Durante años, Miles “Burt” Marshall fue considerado el hombre a quien acudir si querías invertir dinero en este tranquilo rincón del estado de Nueva York. Con una oficina cercana a la Universidad Colgate, Marshall preparaba impuestos, vendía seguros y ofrecía una inversión conocida como el “Fondo 8%”, que prometía un rendimiento anual garantizado, sin importar lo que ocurriera en los mercados financieros.
Su trato cercano y cordial le granjeó la confianza de vecinos y amigos. Con regalos locales como miel, jarabes de arce y pepinillos etiquetados con frases como “No seas tonto. Para un seguro adecuado llama a Miles B. Marshall”, Marshall proyectaba la imagen de un empresario confiable y arraigado a la comunidad.
“Él hablaba de otros que invertían. Iglesias, bomberos, médicos… gente que consideras inteligente. Entonces piensas: ‘Si ellos lo hacen, debe estar bien’”, recuerda Christine Corrigan, una de sus clientas, en diálogo con Associated Press. Pero esta aparente seguridad se desmoronó.
En 2023, Marshall dejó de poder cumplir con sus compromisos. Declaró bancarrota bajo el Capítulo 11, admitiendo más de $90 millones en deudas y $21.5 millones en activos, principalmente bienes raíces. Dos años después, a sus 73 años, fue acusado de operar un esquema Ponzi que afectó a casi 1.000 personas y organizaciones por un monto cercano a los $95 millones.
El escándalo no involucró las cifras multimillonarias de Bernie Madoff, pero golpeó fuerte a la pequeña comunidad universitaria y rural de Hamilton, con apenas 6.400 habitantes. Profesores, trabajadores, jubilados y dueños de negocios locales perdieron ahorros que representaban años de esfuerzo. La familia Corrigan, dueña de un restaurante a 48 kilómetros, calculó pérdidas cercanas a $1.5 millones.
Para muchos, la traición fue devastadora. Dennis Sullivan, quien perdió $40.000, reflexiona: “Miras la vida de otra manera. Es como, ‘¿en quién confías?’”. Marshall no solo gestionaba inversiones: también manejaba más de 100 propiedades, un negocio de almacenamiento y una imprenta. Su nombre familiar tenía reputación, y su oficina bien decorada proyectaba éxito y seriedad.
Burt Marshall. Foto: Captura redes
El sistema de Marshall funcionó durante décadas, pagando intereses y devoluciones que mantenían la ilusión de seguridad. Pero, según el síndico de bancarrota, Fred Stevens, la realidad era que desde 2011 utilizaba dinero nuevo de inversores para pagar a los anteriores, la esencia de un esquema Ponzi. Además, sus empleados habrían generado informes falsos sobre balances y rendimientos, mientras Marshall gastaba parte del dinero en gastos personales como viajes, comidas y estudios de yoga.
Ahora, los afectados enfrentan el duro golpe de recuperar apenas una fracción de lo perdido: alrededor de 5 centavos por cada dólar invertido. Para algunos, como Barbara Baltusnik, los ahorros para emergencias médicas se esfumaron. Otros, como Carolyn Call en Georgia, nunca verán el dinero que esperaba complementar su jubilación.
Marshall, quien se declaró inocente de cargos de gran hurto y fraude de valores, podría enfrentar años de prisión si es condenado. Mientras tanto, Hamilton intenta recomponerse de la traición del hombre que alguna vez parecía un vecino ejemplar, pero que, según los fiscales, convirtió la confianza en su comunidad en millones de dólares desaparecidos.
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