Respirar es lo primero que hacemos al nacer. Y, sin embargo, nos olvidamos. No de hacerlo —porque el cuerpo respira solo—, pero sí de su potencia, de su dirección, de su sabiduría. Nadie nos enseñó que, si respiramos distinto, sentimos distinto. Y eso, en un mundo que normalizó el estrés crónico, hace una diferencia profunda entre enfermar y sanar, entre actuar y reaccionar, entre habitar el cuerpo o vivir a la intemperie.
Una frase que repito con frecuencia es: si pudiéramos regular nuestro estrés, difícilmente nos enfermaríamos. Porque si yo puedo, a la hora de correr, correr, y a la hora de reposar, verdaderamente reposar, mi sistema se adapta, repara, responde. El problema aparece cuando los programas de defensa quedan activos todo el tiempo. Vivimos en guardia. Peleando. Anticipando. Sosteniendo. Y el cuerpo, que siempre está escuchando, empieza a enfermarse.
La práctica con poder antiinflamatorio, analgésico y germicida
En ese punto, la respiración no es una técnica más: es la herramienta más directa que tenemos para acceder al sistema nervioso autónomo, ese que regula nuestra vida aun cuando no lo notamos. Respirar es una manera de hablarle al cuerpo sin pasar por el pensamiento. Es una vía de acceso a lo que está guardado, escondido o demasiado sensible para ponerse en palabras.
No se trata de estados místicos ni de grandes revelaciones. Se trata de poder respirar diferente después de un examen que me desbordó, en medio de una discusión, cuando no puedo dormir, cuando la emoción me inunda. Se trata de poder bajar al cuerpo antes de que el cuerpo se rompa.
La ciencia ya puede explicar lo que las tradiciones sabían hace siglos: que al modificar la respiración se activan o desactivan neurotransmisores como la serotonina, la dopamina o la oxitocina. Que ciertas técnicas respiratorias permiten cambiar el estado de conciencia: no para “volar” sino para entrar en introspección, concentración, calma, creatividad. Y que esos estados, cuando son correctamente inducidos, nos permiten acceder a memorias, experiencias y patrones que están profundamente grabados.
Porque por más voluntad que tengamos, la mente consciente es apenas un hilo frente al océano de lo que somos. Y muchas veces, al querer cambiar algo en nosotros, repetimos las mismas ideas, las mismas redes neuronales, el mismo loop. La respiración —cuando es guiada con intención y conocimiento— permite entrar, observar y salir de ese lugar. No como una solución mágica, sino como una forma concreta de abrir otras rutas internas. Respirar para ver, para recordar, para soltar.
Uno de los recursos más poderosos que enseño son los suspiros esenciales: pequeñas intervenciones respiratorias que pueden cambiar un estado emocional en segundos. Una inhalación con retención puede ayudar a prestar atención. Una exhalación larga, como empañando un vidrio, puede interrumpir un pico de estrés. El cuerpo lo sabe. Solo necesita que lo guiemos.
El arte de quedarse sin aire. Por qué la apnea conquista a surfistas, médicos y ansiosos
El nombre de un próximo encuentro que coordino resume este espíritu: “Medicina antigua para mentes modernas”. Se trata de un curso que comienza en agosto —presencial y virtual— y que propone recorrer el universo de la respiración desde sus usos terapéuticos, su historia ancestral y su respaldo neurocientífico. Más que enseñar técnicas, buscamos recordar lo esencial.
Lo fascinante es que la respiración es, hasta hoy, la única función del sistema autónomo sobre la que podemos intervenir voluntariamente. No podemos decidir cómo late el corazón o cómo funciona el estómago. Pero sí podemos elegir cómo respirar. Y esa pequeña puerta es, en realidad, una entrada directa a todo lo demás: a cómo enfrentamos el mundo, a cómo nos relacionamos, a cómo nos adaptamos a lo que nos toca vivir.
Por eso no es exagerado decir que respirar bien puede salvarnos. No solo del colapso físico, sino también de la desconexión emocional, de la automatización, de esa fatiga existencial que no siempre tiene nombre pero se siente todos los días.
No es una moda. Es una memoria. Una que todos llevamos adentro.
Solo hay que recordarla. O, mejor dicho, volver a respirar.
*La autora es licenciada en Filosofía, profesora de Kundalini Yoga, de Tantra Yoga, profesora de meditación y uso de respiraciones para la salud. Es miembro de la Escuela de Medicina y Meditación Tibetana, docente de la Fundación Columbia.