Nadie les pide a los entrenadores que se inmolen en público. No se puede esperar que Russo diga todo lo que siente ycree de este muy mal momento que atraviesa Boca. De hecho, su llegada se motorizó porque la realidad del equipo ya era paupérrima. Un especialista en el arte de hablar sin decir nada polémico, de vivir con el “son decisiones” tanto tiempo, su resumen de la eliminación de la Copa Argentina suena por lo menos errático, fuera de foco, sin autocrítica y alejado de la realidad.
Ni el más fanático de los fanáticos puede sostener que Boca jugó bien. Sin embargo, el entrenador llegó a esa conclusión por algunos minutos en los que el equipo dio dos pases seguidos y tuvo acercamientos (difícil hablar de situaciones claras de gol). “Me gustó”, dijo Miguel sin dudarlo y con firmeza.
Pero fue por más, Miguelo. Destacó el juego que tiene Boca por las bandas citando a dos jugadores, Blanco y Advíncula, que ayer no salieron como titulares. Se quejó de lo que a él no le gustó nunca que se quejaran de sus propios equipos: que el rival se tiró atrás a esperarlo y cerrarle espacios.
Sería injusto centrarse solo en Russo. De hecho, a los 10 minutos de que Olé incluyera una encuesta post partido, la tendencia de la gente con los primeros diez mil votos fue señalar a Riquelme como principal responsable de este momento. Román lideraba con tranquilidad, pero los jugadores eran más señalados que Russo.
Cada parte de la historia tendrá que poner la cara y asumir sus culpas. Al menos en el discurso público, el entrenador eligió decir más de cinco veces en la conferencia que el eje del problema fue un supuesto foul a Paredes en el primer gol. O sea, si hubiera existido esa infracción, un equipo como Boca puede quedar nocaut por un gol de Atlético Tucumán cuando aún faltaban 25 minutos de juego.
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