Te deseo mil tazas de té. Ese tipo de despedidas epistolares solía usar el escritor argentino Luis Chitarroni. Atrincherada en mi madriguera, mientras en Buenos Aires hace un frío que trepana los huesos, preparo mi tercer té del día y busco las palabras que quisiera escribir en la danza ámbar que se expande en el agua. Pero lo que encuentro no son mis palabras, sino las mil tazas de té y con ellas “El libro del té”. Un texto escrito en 1906 por el filósofo y crítico de arte japonés Kazuzō Okakura, del que tengo una edición de Libros del Zorro Rojo que me gusta porque parece una caja de bombones, por sus dimensiones discretas, la tapa dura entelada y la delicadeza del texto.
En una página bellísima del libro, Okakura define a las personas insensibles a la naturaleza tragicómica del drama personal como personas “sin té”. Su contrapartida son los entregados al torrente de emociones exageradas, personas “con demasiado té”. Ahora me pregunto si la despedida epistolar de Chitarroni no sería una forma de aludir a la medida de té de su interlocutor.
La medida, paradójicamente, es todo. Quien sepa identificar ese punto siempre movedizo entre lo que falta y lo que sobra, quien domine la claridad de la dosis justa, habrá conseguido buena parte de la destreza de vivir. O acaso es fácil saber cuál debe ser el último bocado, cuándo irse a tiempo de un trabajo, una reunión, o de una amistad o, por el contrario, cuándo se trata de aprender a quedarse y ser capaz de esperar que un amor crezca. La belleza, sin duda, da trabajo.
El teísmo, explica Okakura, es un culto basado en la adoración de lo bello a pesar de la sordidez de la realidad. Su esencia es la adoración de lo imperfecto, pero también es una economía, una preferencia por lo simple.
Los ideales del té alcanzan su punto culminante en la ceremonia del té japonesa. El libro dedica varias páginas a aquello que debería estar o no en el recinto del té, una sala apartada, a la que también se llama “la morada del vacío”, “morada de lo asimétrico”, o también “del gusto”. Es una estructura efímera para albergar el impulso poético. Quizá por eso, se le teme a la repetición. Los objetos de decoración deben ser elegidos de manera que no se repitan formas y colores. Si la tetera es negra, la taza debería ser de otro color, sostener una diferencia. La búsqueda de lo asimétrico reside en el mismo concepto, es decir, los espacios no deberían dividirse en partes iguales. Si hay una flor viva, el dibujo de una flor no es aceptable. Si hay una persona real, no hay razón para que, además, haya un retrato que mira por encima de su hombro porque en ese caso, según Okakura, los orientales se preguntarían cuál es real, con la curiosa convicción de que uno de los dos es un fraude.
El lugar del té es el lugar de la paz, donde cada cosa merece su lugar, sin competir ni invadir, una frontera hecha por personas que buscan la medida justa de té.
Sobre la firma
Natalia Zito
Escritora y psicoanalista.
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