Dormir dejó de ser una función automática para convertirse, en muchos casos, en una batalla diaria. En Argentina, uno de cada dos ciudadanos reconoce que no logra descansar bien, una cifra que condensa múltiples factores que van desde el estrés cotidiano hasta la percepción de inseguridad.
El problema, sin embargo, no se limita a este país.A nivel mundial, la cantidad de horas de sueño también experimentó una disminución preocupante durante los últimos cinco años. La ciencia, por su parte, aporta pruebas cada vez más contundentes de que la falta de descanso no solo afecta el estado de ánimo, sino que también pone en riesgo la salud física, la esperanza de vida y el bienestar colectivo.
Un estudio reciente de la Asociación Argentina de Medicina del Sueño (AMSUE) reveló que el 50% de los argentinos presenta dificultades para conciliar el sueño. Las causas más frecuentes aparecen ligadas al estrés y a los pensamientos que invaden la mente en las horas nocturnas. Cuando se observan los datos desagregados, el problema adquiere un matiz más preocupante: las mujeres, los adultos mayores de 60 años y las personas que se autoperciben como parte de la clase baja conforman los grupos más afectados.
En ese marco, el contexto socioeconómico emerge como un detonante fundamental. La situación económica del país, junto con la sensación de vulnerabilidad frente a la inseguridad, se combina con una serie de inquietudes que mantienen a millones de personas en vigilia prolongada.
El médico neumonólogo y jefe del Laboratorio del Sueño en el Hospital de Clínicas, Facundo Nogueira (MN 84.970), explicó a Infobae que el estrés es un factor disruptor muy importante del sueño. “En situaciones de estrés uno este tiene dificultades no solo para conciliar el sueño, sino para mantener el sueño. Porque cuando uno se va a dormir, lo que necesita es que el organismo baje las revoluciones y baje su nivel de funcionamiento tanto metabólico como cardiovascular, que baje la frecuencia cardíaca, baje la presión arterial y la temperatura corporal. Pero también tiene que bajar la intensidad de la producción de pensamientos”, sostuvo Nogueira.
Y agregó: “Se tiene que apagar tanto la mente como el cuerpo. La situación de estrés lo que produce es una hiperestimulación y un funcionamiento excesivo de los pensamientos, y eso impide que uno se pueda relajar y conciliar el sueño. Así, la excesiva producción de pensamientos produce un estado de ansiedad o de estrés. Te hiperactiva e impide que puedas descansar. Lo mismo ocurre si no conseguís dormirte porque estás muy cansado pero te acostás con un nivel de ansiedad y de carga de pensamientos intensos y preocupantes y estresantes».
“Esos pensamientos, esa acumulación de preocupaciones, de tensiones y de ansiedad o de angustia generan tal nivel de presión que uno termina despertando en la mitad de la noche. Y el combo final es que uno se despierta y automáticamente nuestra mente evoca esas preocupaciones o esos factores de estrés y de ansiedad que habitualmente tenemos. Y lo que empezamos a hacer es a rumiar pensamientos, empezar a pensar y dar vueltas alrededor de esas preocupaciones. Y con eso, bueno, el insomnio está garantizado”, añadió.
Por su parte, el médico clínico Ramiro Heredia (MN 117.882), del departamento de Medicina Interna del Hospital de Clínicas José de San Martín de la Ciudad de Buenos Aires, explicó a Infobae que como primer consejo, hay que darle la importancia que merece el sueño. “No en vano, hace unos años, la Academia Americana del Corazón de Estados Unidos propuso un buen descanso nocturno entre los ocho esenciales de la vida”, afirmó.
“En cada oportunidad que tenemos deberíamos promover, tratar de gestionar o revisar de por qué no se están cumpliendo estas metas que son controlar el peso corporal saludable, hacer actividad física, controlar el colesterol, la glucosa en sangre, no fumar y dormir adecuadamente. Todas estas cosas nos parecen obvias para vivir más y mejor, pero muchas veces no se cumplen”, precisó Heredia.
Sobre las cifras de estadísticas publicadas se muestra que las mujeres tienden a tener una peor calidad de sueño. “Las mujeres tienen más propensión a padecer insomnio, así como los hombres tienen más riesgo de padecer apnea del sueño. Eso tiene que ver con distintas cuestiones hormonales y características propias de cada uno de los sexos. Así, el insomnio es un poco más prevalente en la mujer, especialmente después de la menopausia, donde los problemas del sueño se incrementan notoriamente. Las hormonas sexuales femeninas cumplen un cierto rol preventivo o facilitador del sueño y sobre todo también determinan una cierta tendencia clara a la acumulación de tejido graso”, indicó el doctor Nogueira.
“Eso en la mujer, antes de la menopausia, predomina en las caderas, piernas y brazos. Es decir, es más bien periférica. Pero después de la menopausia es más parecida a la del hombre a nivel del cuello, del tórax y abdomen. Y esa acumulación de grasa que nosotros le decimos central, hace que aumente el depósito de tejido graso en el cuello. Eso comprime la garganta y de noche va a determinar que se cierra la garganta, que puedan aparecer apneas, ronquido y el riesgo de apnea del sueño que se semeja muchísimo en prevalencia a la del hombre”, precisó el experto.
Y aclaró que nuestra capacidad de producir melatonina, que es la sustancia que regula y facilita el inicio y mantenimiento del sueño se va reduciendo significativamente con los años. Según indicó, se estima que a los 70 años uno produce el 10% de la melatonina que es capaz de producir en la adolescencia, que es el momento pico de generación, con lo cual el sueño se torna mucho más frágil y es más difícil conciliar el sueño y mantenerlo. Y por ende, en general, después de los 60, 70 años, el sueño dura menos, es más fragmentado y hasta mucha gente reemplaza esas siete horas de noche de sueño nocturno por alguna siesta un poco más prolongada durante el día. Así, se retorna a un patrón de sueño bifásico.
Según los datos publicados, el 55% de los argentinos cree que su localidad está más insegura que hace un año, aunque ese número bajó un 10% respecto de 2024. Sin embargo, la experiencia de vivir un hecho delictivo deja huellas profundas. El 56% de quienes sufrieron un robo indica que el episodio incluyó violencia, y dos de cada tres no contaban con un sistema de seguridad al momento de la intrusión.
El miedo al delito, una vez instalado, impacta de lleno en el descanso. Como señala Carlos Beltrán Rubinos, director de Operaciones de Verisure Argentina que llevó adelante la encuesta, “la inseguridad genera una carga emocional constante, que se traslada al ámbito más íntimo como es el descanso. Sentirse vulnerable dentro del propio hogar es motivo de estrés que puede afectar el sueño. La sensación de protección, en cambio, permite bajar el nivel de alerta y recuperar la tranquilidad necesaria para descansar bien”.
En ese sentido, luego de un hecho traumático, muchas personas buscan recuperar cierto control de la situación. Más de la mitad de los encuestados aseguró haber instalado un sistema de seguridad tras haber sido víctima de un robo, una cifra que pasó del 28% al 57% en apenas un año. La relación entre el bienestar emocional y la percepción de seguridad se vuelve evidente cuando se trata de dormir. Aun cuando parezca una acción simple, descansar implica que el cuerpo y la mente ingresen en un estado de vulnerabilidad, incompatible con el miedo persistente o con la angustia de no saber qué pasará mañana.
“Por supuesto que las condiciones de hacinamiento, las condiciones de vivienda precaria o las de vivir en zonas con inseguridad genera todo un condicionamiento emocional y psíquico que lo hace propiciar la aparición de insomnio. Alguien que vive en una casa con riesgo de inseguridad, por supuesto, se acuesta o se duerme con un nivel de tensión de base que ya eso atenta contra la capacidad de relajarse y poder tener un sueño. Lo mismo pasa si no está lo suficientemente climatizada y hace frío en invierno o mucho calor en verano. Los factores sociales y ambientales son también factores disruptores y en situaciones de estrés o en situaciones de incremento de la pobreza, eso también se acompaña de un deterioro de la calidad de descanso”, apuntó Nogueira.
“La alteración de la cantidad y la calidad del sueño no solamente afecta nuestra salud en términos de que aumenta el riesgo de enfermedades e incluso aumenta la mortalidad, sino que a su vez aumenta o disminuye la calidad de vida. Si nuestra capacidad intelectual disminuye, aumenta el nivel de la conflictividad social, porque uno está de mal humor cuando duerme poco o duerme mal y afecta en definitiva, a nuestra calidad de vida”, agregó el experto.
Y concluyó: “Sin ninguna duda, hay que adoptar la estrategia que se oriente en mejorar las condiciones habitacionales en las cuales dormimos. Y toda estrategia tendiente a mejorar el control y el manejo de la ansiedad y la angustia son herramientas fundamentales para mejorar la calidad del descanso”.
Para el doctor Heredia, el día influye mucho en nuestro sueño. Por eso gran parte de los problemas del sueño que tenemos muchas veces se pueden resolver por ejemplo, con terapia cognitivo conductual. “Es muy importante respetar distintas partes en el sueño haciendo actividad física a la mañana o evitando en la noche el consumo de alcohol, café, azúcar y las comidas copiosas o muy calóricas. También evitar las pantallas las últimas horas del día. Y que la habitación es un lugar oscuro, silencioso y fresco para dormir. Esas son algunas de las pautas que deberíamos respetar para dormir más y mejor”, indicó el experto clínico.
Y completó: “Por supuesto, muchas veces el revisar cómo dormimos debe iniciarse en la consulta médica con nuestro clínico de cabecera o el médico de familia médico generalista, el cual va a analizar caso por caso qué es lo que está pasando. También existen distintos desórdenes que llevan a un mal descanso nocturno, como el síndrome de apnea del sueño, que los médicos escuchamos en la consulta clínica de rutina y nos lleva a realizar tratamientos específicos”.
Dormir bien, entonces, se vuelve un desafío colectivo. Para revertir esta tendencia, no alcanza con recetas individuales o consejos de higiene del sueño. También se necesita actuar sobre las causas estructurales que mantienen a la población en un estado de alerta constante. La seguridad, la contención emocional y la reducción del estrés crónico deben formar parte de una política pública de salud integral que reconozca al descanso como un derecho.
Más allá de los datos, lo que está en juego es la calidad de vida. Recuperar el sueño equivale a recuperar energía, bienestar y salud. En un mundo que no para, el descanso podría ser la revolución más silenciosa y más urgente de todas.
(Fuente: Infobae)