En un mundo cada vez más fragmentado, tensionado por conflictos bélicos, disputas comerciales y transiciones geopolíticas, América del Sur tiene ante sí una oportunidad que no debería desperdiciar: poner en marcha el Acuerdo de Asociación Estratégica entre el Mercosur y la Unión Europea.
Una negociación largamente trabajada, que se convirtió en uno de los procesos más ambiciosos de integración entre bloques regionales a nivel global, y que hoy —pese a las resistencias— podría reconfigurar el futuro económico, institucional y estratégico de nuestra región.
Es mucho más que un tratado de libre comercio. Es una hoja de ruta para integrarnos al mundo con reglas claras, estándares de calidad y compromisos compartidos en materia ambiental, productiva y social. Para países como Argentina, que necesitan reconstruir confianza, atraer inversiones y modernizar su matriz exportadora, este acuerdo representa una plataforma concreta para recuperar protagonismo internacional.
Los beneficios son múltiples y tangibles. En materia comercial, el acuerdo eliminaría aranceles para más del 90% de los productos que hoy intercambian ambos bloques. Para nuestras economías, eso implica acceso preferencial a un mercado de más de 440 millones de personas con alto poder adquisitivo y exigencia creciente por productos sostenibles.
La carne, el vino, los cítricos, los pescados, el aceite, el maní, la miel, el arroz y muchos productos de economías regionales podrían ingresar con mejores condiciones, mejorando precios de exportación, generación de divisas y empleo.
La Unión Europea ya es uno de los principales socios del Mercosur, pero las barreras arancelarias actuales le quitan competitividad a nuestra oferta. Este acuerdo corrige esa situación.
Pero además de exportar más, se trata de exportar mejor. El acuerdo establece reglas que promueven estándares técnicos, sanitarios, ambientales y laborales que hoy definen el acceso a los mercados internacionales más exigentes.
En lugar de ver estas exigencias como una traba, deberíamos entenderlas como un estímulo para mejorar procesos, tecnificarnos, trazar la producción y agregar valor. Nos empuja a ser mejores. También facilita la importación de bienes de capital y maquinaria europea con menores aranceles, abaratando insumos clave para la industria local, y mejora así nuestra capacidad productiva.
Uno de los pilares más importantes es su impacto en el clima de negocios. El acuerdo da señales de previsibilidad jurídica, protección de inversiones y mecanismos de solución de controversias. Es decir, ofrece confianza para atraer inversión extranjera directa. Europa podría convertirse en un socio estratégico para desarrollar proyectos en energías renovables, biotecnología, economía del conocimiento, manufactura limpia y servicios tecnológicos. Sectores que no solo generan divisas, sino también empleos calificados, arraigo territorial y diversificación productiva.
A eso se suma un enfoque sectorial amplio. La agroindustria, sin dudas, sería una de las grandes beneficiadas. Pero también la industria manufacturera, que podrá abastecerse de insumos con menores costos y acceder a nuevos nichos de exportación. Incluso los servicios —profesionales, logísticos, digitales— tienen oportunidades concretas si acompañamos este proceso con políticas públicas activas que contemplen capacitación, infraestructura, financiamiento y desarrollo pyme.
Lo más valioso del acuerdo, sin embargo, es su dimensión estratégica. En un contexto donde los bloques económicos buscan diversificar alianzas, reforzar cadenas de valor confiables y promover producción sostenible, sellar una alianza con la Unión Europea envía una señal potente.
Posiciona al Mercosur como actor serio en la escena internacional. Diversifica nuestra matriz de socios comerciales, reduce la dependencia de destinos concentrados como China o Brasil, y nos vincula con un bloque que comparte valores democráticos, ambientales y de derechos humanos. No es solo una oportunidad económica, es una definición geopolítica.
Para que la economía Argentina crezca y genere empleo sostenible es necesario avanzar en una agenda con foco en competitividad para los bienes y servicios que el país produce para el mercado interno y el internacional. A esto, en el contexto global actual, hay que sumar una estrategia que incorpore tecnología y capacidad de innovación.
El acuerdo Mercosur-Unión Europea genera una señal de largo plazo que ordena tanto al sector privado y al sector público. Al sector público a ejecutar las reformas para ser competitivos y al sector privado a realizar inversiones y adecuaciones.
En un momento en que la Argentina busca consolidar una inserción internacional más estratégica, profesional y alineada con las nuevas dinámicas del comercio global, este acuerdo representa una herramienta concreta para avanzar.
Más exportaciones, más inversión, más empleo, más estándares de calidad. Acompañarlo con políticas activas y diálogo multisectorial es parte del desafío. Pero desaprovecharlo por cálculos cortoplacistas o miedos infundados de algunos sectores sería, simplemente, un error histórico.
Cerrar esta puerta nos aísla. Abrirla, en cambio, nos acerca al mundo que viene. Uno que valora la sustentabilidad, la trazabilidad, los cambios en las cadenas de suministros y la cooperación entre regiones. El futuro no se espera: se construye.
Marisa Bircher y Horacio Reyser son Directores de Comercio Exterior e Inversiones de la Fundación Argentina Global
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