El encierro extendido y carcelario de la pandemia y la venta de muerte a través del Fentanilo contaminado están asociados por un mismo hilo envenenado: la perversión criminal.
La peste tomó al mundo por sorpresa y las estrategias coincidieron en el aislamiento preventivo. Pero en la Argentina por propia confesión de los responsables la cuarentena se extendió por conveniencias políticas.
Había interdicciones hasta para tomar sol en parques desiertos. Y permisos para realizar fiestas en la Residencia de Olivos.
Fue una perversión militante y cínica.
El dueño del laboratorio que distribuyó el fentanilo mortal y contaminado viajó a Rusia integrando comitivas que operaban para traer la vacuna rusa Sputnik a la Argentina.
Eran los tiempos en los que Alberto Fernández le prometía a Putin que le abriría las puertas a América Latina desde la Argentina.
Vender veneno puede ser un negocio rentable.
Pero la muerte masiva está asegurada.
Es otra peste la del Fentanilo.
Pero hay un punto en común con la peste del COVID.
La peste de la perversión que parece no tener antídotos en la Argentina.
El tráfico del veneno está a la vez asociado, literalmente, al narcotráfico.
Ciudad del Este iba a ser uno de los puntos claves de la distribución del fentanilo.
Ese enclave libera substancia ilícitas a granel y desde allí se financian campañas y hasta el terrorismo de Medio Oriente.
La perversión se enmascara detrás de la mala política y el arte de construir vínculos políticos non sanctos funda una delicuencialidad con carnet.
El perverso se encubre.
Es un enmascarado.
Un gran simulador.
El marido de Julieta Prandi es un perverso.
Encubierto debajo de un “amor” que supo conseguir, escondía debajo de su disfraz el deseo del goce, del verdadero goce para él: controlar, sofocar, abusar y demoler la psiquis y el deseo de su conquistada y sometida.
Es la conclusión de la justicia.
¿Que tiene que ver el Fentanilo con éste caso?
Un patrón común a distinta escala: la perversión.
El poder de la perversión.
Es la perversión del poder.
Se milita desde el poder.
Se garantiza desde la impunidad.
Y se abren las compuertas de cleptocracias y de autoritarismos regionales y a veces nacionales.
La catástrofe sanitaria del Fentanilo es una concatenación de complicidades macabras.
Los muertos fueron asesinados de manera indirecta.
¿O fueron directamente asesinados?
Durante la cuarentena cada permiso negado para ver a un cercano agónico fue criminal y auspiciado por un estado policial que se enmascaraba de progresista y liberador.
Se ahondó la pestilencia de la corrupción y de la mentira y las sombras de aquella corrupción carcelaria para todos excepto para los vacunados VIP y para el cumpleaños de Olivos tiene extensiones. Y el Fentanilo es una prolongación de ese clima contaminado de codicia y de piedra libre para los responsables de tantísimas desgracias.
Aquello fue una pestilencia social, económica y mortal.
Había COVID si, pero aquí el COVID tuvo aliados, socios que también aparecieron desde el vientre de una especie particular de murciélagos epidémicos. Monstruos que miran el mundo al revés, que albergan ferocidades en su interior.
Vampiros de la política y de los negocios envenenados.
Sanguijuelas.
Embaucadores.
Y asesinos con diversas armas; desde la indolencia y la ineficiencia hasta las irresponsabilidades más locamente atroces.
Hay perversiones personales.
Y perversiones sociales.
No hay que exculpar a la sociedad enteramente.
Durante la pandemia brotó una raíz también envenenada desde el seno social, una vocación de denunciar a los que transitaban con permiso incluyendo enfermeras o médicos que no eran bien recibidos ni siquiera en sus departamentos.
Y la política contaminada ha contado históricamente con votos y adhesiones aún cuando las corruptelas eran evidentes.
Las medidas arbitrarias de la detención de entonces tiene una contrapartida complementaria: el permiso para lucrar con lo que fuera, aun con remedios que venden muerte.
Los narcos festejan.
Tienen demanda, cómplices en altos podios exentos de controles.
La perversión popular es el veneno de los venenos.
Es popular pero no total.
Desde luego no todos son perversos.
Pero los perversos militan su indecencia.
Y siempre se enmascaran.
Intoxican.
Matan la democracia.
Pueblan los cementerios con la sangre de los otros.
Son invasores.
Roban decencia y venden muerte.
Y a veces triunfan.
Los vampiros aman la oscuridad.
La sombra es su guarida.
La luz los espanta.
Porque la luz es la justicia.
Pero ya no hay luz para los muertos.
Sobre la firma
Miguel Wiñazki
Secretario de Redacción. [email protected]
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