Era un mediodía como cualquier otro el del 19 de enero de 1981 en Los Angeles. Hasta que un hecho inesperado alteró la calma del centro de la ciudad: en el noveno piso del edificio Miracle Mile, un joven de 21años, veterano de guerra de Vietnam, intentaba suicidarse. Todos los esfuerzos para disuadirlo habían resultado infructuosos: policías, un psicólogo, un cura. Nada servía para que el chico se convenciera de que vivir valía la pena. La gente, arremolinada en el lugar, seguía las alternativas de un caso que auguraba el peor de los desenlaces. Fue entonces cuando se produjo el segundo hecho inesperado ese día. Eran las dos de la tarde cuando el hombre, alto y musculoso, de impecable traje y corbata, apareció por el 5410 del Wilshire Boulevard. Acababa de enterarse de lo que pasaba y no dudó: se bajó de su Rolls Royce y se dirigió hacia el edificio. Pidió a la policía que lo dejara pasar y subió hasta donde estaba parapetado el joven a punto de saltar.
El hombre era Muhammad Ali, el legendario múltiple campeón de boxeo, que sin vacilar, se asomó desde una ventana y con medio cuerpo afuera empezó a hablarle a un muchacho, negro como él, que no podía creer lo que veía. “Soy tu hermano y me preocupas y quiero ayudarte”. La vulnerabilidad de ese chico que se sentía dejado del mundo, lo conmovió profundamente. Con lágrimas en los ojos lo convenció de que su vida importaba. El joven, finalmente, cedió. Ali lo ayudó a bajar de la cornisa y lo rodeó con sus brazos. Bautizado Campeón de la Libertad por su lucha en favor de la justicia social y los derechos civiles, en 2005 recibió la Medalla Presidencial de la Libertad de manos del entonces presidente de Estados Unidos, George W.Bush.
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