ALBERTO CISNEROS LAVALLER*
Hay alguien olvidado dentro del futuro del petróleo argentino, lo que tiene profundas implicaciones estratégicas para la economía de Argentina en el mediano plazo.
Hay muchas ideas, discusiones y proyectos para resolver el cuello de botella del transporte que intenta evacuar la producción futura proveniente de Vaca Muerta, e incluso el debate abarca hasta la ampliación de almacenamiento y acondicionamiento de dársenas que brinden puertas de salida adecuadas para exportar el oro negro argentino.
Pero hasta aquí no se ha discutido si desde el punto de vista estratégico le conviene a la Nación beneficiarse con la mera venta de esta materia prima, enfoque rentístico del petróleo; o si existe otra política más rentable para aprovechar los ingresos de este recurso no renovable, como, por ejemplo, la industrialización del crudo a través de corrientes de refinación.
Y, aún más abajo en la cadena de procesamiento, incluyendo la petroquímica y sus derivados (fertilizantes, por ejemplo, sumamente importantes para nuestro campo).
La discusión es similar a lo que sucede con el agro: o somos exportadores de granos o desarrollamos la agroindustria con un valor agregado mucho mayor para el Estado y mayor riqueza en general para el bienestar de los argentinos.
El rentismo consiste en aprovechar los ingresos de la materia prima que por ser de un no renovable debe beneficiar a quienes la producen.
La estrategia que se denomina industrialización, en cambio, consiste en “sembrar el petróleo” (dixit Arturo Uslar Pietri, ex funcionario venezolano). O sea, tratar de reemplazar y reinyectar en la economía procesos industriales conexos al petróleo que generen mayores ingresos, puestos de trabajo y, en definitiva, una mayor riqueza para el país, tal la experiencia que ha vivido Venezuela años atrás.
Adentrándonos en esta estrategia, podemos observar los siguientes hechos. El precio del crudo Brent, (uno de los marcadores internacionales) se ubica alrededor de los 70 dólares por barril, mientras que el precio de la nafta (gasolina) esta alrededor de 200 dólares. Es decir, un diferencial significativo a favor de vender productos terminados en vez de la mera materia prima.
Seguidamente debemos revisar el patrón de refinación de nuestras destilerías: ¿están preparadas para procesar el aumento de producción que generará Vaca Muerta para el 2030; alrededor de 1 millón de barriles diarios? ¿Hay proyectos de nuevas refinerías o ampliación de las existentes?
Algunas, en cambio, están en proceso de venta o remisión. Y a ello se suma la necesidad que en la Argentina actual no se cubre, por ejemplo en la demanda de gasoil, donde se importan unos 24.000 barriles diarios de ese producto.
Cabe citar también el ejemplo de la refinería de San Lorenzo, que YPF estaría adaptándola para producir, a través de renovables, un biocombustible de aviación (SAF). Si bien es loable, dado que se vincula a la transición energética para un mayor uso de menos contaminantes, no nos exime de un mejoramiento de la capacidad de refino argentino que sigue olvidada. Y ni hablar de generar “corrientes aguas abajo” del proceso de refinación.
En suma, no hay discusión, estrategia o proyecto alguno sobre la posibilidad de restauración, remodelación, adecuación, ampliación o construcción de nuevas refinerías para el futuro argentino de mediano plazo.
Y si va a generarse un significativo aumento petrolero por el desarrollo de Vaca Muerta, debería contemplarse, analizarse, y adoptarse la estrategia de industrialización.
(*) El autor es Alberto Cisneros Lavaller, presidente y CEO de Global Business Consultants (GBC), orientado a Argentina, Colombia y Venezuela.
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