Cada vez que Mónica entra a una oficina o negocio y le dicen que el trámite tiene que realizarlo por internet, bajar una aplicación y todo lo que sigue, se paraliza de tal modo, que ya no escucha, se pone tensa, nerviosa y en ese momento solo piensa: “no lo voy a poder hacer”.
El problema es que cada vez son más las cosas para hacer de esa manera y que, de ser una mujer segura e independiente, se encuentra cada vez más limitada. Peor aún, cuando consulta cómo se hace, la miran como diciendo “esta vieja, qué va a aprender”, le explican rápidamente y muchos le dicen: “pídale a su hijo”. A ella le gustaría decirle que hace varios años que sus hijos viven lejos y que tampoco quiere dejar de ser la mujer que siempre fue.
Cotidianamente observo en personas mayores una sensación de tensión, evitación, desazón o incluso miedo ante cada trámite, compra u operación en la cual haya que remitirse a una aplicación a través de la tecnología. Más aún, cuando se trata de gestiones que impliquen el pago o percepción de dinero, la salud u otros compromisos importantes.
La constante sensación de desafío, el ser o no capaz de resolverlo, tener que requerir ayuda o animarse a hacerlo solo, o el desvalimiento de tener que abandonar la tarea ante la dificultad y no poder recurrir a otro, generan un aumento de estrés ante eventos que deberían ser sencillos y un creciente desuso de medios que podrían mejorar la vida. Lo que puede forjar, progresivamente, una sensación de indefensión en personas que, como Mónica, se consideran competentes y se manejan con soltura, pero sienten que hay obstáculos actuales que no pueden manejar.
Esta suma de vivencias produce un círculo vicioso de dificultad y ansiedad que se potencian. La denominada “ansiedad ante la tecnología” se define como la tensión que se deriva por la posibilidad de un resultado negativo relacionado con el uso de la misma, la cual produce frustración, emociones perturbadoras y sensaciones físicas de opresión. Incluso puede dar lugar a la tecnofobia, o miedo a las tecnologías y los dispositivos técnicos complejos.
Cuando nos referimos a este tipo de emociones, no estamos hablando sólo de personas que no se animan a usar la computadora, sino de muchas otras que acceden a ciertas aplicaciones, pero cuando el grado de dificultad aumenta se sienten paralizados, desmoralizados y con una apremiante sensación de incapacidad.
Se ha podido mostrar, en diversas investigaciones, correlaciones entre la ansiedad a la tecnología con menor satisfacción vital, peor percepción del estado de salud y una sensación negativa de su propio envejecimiento.
Se estima que la ansiedad ante la tecnología y la tecnofobia afectan al 30% de la población general, con diferencias de género, edad, educación o personalidad. Siendo son las personas mayores uno de los grupos más vulnerables a la ansiedad tecnológica. Lo que promueve, según estudios desarrollados en Italia, el desuso, la falta de autonomía y la necesidad de ayuda en el manejo de la tecnología.
La inclusión en la vida digital es insuficiente y afecta la calidad de vida. Por lo tanto, la ansiedad ante la tecnología puede considerarse un nuevo factor de riesgo para las personas mayores que puede perturbar la vida cotidiana.
Todas estas vivencias llevaron a proponer formas de ayuda para afrontar el problema. Por un lado, es necesario que las aplicaciones tecnológicas sean amigables con públicos no especializados y que no deje de haber sistemas paralelos de atención al público a cargo de personas, que asistan a quienes sufren de esta tecnofobia.
Por el otro, es fundamental la formación permanente en el uso de tecnologías y que la misma tenga en cuenta las emociones que se ponen en juego, tanto en el momento del aprendizaje, como aquellas que obstaculizan el poder poner en práctica lo aprendido. De esta manera se busca incluir los enfoques de la psicología como un medio para mejorar el acceso y aprendizaje. Incluso se desarrollan intervenciones directas, como el tratamiento psicológico, individual o grupal, y estrategias combinadas de enseñanza con focalización en las emociones disruptivas que no permiten el aprendizaje.
En base a estos datos, desde la Cátedra de Psicología de la Tercera Edad y Vejez, de la Facultad de Psicología de la UBA, hemos promovido una estrategia combinada de enseñanza de la tecnología en personas mayores, focalizados en las emociones de ansiedad y miedo ante las mismas.
Este proyecto facilita una mejor relación con las dificultades emergentes, sin que estas se conviertan en límites a la capacidad de afrontamiento. Las estrategias grupales ayudan a visualizar y comprender las emociones más perturbadoras que puedan emerger, así como ciertas prácticas de desensibilización ante la ansiedad.
Asimismo, se lo realiza conjuntamente con estudiantes secundarios de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini (UBA) que, en el marco del Programa Acción Solidaria, desarrollan el rol de facilitadores digitales, aportando una vivencia de cercanía que reduce la brecha digital.
Es necesario entender que la tecnología puede ser uno de los grandes apoyos para que Mónica, y otras muchas personas mayores, sigan siendo independientes, teniendo en cuenta sus recursos, pero también sus temores.
Ricardo Iacub es Doctor en Psicología (UBA)
Sobre la firma
Ricardo Iacub
Doctor en Psicología, especialista en Tercera Edad
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