Su nombre, Cristian Gustavo Dzwonik, pero el mundo lo conoce como Nik: historietista, humorista gráfico y editorialista argentino, creador de Gaturro, personaje con cuatro décadas de existencia –desde sus primeros bosquejos en El Crucero de Noé– y más de 12 millones de libros vendidos desde su lanzamiento oficial en 1996. Estudiante de la escuela de dibujo de Carlos Garaycochea y colaborador incansable de LA NACION desde el año 1992, Nik sumó ganarse tantos seguidores como detractores, incluso más allá de las viñetas. Esto y mucho más comparte con Pablo Sirvén en una nueva entrevista del ciclo Conversaciones.
– ¿Cuándo percibiste el dibujo como una vocación real?
– De inmediato. Te voy a confesar: yo era un era un chico muy, muy tímido, muy introvertido; lo que hoy sería un ‘nerd’, técnicamente. Sin máquinas, porque no teníamos nada, y lo único que teníamos a mano era un papel y un lápiz. Además, yo venía de una familia de clase media baja. Mis abuelos, ucraniano e italiano del otro lado, obreros prácticamente. Mis papás, con el tiempo, sí estudiaron y se recibieron ambos de ingenieros, pero yo crecí en esa Argentina donde había pocos recursos, y una de las pocas cosas que había era papel y lápiz.
– ¿Tenés hermanos?
– Sí, soy el mayor de tres hermanos. Mi mamá siempre me recuerda que a mí me tiró al mundo y me dijo: “Arréglate”. Siempre decía “Cristian se arregla solo”. Y me tuve que arreglar solo porque… al principio sin hermanos, muy tímido, muy introvertido, medio nerd. Entonces, estaba todo el día entre leyendo o dibujando. Con los años, pasé por la escuela de [Carlos] Garaycochea, que era una de las pocas que había. Después, mi mamá me metió en el ingreso al Nacional Buenos Aires, que también me insumió un montón de tiempo de estudio. Así que, entre mi adolescencia y mi infancia, todo fue estudiar mucho, dibujar todo el tiempo, leer, pero, sobre todo, pensar.
Nuestra profesión es pensar y saber qué queremos decir, y cuando encontramos algo que sabemos decir, no importa si dibujamos un poco peor o mejor. El dibujo es un oficio, finalmente se aprende. A pensar, a entender qué queremos decir, cómo lo decimos, con qué énfasis lo decimos… es muy importante entender cómo comunicar, y a través de qué medio.
– ¿Qué te trajo hasta acá?
– Yo me considero un superviviente porque de chico estaba un poco angustiado. Decía: “¿Qué va a ser de mi vida?”, porque mis papás trabajaban todo el día, porque ya iba viendo que este es un mundo hostil. Nuestras infancias no eran las infancias de ahora. Mi mamá me decía: “Estudiá arquitectura”. En el medio hice dos carreras universitarias de las que nunca ejercí. Soy diseñador gráfico e hice publicidad. Pero menos mal que no las seguí porque me encanta lo que hago y, a lo mejor, me hubiese sentido limitado o frustrado.
Era un mundo donde teníamos que definir rápidamente qué queríamos hacer y yo salí muy temprano. Pero siempre tenía muy en claro que era por ahí; por ahí me sentía seguro.
– ¿Qué había en esas carpetas llenas de dibujos? ¿Cuándo apareció el gato?
– Es la cuarta década de Gaturro. Gaturro existe desde que yo era muy chico. Mi primer libro –que hice hace más de 35 años, cuando estaba en El Cronista– se llamaba El Crucero de Noé. Era una tira sobre un crucero, en vez del arca de Noé,
donde estaban todos los animales. Cada animal representaba una clase política o social, y había un gatito, que era el pobre gato que representaba un poco a la clase media. Fue un gen incipiente de Gaturro, un nombre que le pusimos en LA NACION.
– ¿Cuándo empezaste a inclinarte hacia el humor/dibujo político?
– Ahí ya estaba haciendo humor político, pero empezó mucho antes. En el Nacional Buenos Aires había una revista que se llamaba Aristócratas del saber, donde empecé a hacer muchos dibujos y cosas políticas. Se hablaba de política todo el tiempo, era la vuelta de la democracia. Se hablaba de economía, de política y, por supuesto, de actualidad; así que, cuando llegué a los medios, lo primero que entendí que tenía que hacer era volcar los dibujos, y esto de la imaginación, en la política.
– ¿Cómo es el mecanismo del humor? ¿Qué requisitos tiene que tener algo para que sea gracioso?
– El humor fue mutando a través de las épocas. El humor político, típico argentino, que surgió de Caras y Caretas y después pasó por Tía Vicenta, por la revista Humor, por Satiricón, Mengano, Chaupinela y tantas revistas de la década del setenta fue mutando, y después se fue convirtiendo en un humor de diario. No tanto de revista. Ahí tenés que tener ganas de molestar, de ser punzante. Es un humor demasiado del día a día. Lo que me pasaba a mí, que me frustraba con el diario porque era un montón de energía para el día y después eso quedaba catapultado en el recuerdo. Por eso, al mismo tiempo, empecé a desarrollar Gaturro, que era la historieta que a mí me hubiera gustado leer de chico. Empecé a hacer una historieta que durara en el tiempo, que no tuviese política, que no tuviese actualidad, que hablara de una familia promedio como la mía, y que traspasara el límite del tiempo, que es un poco la búsqueda del ser humano.
– ¿Cómo es editorializar dibujando en un diario como LA NACION?
– Editorializar es un mundo apasionante. Cuando llegué a LA NACION tenía 20 años. O sea, fue difícil para aquella época. Hoy todos somos guapos con Twitter y demás, pero en esa época te tenías que imponer, tenías que hacerte un lugar, tu voz tenía que resonar. Fue un shock porque era muy chico y todo crecía demasiado rápido.
– ¿Qué te da bronca con facilidad?
– A mí no me gusta la hipocresía y la mentira, me llevo muy mal con eso. Mi mamá era muy directa, muy brutal, de decir todas las cosas, y me quedó eso. A veces, ataco demasiado de frente y me llevo mal con esto de ser un poco más hipócrita en la sociedad moderna, donde hay que llevarse bien con todos y no ser tan frontal.
– ¿Qué pasa cuando tu humor se parece al de otro?
– Queda claro que vivimos en un mundo polarizado y, como dicen ahora, si un par de trolls o un par de personas te atacan y repiten durante un tiempo prolongado la misma idea, la leyenda urbana te la instalan. A mí me instalaron la idea del ‘copista de chistes’. Cuando trabajás con muchísimos temas, los mismos temas, puede ser que surjan una, dos o tres cosas parecidas. Les pasa absolutamente a todos. En la intimidad de los humoristas gráficos está esta obsesión de los chistes parecidos, es algo que sucedió siempre.
Lo que pasó conmigo es que yo soy el único dibujante considerado –vamos a decirlo así– de derecha, cuando todos los demás dibujantes y artistas en la Argentina son más de izquierda. Yo fui un precursor de las fake news como víctima. Nunca salí a defenderme porque tengo la teoría de que si vos salís a hablar, producís y
retroalimentás la leyenda urbana. Y a mí siempre me fue bien; además, hubo un efecto: cuanto más se hablaba de mí, más crecía el personaje. El personaje nunca dejó de crecer. El personaje crece hasta el día de hoy, es el personaje de historieta más vendido.
– ¿Te reconoce la gente en la calle?
– Sí. El famoso es Gaturro, esta es la realidad. Yo quiero que el famoso sea Gaturro. Yo soy muy tímido, no me llevo bien con esto de aparecer y dar la cara.
– ¿Qué admirás de tus colegas?
– Yo fui bastante amigo de la vieja guardia. Fontanarrosa fue quien me entregó en mano el premio Konex de platino que, creo, fui uno de los pocos de esta generación que lo ganó. De chico estuve en la casa de Quino, Garaycochea también me había abierto todo un mundo de esa generación. No es que no me llevo con la generación actual, lo que pasa es que, naturalmente, somos de dos mundos distintos. Yo admiro todos los tipos de humor. Me gusta mucho, en su momento, lo que hacía Maitena en LA NACION, me gusta Tute, me gusta Liniers; todos son compañeros. Sí creo, como te decía antes, que el humor gráfico está un poco en vías de desaparición.
– ¿Por qué?
– Porque hoy el acceso a la tecnología, naturalmente, te lleva hacia otros lugares; a trabajar con la publicidad digital, con la inteligencia artificial. Tenés tantas herramientas que… ¿quién se va a poner horas y horas y horas a dibujar? Está la famosa teoría de las 10.000 horas. Yo superé las 10.000 horas desde mi infancia y adolescencia; todos los días dibujando y dibujando, pensando el encuadre y el formato. Eso se fue perdiendo. Yo sigo con el lápiz.
– El humor de hace décadas se perdió, pero hoy todo el mundo cree que es gracioso y hace humor desde diferentes plataformas. ¿A qué se debe este fenómeno?
– A mí no me parece mal, el mundo se hiperfragmentó. Es verdad que nosotros tuvimos el privilegio de haber vivido en un mundo más mainstream, con pocos medios; entonces, los que llegaban ahí tenía el acceso, el protagonismo. Ahora el mundo se hiperfragmentó. Ahora opinan todos. A mí me encanta el humor, me parece bien que todos hagan humor porque después el algoritmo te destaca el mejor chiste.
Que haya un mundo donde todos podamos opinar y que haya canales de streaming a mí me parece bien. De hecho, ya no miramos programas tan largos, miramos fragmentos cortitos. El único problema que yo veo, el daño que veo, es que tenemos tanta distracción que se está perdiendo lo que yo tuve de chico, lo que me hizo profesional, que es la concentración. La concentración en algo continuado en el tiempo. Ahora es imposible concentrarnos en algo. Eso es improductivo para lo que queremos ser como seres humanos. Y por eso, en los libros de Gaturro encontré una forma de que los chicos, por lo menos, lean y comprendan. A partir de ahí que cursen su destino.