente.
-Una cosa que dejás muy clara es que no solo había dos bandos en la Guerra de Independencia, sino que en realidad había muchos. Había estadounidenses que no querían la independencia. Estadounidenses que simplemente no querían luchar. Estadounidenses que se consideraban británicos. El propio hijo de Benjamin Franklin no quería la independencia. Una vez más, vuelvo a la idea de que la historia es quizás más turbia de lo que nos han contado durante un par de siglos.
-Eso la convierte en una historia mucho más interesante. El querido hijo de Benjamin Franklin, William, era el gobernador real de Nueva Jersey. Consiguió el puesto en parte gracias a la influencia de su padre. Y se negó a aceptar la idea de que la rebelión era legítima. Fue a la cárcel y finalmente al exilio. Si multiplicás eso por miles, verás familias divididas de la misma manera que en la Guerra Civil.
Las características de la Guerra Civil se extienden de otras maneras. Las Seis Naciones de los iroqueses [nativos] se habían llevado muy bien durante más de un siglo. Y la revolución los obligó a elegir un bando. Cuatro de ellas se alinearon con los británicos y dos con los rebeldes, y se mataron entre sí.
Este es uno de los aspectos de la revolución que creo que no hemos apreciado plenamente en nuestra historia: hasta qué punto la guerra no fue solo entre nosotros y ellos, sino también entre nosotros y nosotros, a varios niveles.
-Hace poco hablaba con el historiador y cineasta Ken Burns sobre la Guerra de Independencia y él comparó las intensas divisiones en las colonias con las de Vietnam del Sur durante la Ofensiva del Tet. Me pregunto si cree que comprender toda la confusión y complejidad de la revolución hace que la guerra resulte más relevante para el público moderno.
-Creo que cuando mirás a Estados Unidos en 2025 y ves a esta gente conflictiva, podés seguir ese hilo hasta los orígenes del país. Somos un pueblo conflictivo. Somos un pueblo belicoso. Somos un pueblo violento. No es fácil reconocerlo. Nos gusta pensar que somos pacificadores y una fuerza del bien, pero eso no es lo único que somos. Creo que comprender quiénes eran esas personas y lo difíciles que podían llegar a ser a veces puede ayudarnos a reconciliarnos con las personas que somos 250 años después.
-También creo que a menudo puede existir esta idea de origen según la cual Estados Unidos luchó prácticamente solo en la Guerra de Independencia. Pero su libro comienza con Benjamin Franklin pidiendo ayuda a los franceses. ¿Esa idea de hacerlo por sí mismos era algo que tenías presente al escribir el libro?
-Sí, porque de lo contrario no sería una historia real. No ganamos la guerra en 1783 sin los franceses. La tarea de Franklin fue persuadir a Luis XVI de que Francia, una monarquía absoluta y católica, debía unir su destino al de los protestantes, rebeldes y aspirantes a republicanos.
-Bien, dicho así, entiendo el reto diplomático.
-¡Le llevó años! Pero era muy talentoso y convenció a los franceses de que unirse a la guerra era lo mejor para ellos, porque los franceses tenían agravios contra los británicos. Y luego, los españoles llegaron con su apoyo. Y luego, los holandeses.
Estados Unidos necesitaba ayuda; esa es una parte importante de la historia. Cuando hoy en día despreciamos a nuestros amigos más cercanos, debemos recordar que los hemos necesitado en el pasado. Los volveremos a necesitar en el futuro. Es una lección que nos enseñan directamente las guerras estadounidenses del pasado, empezando por la revolución. Winston Churchill dijo que lo único peor que luchar con aliados es luchar sin ellos.