Cada persona construye su vínculo con la riqueza a partir de su historia familiar, su educación y sus experiencias, lo que genera percepciones muy distintas incluso dentro de un mismo hogar. Esta dimensión emocional, aunque poco visible, influye de forma decisiva en la manera en que se toman decisiones patrimoniales, se gestionan herencias o se define un legado.
En América Latina, la situación no es muy diferente: investigaciones regionales muestran que la falta de diálogo sobre el dinero genera tensiones, conflictos y, muchas veces, bloquea la planificación intergeneracional.
La verdad detrás de la riqueza y cómo la percibimos
Según el Instituto Argentino de la Empresa Familiar (IADEF), identificar qué valores, emociones y creencias personales se proyectan sobre el dinero permite avanzar hacia acuerdos sostenibles, fortalecer los vínculos familiares y construir un legado con sentido.
Sin embargo, ese cambio solo es posible cuando se trabaja primero a nivel individual. Es decir, cuando cada integrante de la familia logra entender qué lugar ocupa la riqueza en su vida, qué lo motiva, qué le genera incomodidad y cómo desea que ese capital influya en su entorno.
La riqueza también es una construcción emocional y simbólica, moldeada por la educación, las experiencias y la historia de cada persona. Foto: Pexels.
En muchos casos, la riqueza genera emociones ambivalentes: orgullo, responsabilidad, gratitud, pero también miedo, culpa o aislamiento. Reconocer estas emociones, en lugar de ignorarlas, es clave para entender cómo influye la riqueza en nuestras decisiones y relaciones.
Tres dimensiones clave para reflexionar sobre el vínculo con el dinero:
la riqueza genera emociones ambivalentes: orgullo, responsabilidad, gratitud, pero también miedo, culpa o aislamiento.
2. Seguridad. ¿La riqueza me da tranquilidad? ¿Me hace sentir libre, protegido, autónomo? ¿O me genera ansiedad, miedo a perderlo todo o a tomar malas decisiones? ¿Me preocupa no saber cómo transmitirla de manera sana a las siguientes generaciones?
Reflexionar sobre estas preguntas permite comprender mejor nuestras propias actitudes hacia la riqueza. También ayuda a detectar influencias del pasado, como los mensajes recibidos durante la infancia, y a contrastar nuestras ideas con las de otros miembros de la familia, como la pareja o los hijos.
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