¿Qué pasa que tantos chicos no piden ayuda cuando se sienten incómodos, molestos, vulnerados? Lo vemos en la adolescencia -como en la serie de ese nombre- pero en realidad el problema empieza a edades mucho menores. A menudo leemos o escuchamos noticias de situaciones de hostigamiento (bullying) o abusos prolongados en el tiempo y silenciados y nos cuesta entender qué llevó a esos chicos o adolescentes a callar, a no pedir ayuda, a transitar a solas situaciones muy difíciles para ellos.
Los más chiquitos no dudan en venir a decirnos a los adultos -padres, madres, docentes- “Felipe me pegó” o “Inés no quiere devolverme mis lápices de colores”, ellos cuentan con nosotros para resolver sus dificultades, no tienen miedo ni sienten vergüenza de pedirnos ayuda.
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Durante esos primeros años los chiquitos entienden que los adultos cercanos somos puerto seguro para ellos al que pueden volver ante los contratiempos de la vida, la idea de puerto nos remite al lugar donde un barco está protegido, a salvo de las tormentas. Pero no todos tienen esa experiencia infantil y aquellos que no han logrado sentirse seguros en el vínculo con sus padres en la primera infancia probablemente no cuenten con los adultos como referentes, cuidadores, protectores y no se acerquen a pedir ayuda.
Aún en un vínculo seguro a menudo somos los mismos adultos quienes les decimos: “no vengas con cuentos”, “arregláte solo”, y ¡cuánto mejor sería! que les ofreciéramos nuestro abrazo y nuestra comprensión y que los acompañáramos con nuestras preguntas a intentar resolver esos temas o, si eso no fuera posible, que los acompañáramos, sin exponerlos ni hacerles pasar vergüenza, de modo que sientan que cuentan con nosotros, que vale la pena hacerlo y que pueden volver a pedir apoyo ante el próximo inconveniente. Tenemos que hacerlo cuidándonos de los extremos de sobre-reaccionar o de minimizar. Si sobre-reaccionamos y actuamos por nuestro miedo, preocupación, o enojo, probablemente no vuelvan a pedirnos ayuda; pero tampoco van a volver si minimizamos y no le damos importancia a temas que para ellos son serios.
En este guardar silencio pueden intervenir otras cuestiones que es importante tener en cuenta:
La más sencilla y habitual, pero muy perjudicial se relaciona con la idea de “cuentero” -así lo llamábamos las generaciones anteriores- o “buchón”. Desde fines de jardín o en los primeros grados empiezan a no contar a los adultos algunas cosas para que sus pares no los tilden de buchones y no los hostiguen por esa causa. Seguramente el que tiene hermanos mayores ya recibió ese mote en casa, lo repite a sus compañeros y rápidamente se convierte en una ley que les termina complicando para poder pedir ayuda cuando de verdad la necesitan. Tienen el concepto erróneo de que ser buchón significa ir con cuentos de cualquier tipo, por lo que tenemos que ocuparnos de que aprendan la diferencia entre buchonear -contar para que reten a otro o para subir la propia imagen ante los adultos-, y hablar con adultos para pedir ayuda para uno mismo o para otros. Es fundamental que nosotros tengamos clara esa diferencia y podamos enseñarla a nuestros hijos desde chiquitos, porque es muy difícil cambiar el concepto cuando ya está instalada la idea de que contar es siempre ser buchón.
A veces se callan porque sienten culpa ya que saben que los retaríamos por lo que hicieron cuando, por ejemplo, fueron a la obra de la casa de al lado -lo que tienen prohibido- y se golpearon, o en ese lugar un chico mayor los molestó.
Otras veces callan por una mezcla de culpa y curiosidad, deseo o placer, cuando por ejemplo entraron a mirar en youtube y vieron cosas que no son adecuadas para ellos y que los dejaron medio “patas arriba”, no solo tienen claro que no deberían haberlo hecho sino que probablemente querrían volver a hacerlo y si nos cuentan pierden esa posibilidad, pero también pierden la oportunidad de procesar saludablemente con un adulto lo visto; lo callan y vuelven a mirarlo, o se lo muestran a hermanos y amigos, en sus intentos de procesarlo por su propia cuenta, o aparecen dificultades para dormir, pesadillas u otros síntomas, cuyo origen no entendemos.
Una de las situaciones más complicadas ocurre cuando un chico mayor o un adulto, seguramente un referente de importancia para ellos, los induce al silencio, a veces como amenaza y otras como un secreto “entre nosotros”, haciéndolos sentir especiales y elegidos.
Es clave que nuestros chicos crezcan sabiendo que cuentan con nosotros, padres, madres y docentes; y no se trata de decirlo sino de que en sucesivas experiencias se den cuenta de que somos ese puerto seguro, que no vamos a meterlos en problemas mayores sino que estamos para escucharlos, acompañarlos, protegerlos, ayudarlos a transitar por sus dificultades y/o resolverlas.