Hace años que padezco de una adicción que comparto con casi todos los humanos del planeta, salvo los paupérrimos o esclavizados: es la enfermiza dependencia del celular. Enfermedad pertinaz que empieza a ser diagnosticada.
¿Para qué te sirve el celular? Para todo.
Allí podés encontrar en segundos una receta de cocina sofisticada, la cronología sangrienta de Tamerlán, todas las obras de arte, los edificios que glorifican el talento humano, los chistes más idiotas y los más sutiles, pornografía.
Sigo: las películas que honraron la historia del cine y las más banales, las arias de ópera más brillantes cantadas por lo mejores, los sublimes goles de Maradona.
¿Más? Las tonterías más graciosas y tiernas que puede ofrecer un bebé de Chicago, un oso panda en un zoo de Tokio o un enorme ovejero alemán al que se le acerca un gatito de pocos días.
La pregunta es cómo sustraerse a toda la información, de los más diversos tintes, ideologías y formas, aunque sea un ratito.
Un niño en manos del celu
A mi hijo Martín, todo un hombre, le pregunté qué podía hacer con mi celu, cuyo micrófono parecía muerto, lo que me llevaba a una considerable desesperación, ya que el aparatito es lo que llamo “mi escritorio”, reemplazando no con comodidad ni espacio lo que era mi mueble predilecto.
Adicción al celular. Foto: Shutterstock.
Sencillo, me dijo Martín: “Miremos un tutorial”. Allí, en 2 clicks, apareció la solución increíblemente facilonga. Utilidad: una más en favor del celu.
La primera duda en realidad, lo confieso con humildad, me la generó Bill Gates. El profeta de la informática declaró que a sus hijos les había permitido usar el celular después de los 16 años. Fue un alerta pero no le di dimensión profunda.
La segunda, más honda, fue cuando un eminente pediatra miró a la niña de mis ojos de 4 años y dictaminó: “Pantallas, nada”. Le objeté: va a vivir en un mundo de pantallas, ¿cómo no las va a conocer? No quiso discutir con un ignorante.
El doctor tenía razón. Con Vera despliego mil tretas para que no atrape el celu, el veneno. Hay peleas, negociaciones, pero, en general, gano por viejo.
Ese “veneno” me ha hecho descubrir el mío: que también soy un niño en manos del celu.
Mundo plano
ADicción al celular. Foto: Getty Images
Mi abuela y mi tía abuela solían salir a “tomar el fresco” al balcón. Eran tiempos en los que el televisor copaba la tarde temprana y la noche. Y punto. La variación, mínima; los rituales, tediosos.
Pero cuando esas señoras miraban “pasar a la gente” agudizaban el arte de la observación y sacaban conclusiones sobre gestos mínimos, miradas intensas, manos que se rozaban y los dotaban de una parafernalia llena de sentido. Yo, con 7, 8 años, me reía y aburría.
Ahora, a la luz mortecina de las pantallas que me capturan, evoco ese recuerdo como un bálsamo y una esperanza: ellas veían, sentían, quizás olían, a esas personas que pasaban.
Yo vivo en un mundo plano de imágenes que pueden ser extraordinarias, como la mirada de la Garbo, pero son fantasmas que me visitan mientras esa cosa llamada realidad transcurre opulenta, vaporosa y a veces horrible en ese trajín llamado la calle.
Sobre la firma
Marcelo A. MorenoBio completa
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