Puede haber existido una mala interpretación de la frase que Mauricio Macri lanzó horas antes de que se cerrara la alianza de La Libertad Avanza con el PRO en la Ciudad para las elecciones legislativa de octubre. El ex presidente comunicó que el oficialismo nacional pretendía una posición“totalmente dominante”. Sonó a denuncia. A queja. Terminó siendo un diagnóstico perfecto: de la mano intransigente de Karina Milei los libertarios impusieron condiciones de punta a punta en aquella negociación bilateral.
La lectura, en ese aspecto, resultaría indesmentible. No hubo lugar para el PRO en la lista de senadores. Los dos con posibilidades serias de consagrarse pertenecen a La Libertad Avanza. Salvo algún imprevisto, con Patricia Bullrich a la cabeza. Un detalle: la competencia del macrismo diluido dentro de la Alianza le ofrece al peronismo porteño la esperanza de alzarse con el tercer senador por la minoría.
Después de permanentes forcejeos Karina aceptó concederle al PRO dos lugares con expectativas firmes en la lista de Diputados. Estarían ubicados en el quinto y el sexto casillero. No estará en la boleta de la Alianza ni el nombre ni el histórico color amarillo que identifica al partido de Macri, Mauricio. Concesiones que, a lo mejor, estarían indicando tres cosas: la debilidad de un partido que nació, igual que el kirchnerismo, como emergente de la crisis del 2001; el riesgo de su desaparición; la falta de convicción para sostener ciertos preceptos en un contexto político desfavorable donde se avizoraba una derrota en caso de haber optado por la autonomía electoral.
Se trataba de un desafío que estallaba escozores después de la caída en los comicios desdoblados de mayo cuando los libertarios, con el portavoz Manuel Adorni, doblaron en votos al PRO que representó la diputada Silvia Lospenatto.
Aquel significó un punto de inflexión que los hermanos Javier y Karina Milei parecen haber leído correctamente. El PRO se quedó sin poder de fuego luego de un recorrido traumático que incluyó antes una feroz lucha en las PASO entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta sin una conducción que contuviera –al contrario—, la posterior deserción de ambos y la ausencia de reflejo para husmear siquiera la irrupción de Milei en una geografía ideológica y social que sentían como patrimonio.
Hubo en el medio otra cuestión crucial. El cierre que Cristian Ritondo, Jefe del bloque de diputados del PRO, y Diego Santilli hicieron con La Libertad Avanza en Buenos Aires para la elección del 7 de septiembre y la nacional legislativa del 26 de octubre. Hubiera resultado difícil comprender ese pacto sin su correspondencia en la Ciudad. El problema serían las equivalencias. También el macrismo resignó en el principal distrito electoral el nombre y su color tradicional. Pero sus principales figuras se esmeraron en defender el armado de las listas. Es cierto que Diego Valenzuela, intendente de Tres de Febrero, o Guillermo Montenegro, de Mar del Plata, habían dado previamente el salto hacia el campo libertario. Pero Soledad Martínez, en Vicente López, logró imponer su criterio con clara supremacía sobre LLA. Otros cinco intendentes bonaerenses se escurrieron del pacto para no tener que aceptar imposiciones.
Macri, Mauricio, tuvo sólo un instante de duda antes de inclinarse ante la oferta libertaria. Ese lapso fue aprovechado por dirigentes del PRO, disconformes con el rumbo adoptado, que le propusieron un acercamiento con el lote de cinco gobernadores (entre ellos Ignacio Torres, del PRO, de Chubut) y un encuentro con Juan Schiaretti, el ex gobernador de Córdoba, que probablemente sea postulante en Córdoba de aquel espacio aún en gestación.
Ese movimiento hubiera colocado el acuerdo con La Libertad Avanza en un estado de crisis terminal. Tampoco le hubiera garantizado nada, en términos políticos, al ingeniero. Desechó la oferta, aunque la habría dejado abierta para el futuro. Después la negociación con los libertarios recobró dinámica. Hubo un último escollo que debió ser sorteado: la situación de Jorge Macri, el jefe de la Ciudad, a quien los hermanos Milei han vetado desde aquella campaña de mayo. Cuando el primo de Mauricio tuvo en su equipo al asesor catalán Antonio Gutiérrez Rubi. El mismo que había estado en las presidenciales del 2023 con Sergio Massa. Una ofensa imperdonable, según la óptica de la Casa Rosada.
Karina solicitó expresamente que Jorge no intervenga en la campaña. Que ni siquiera tenga ambiciones de asomar en algún spot publicitario. Nada de eso importaría de modo trascendental a los Macri. La preocupación sería otra: al Jefe de la Ciudad le quedan dos años por delante. Debe tener garantizada la gobernabilidad. La Secretaria General dio su palabra acerca de que así será.
El tiempo dirá sobre el rigor de esa promesa. Los contrastes en los dos primeros años libertarios resultaron evidentes. El PRO sostuvo en el Congreso todas las leyes fundamentales que requirió el Gobierno. Incluso vetos y DNU. Los libertarios boicotearon sistemáticamente al Jefe de la Ciudad en la Legislatura. Vale un ejemplo: para la aprobación del último Presupuesto (2025) el macrismo requirió la colaboración de Ramiro Marra. Libertario de la primera hora excomulgado por Karina. La Casa Rosada objetó la columna vertebral de los gastos porteños: el 62% estaría dedicada a Salud, Educación y Promoción Social.
Los libertarios se encargaron además de batir el parche sobre la supuesta degradación de la Ciudad en el año y medio que lleva Jorge. Seguramente no fluyeron las inversiones. Como sucedió en el resto del país. El problema principal tiene vínculo con la gente en situación de calle que revuelve basura y ensucia. Para malestar de los vecinos. Quizás sea factible adoptar en ese caso paliativos que no se ven. No lo es ni la vigilancia policial ni la supuesta aplicación de multas para los indigentes. Pero no parece el jefe porteño el responsable político por la mayor cantidad de personas que deambulan sin techo y sin comida.
Las prevenciones de los Macri sobre la gobernabilidad futura de la Ciudad tienen otra razón. El desembarco de Bullrich para la elección de octubre podría constituir la plataforma para un proyecto posterior y más ambicioso: la pelea por la jefatura porteña. Nadie objeta tal pretensión. Se temería, en cambio, por los recursos que podría utilizar la Ministra de Seguridad para alcanzar ese objetivo. No estarían referidos a la plata.
“Pato no tiene códigos”, comentan en las vecindades del ingeniero. Y le dispensa tirria a los Macri. Esa parte prefieren callarla.