El fútbol argentino acaba de poner primera en el segundo semestre y arrancó, más allá de las emociones y de las polémicas, con los mismos problemas de los últimos tiempos. Muchos equipos. Muchos partidos. Muchos jugadores. Muchos árbitros. Muchos que hablan y hablan sin parar. La paradoja de la abundancia, aunque sea temprano hacer juicios de valor, es que son pocos los equipos buenos. Son pocos los partidos buenos. Son pocos los jugadores buenos. Son pocos los árbitros buenos. Y también son pocos, demasiados pocos, los que saben de lo que hablan.
Ese karma de excesos es la cruz que carga el torneo de 30 equipos. Aunque desde la AFA lo defiendan a capa y espada con una abundante batería de argumentos, muchos rebatibles. Aunque, a la larga y a pesar de todo, la competencia promete tensión dramática con los atractivos playoffs. También con la batalla por las plazas para las copas internacionales -y por los dólares que reparten- y con los temidos descensos -siempre y cuando no los anulen, claro- a ese torneo aún más imposible que es la Primera Nacional.
Los primeros partidos del Clausura sirvieron como muestra gratis de lo que es el fútbol argentino y sus excesos. Los buenos y los malos. La vuelta de Ángel Di María es sin duda un éxito de gestión de Rosario Central para crearle las condiciones necesarias a un campeón del mundo tope de gama para volver a su casa y cumplir un sueño colectivo. Fue una fiesta lo que se vivió en Arroyito.
Pero ahí ya apareció ese primer «mucho» que arruina todo. Un árbitro que no estuvo a la altura y que vio un penal en una sujeción que pareció una nada. Es cierto que sujetar a un adversario es una infracción pasible de ser cobrada. Lo enumera la regla 12 que habla de faltas y conducta incorrecta. El tema es que ese agarrón fue menor. Pareció que Véliz exageró el efecto de la sujeción de Barrea para desmoronarse. De hecho, fue mucho más grosero el camiseteo del que fue víctima Giménez, unos centímetros más atrás. La pelota estaba en juego y eso habilita la toma de la decisión. Pero la pelota ni siquiera iba a caer ahí. Pareció que tenía ganas de cobrar penal y se dio el gusto. No hacía falta.
Se dijo. Son muchos los partidos y, como hay jugadores que en otras condiciones jamás llegarían a Primera, no todos los árbitros lucen calificados para hacer las cosas bien. Y eso que deberían tener al VAR como aliado. Pero en el VAR también hay árbitros que, como mínimo, no parecen tener el ojo bien afilado. Y eso, sacando de lado las sospechas, baja la vara.
Todo lo contrario, nobleza obliga, ocurrió horas más tarde en Avellaneda. Porque otro árbitro y otro VAR actuaron con extrema corrección en la jugada que primero le daba el triunfo a Racing y que al final terminó dándole la victoria a Barracas. Fue grosero el penal de Maravilla Martínez sobre Bruera y el juez, que no había visto la escena en vivo y en directo, tuvo el valor de hacerse cargo del error y retrotraer la acción después de que el delantero, en la continuidad, marcara un gol -¿en offside?-. Fue un acto de justicia, más allá de ese efecto rumiante del VAR que muchas veces suele desnaturalizar el juego. Todo se hizo bien en ese lapso.
Los que no estuvieron a la altura esta vez fueron los comunicadores. Muchos, casi tan exacerbados como Gustavo Costas -se le apagó la tele al DT y se le fue la mano en el reclamo-, desplegaron un manto de sospecha sobre un fallo que era evidente. Una cosa es el hincha nublado por el fanatismo, por los prejuicios y, sobre todo, por la ignorancia. Otra es alguien que debería conocer o revisar las reglas de juego antes de emitir opinión y caldear ánimos. Hubo accionar imprudente en Maravilla Martínez, que actuó sin precaución al disputar el balón con Bruera y cometió infracción.
Fútbol argentino en estado puro. Donde mucho, lamentablemente, termina siendo muy poco.
Sobre la firma
Martín Voogd
Editor jefe de la sección Deportes [email protected]
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