A los 41 años, la vida de Cristian Klingbeil, productor misionero y referente del sector tealero y yerbatero, dio un giro rotundo. Después de dos décadas dedicadas a la cosecha de yerba mate y té, decidió abandonar una chacra que alquilaba desde hace mucho tiempo. La decisión, difícil y dolorosa, refleja la crítica situación de las economías regionales. Fue la combinación de precios bajos, endeudamiento creciente y falta de apoyo estatal, según dijo, lo que terminó por precipitar el desenlace.
“Comencé a ver que estábamos entrando en un callejón sin salida. Era imposible seguir trabajando de esta manera. Lo que más duele es no poder seguir trabajando en lo que me gusta, después de haberla peleado tanto”, contó a LA NACION.
Klingbeil nació en una familia de inmigrantes ligados desde siempre a la producción de yerba y té. “Me crie prácticamente en la chacra de mi abuelo, con mis tíos, siempre trabajando en estas dos actividades, algo de forestación y algo de ganadería, pero a menor escala”, recordó. Fue así que, desde chico, aprendió a manejar tractores, cosechadoras de té y camiones y, apenas pudo, se dedicó de lleno al trabajo rural, pese a ser técnico electromecánico.
Durante años, hizo servicios de cosecha para terceros y vio cómo se consolidaba un modelo de tercerización en la actividad. “Así como en otras regiones se arrienda para la soja, acá se alquilan plantaciones de yerba y té”, explicó.
Con el tiempo, su compromiso lo llevó a participar en la discusión de precios del sector. Fue presidente de la Asociación de Productores Agrícolas de Misiones (APAM) e integrante de la Comisión Provincial del Té (Coproté) y de CAME Economías Regionales. “Viajé más de 30 veces a Buenos Aires, muchas veces para poder representar lo que necesitábamos. No fue fácil”, señaló.
Ese esfuerzo, sin embargo, no alcanzó. “Hicimos cosas que sirvieron, como cambiar la falta de compatibilidad entre planes sociales y trabajo registrado. Pero, después, uno ve que termina valiendo nada porque no podés seguir produciendo”, lamentó.
Su salida de la chacra impactó en la comunidad. “Cuando un referente en el sector deja la actividad, muchos se preguntan: ‘si Klingbeil que está viendo todo de más de cerca, abandona la producción, ¿qué nos queda a nosotros?’”, relató.
La decisión también tuvo un costado personal y familiar. “Mi mujer me veía haciendo números hasta la madrugada, preocupado, ajustando cada vez más. A veces me preguntaba si valía la pena tanto esfuerzo para que al final no quedara nada”, contó.
La situación del mercado terminó de acelerar el desenlace. “El clima nos afectó, los rendimientos fueron malos y aun así sobraba té. El principal destino, Estados Unidos, está en contracción y la depreciación del producto es muy fuerte”, explicó.
Aunque se pagaron mejores precios, los plazos de cobro eran cada vez más largos. “Hoy para arrancar una cosecha necesitás una inversión enorme. Solo para acondicionar 100 hectáreas son unos 40 millones de pesos. Y si después el exportador te dice que ya tiene suficiente, te quedás con la producción y la deuda”, planteó.
La falta de herramientas de salvataje en casos así lo llevó a una conclusión tajante porque entendió, dijo, que es más seguro poner la plata en un plazo fijo que invertir en producir: “Al menos ahí sé que recupero lo que puse”.
El costo financiero también jugó en contra. “Las tasas de los créditos son una locura. ¿Quién puede tomar financiamiento en estas condiciones? Y encima los tarifazos en energía hicieron que la industria ajuste por el lado del productor, bajando el precio de la materia prima”, explicó.
En su caso, si bien la decisión se tomó en diciembre, se concretó al terminar la zafra de mayo. “Cosechábamos unas 120 hectáreas de té, un millón de kilos al año, que representaban 80 millones de pesos en movimiento. Pero al final, no quedaba nada”, detalló.
Lo más triste que ahora muchas de esas plantaciones quedarán abandonadas: “Es muy probable que al menos la mitad de los teales que cosechábamos se pierdan”, reconoció.
El productor reconoció que el problema y la mirada hacia los sectores regionales excede a un gobierno en particular. “Ninguno entendió la importancia de las economías regionales. Ni Cristina, ni Macri, ni Alberto, ni el actual presidente [Milei]. Todos nos meten en la misma bolsa que la soja, el trigo o el maíz, pero somos otra cosa, generamos mano de obra y valor agregado”, subrayó.
Como ejemplo, mencionó la maquinaria tealera que acaba de exportarse a los Estados Unidos. “Esas cosechadoras las inventamos los propios productores, por nuestras necesidades particulares, todos los implementos, todos son inventos nuestros. Cada economía regional tiene su característica, pero los funcionarios nacionales no lo comprenden”, criticó.
En la actualidad, trabaja en el taller metalúrgico de su padre en Oberá. “Tuve la suerte de tener otra salida. Pero muchos productores no tienen esa posibilidad, solo saben producir y trabajar la tierra. Es muy difícil”, dijo.
Aun así, conserva la esperanza. “Todavía sueño con que resurja el campo y las economías regionales. No es un deseo personal, es por el bien de todos, porque vivimos en un país agropecuario. El derrame de las economías regionales es fundamental en el interior”, destacó.
Sobre el final, lanzó una reflexión contundente: “No tiene sentido hacer un movimiento tan grande para que al final no te quede nada. Yo cuidé cada gasto y cada inversión al máximo, pero igual terminamos cada vez más complicados. Planté bandera y dije hasta acá llegué; veremos más adelante si las cosas cambian”, concluyó.