Cada año, el 9 de Julio nos despierta, como un eco entrañable, las memorias luminosas de nuestra infancia. Es, por excelencia, la fiesta de la escuela: ese primer altar donde nos arrodillamos ante las palabras sagradas de la historia, donde aprendemos que Patria, Libertad e Independencia no son meros vocablos, sino fuegos sagrados que arden en el corazón de un pueblo.
En estos días, observo a niños y padres caminar juntos hacia los actos escolares, ataviados con ropas que evocan los días de 1816. Y en sus rostros, como en un poema vivo, renace la promesa de aquellos congresales que juraron libertad en la vieja casona de Tucumán. La historia no es solo relato: es carne que respira en las plazas, en las banderas, en los pasos al ritmo del tambor. Más tarde, cuando crecemos, cuando el aula queda atrás y las palabras de la directora se disuelven en la bruma de los años, descubrimos que la patria ya estaba antes del 9 de julio. Que habitaba en las fundaciones, en las gestas anónimas, en los que dieron sin esperar. Y que la independencia, como toda conquista espiritual, es un fuego que hay que reavivar cada día.
Pero también llega un tiempo de desvelo. La realidad, dura como piedra, nos muestra cómo se renuncia a la libertad sin disparos ni cadenas. Nos alerta el poeta: “La voraz invasión de lo pequeño no hiere como el rayo, pero amansa”. Y así, caen de rodillas las almas que no supieron defender lo inmortal. Cuando el Presidente pueda venir a nuestra tierra a rendir homenaje a la Patria, que no sea una visita más. Que Tucumán le recuerde a él -y a todos – que aquí se juró lo imposible. Y que cada niño con su escarapela es heredero de aquella llama.
Que este 9 de Julio no sea solo un acto. Que sea un renacer. Que volvamos a decir -como oración, como grito, como legado- que la Patria, la Libertad y la Independencia no son un recuerdo… son una misión viva.
Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón [email protected] SAN MIGUEL DE TUCUMÁN
OTRAS CARTAS
Agravio a la palabra en lo más alto de la política
Roberto Fontanarrosa, en un recordado Congreso de la Lengua Española, en Rosario, reivindicó las malas palabras. Mejor dicho, las puso en contexto. No hizo la apología de la grosería. Mucho menos, quiso ser exégeta de ella.
A diferencia de su equilibrado criterio, varios diputados nacionales -torpes aprendices del inolvidable rosarino- degradaron el idioma en una reciente sesión. Algunos, incluso, hasta le añadieron escenas de cuasi pugilato. En relación con lo anterior, funcionarios de inequívoca pertenencia al kirchnerismo cubrieron de estiércol el frente del domicilio del legislador José Luis Espert. Tanta fue la fobia hacia el libertario que no se preocuparon demasiado por ocultar sus identidades ni tampoco la procedencia de los vehículos empleados: Municipalidad de Quilmes. El presidente del bloque de Unión por la Patria, Germán Martínez, en lugar de condenar el episodio trajo a colación que, en 2007, había padecido un hecho similar. Revalidó, poco menos, el ojo por ojo…
Si el objetivo de la mayoría -como debiera presumirse- es privilegiar la defensa del buen idioma, figuras encumbradas del país (el presidente Javier Milei, sobre todo) deberían abstenerse de incurrir en desbordes lingüísticos tan lamentables.
Alejandro De Muro [email protected]
Hartos de la violencia verbal
El lenguaje coloquial cada vez está adoptando tintes cloacales: insultos, palabras soeces, ofensas. Estas formas de expresión van en aumento dañando la convivencia social. Bajo el disfraz de una supuesta libertad de expresión, se va haciendo un uso abusivo de la misma, ejerciendo un vale todo en la comunicación que supone la lesión de la honra de personas e instituciones. El derecho a la libertad de expresión no es absoluto, tiene límites y es el del respeto al prójimo, a su integridad personal. No puede ser gratis ultrajar a alguien de manera pública sin que ello no tenga alguna consecuencia. Ya es hora de sancionar estos excesos que no solo afectan a personas en particular sino también a una sociedad que está harta de tanta violencia verbal.
Patricio Oschlies [email protected]
Cómo hacer para no “indigestarnos” con cookies
Cuando era chico venían visitas a tomar el té y era un festival de cookies o galletas caseras. Pasaron los años y hoy no sé cómo sacarme de encima otras cookies. Te llega por Internet, o buscás algún tema interesante y te preparás para leerlo pero al instante salta un cartel que te exige, para seguir, que aceptes sus cookies, o que elijas cuáles sí te interesan. Comés alguna cookie o aceptás todas… o te quedás con la intriga. En la letra chica me encontré que estaba autorizando a más de 100 empresas, relacionadas con la que a mí me interesaba, a usar mis datos personales con fines de marketing, comerciales o vaya a saber uno qué otro motivo. Que los medios investiguen y puedan asesorarnos cómo proceder para no indigestarnos con cookies, o que nuestra info personal vaya a parar a quién sabe dónde ni para qué.
Tomás Iramain [email protected]
La independencia de poderes
Esperamos que este 9 de Julio el Poder Legislativo honre a la República y desista de seguir dándole carta blanca a este gobierno motosierrista y se ponga a la cabeza de la defensa de la ciudadanía. Es de esperar que no vuelva a delegar facultades al Ejecutivo que le son propias e impida con esto que el Presidente nos siga “descuartizando”. Deseo que el Día de la Independencia sea el símbolo de la independencia de poderes.
Daniel Maccagnoni [email protected]
Obstrucción en el tránsito
En la colectora de General Paz en el tramo que va desde Lope de Vega hasta el puente del San Martín sentido hacia el Río de la Plata han quedado desde hace 18 meses caballetes de madera que sólo habilitan media calzada con todo lo que ello dificulta. Solamente hay que reparar el pavimento que dejó abierto AySA y una vez fraguado el hormigón, retirar los caballetes y liberar la traza en su totalidad. El jefe de Gobierno Jorge Macri quizás no conozca esto, pero al enterarse lo podría solucionar rápidamente para seguir mejorando la vida de los porteños.
Osvaldo Martín Pernicone [email protected]
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