La falta de oportunidades para emprender en los pueblos chicos fue uno de los disparadores. Pero también lo fueron otros menos visibles: la desconexión entre el campo y la ciudad y la distancia entre el mundo académico y la producción. En 2005, un grupo de productores de Rivadavia, un partido del oeste bonaerense donde casi todo gira en torno al agro, decidió hacer algo.
La idea era acercar herramientas a quienes tuvieran ganas de emprender, aunque no estuvieran vinculados al sector agropecuario. De alguna forma se trataba de acercar el campo a la ciudad. “La idea original era acercar el agro a esa parte de la sociedad que no estaba conectada. En un lugar como Rivadavia, donde prácticamente todos viven del campo, había mucha gente que no tenía nada que ver con eso”, explica Diego Rotili, hoy coordinador de América Agroinnova.
Así nació el Centro para la Formación de Emprendedores (Cefer), con la intención de brindar herramientas, formación y contactos a quienes quisieran desarrollarse por cuenta propia. Con el tiempo, el proyecto fue creciendo: se sumaron oficinas, espacios de coworking, talleres y charlas.
“Ya por entonces se venían dando algunos cursos y posgrados de distintas universidades, sobre todo en áreas como Derecho o Enfermería. Pero hace unos cinco años surgió la idea de sumar algo más relacionado con el agro, como Agronomía”, cuenta Diego.
A partir de esa inquietud empezaron a ofrecerse especializaciones en cultivos, en manejo de malezas y otras temáticas, en conjunto con la Universidad de Buenos Aires. Eso fue lo que permitió que se instalara una sede de la UBA en la ciudad de América, donde hoy ya se puede cursar hasta el tercer año de la carrera de Agronomía.
Uno de los pasos más importantes fue la creación del Centro de Estudios Superiores de Rivadavia (CES), que permitió que los chicos y chicas del pueblo pudieran empezar una carrera universitaria sin necesidad de mudarse. Gracias al convenio con la Facultad de Agronomía de la UBA, pueden cursar el bachillerato universitario en América y después, si quieren, terminar el título en Buenos Aires.
Con el tiempo aparecieron nuevas necesidades. Rotili y el equipo que lo acompaña entendieron que también hacía falta un espacio que conectara la ciencia con la producción local. Querían que quienes se habían ido tuvieran motivos para volver, que los jóvenes profesionales pudieran desarrollarse ahí mismo y que la investigación tuviera anclaje en el territorio.
Así fue como hace poco más de un año nació América Agroinnova, un centro de investigación público-privado que hoy funciona en la ciudad de América, con participación de universidades, empresas, productores y otras instituciones.
“Lo que pasa en muchos lugares es que la academia y la producción están desconectadas. A veces aparece algún investigador con ganas de vincularse, pero en general están muy separados. Entonces decidimos salir a buscar a la academia desde el campo”, dice Rotili.
Explica que tienen tres líneas de trabajo principales. La primera es abrir sus puertas —con un campo experimental de seis hectáreas— a proyectos de investigación. Ese campo fue cedido por una empresa y está a pocos kilómetros de la ciudad. “Es un lugar donde se pueden hacer ensayos. Los técnicos y los productores validan los cuadros y la idea es que sirva para probar cosas en condiciones reales”, explica.
La segunda línea apunta a la innovación privada. Empresas que desarrollan tecnologías o productos pueden acercarse al centro para vincularse con investigadores. “Muchas veces no hay un canal claro para eso. Nosotros recibimos las consultas y tratamos de encontrar equipos de investigación que puedan trabajar en esos temas”, señala.
La tercera línea tiene que ver con problemas regionales. Como ejemplo dio un proyecto que hicieron vinculado a uno de los temas que más preocupa en la zona: la salinización de los suelos. “Nos empezamos a preguntar hasta qué punto llega ese riesgo, si se puede medir, si es posible mapearlo, qué tan grave es el problema en términos concretos”, dice Rotili.
A partir de ese diagnóstico, surgió la posibilidad de encarar un proyecto más grande, con participación de instituciones locales y también extranjeras. “Lo que hicimos fue buscar investigadores que tuvieran interés en trabajar sobre eso, y armamos un equipo con apoyo de la Embajada de los Países Bajos”, relató.
Según explica, la embajada venía impulsando una iniciativa para vincular académicos holandeses con distintos países que enfrentan problemáticas similares. “Nos contactamos con ellos y vino un grupo de investigadores que ya estaban trabajando en temas de salinización para la ONU. Hicieron un análisis técnico, pero también un estudio sociológico: cómo encaran este tipo de problemas las empresas regionales, qué decisiones se toman, cómo se gestiona el tema desde lo local”.
El proyecto incluyó imágenes satelitales, trabajo en territorio y la elaboración de un mapa público que ayuda a visualizar la situación. “Además dejaron una hoja de ruta para futuras investigaciones. Fue un trabajo muy completo que permitió ordenar la información y pensar estrategias a largo plazo”, dice Rotili.
Los proyectos se evalúan en dos etapas. Primero hay una mesa técnica local —con integrantes del Cefer, funcionarios municipales, concejales y productores— que se reúne una vez por semana. Después hay un consejo consultivo más amplio, con representantes de universidades, INTA, CREA, la Sociedad Rural de Rivadavia y otras instituciones, que se junta dos veces al año para definir los lineamientos generales.
“Hoy tenemos ocho proyectos de invierno activos y esperamos sumar unos diez más en verano. El año pasado fueron 18. Ya se hicieron dos tesis de grado, una de especialización y ahora empieza una tesis doctoral. Lo importante es que todo esto también genera arraigo profesional. Que los jóvenes puedan formarse y trabajar acá mismo, sin tener que irse”, dice Rotili.
América Agroinnova, expresa, se sostiene con aportes públicos y privados. Participan unas 30 empresas de la región, entre acopios, proveedores y productores: “Esto arrancó con diez personas hace unos veinte años. Hoy es una red mucho más grande, pero la idea sigue siendo la misma: que la innovación y la educación estén al alcance de todos, también en el interior.”