En Fitz Roy al 1900, pleno Palermo, en una zona de bares, talleres y locales que se llenan de movimiento a toda hora, una figura infantil detiene las miradas: un niño parado inmóvil, en silencio, de espaldas al mundo. Se trata de una escultura de cemento y metal del artista visual Sebastián Andreatta (Buenos Aires, 1989), que firma como BiH, un nombre que recuerda el viaje a Bosnia y Herzegovina que lo llevó a dedicarse al arte. La pieza, titulada El niño, despierta curiosidad y comentarios entre vecinos, transeúntes y curiosos, que se acercan para observarla o fotografiarla. Su primera instalación fue el sábado 6 en el barrio de Colegiales. “Hacía un año que no hacía nada de este calibre. La instalé primero en Plaza Mafalda, pero en apenas 20 horas la vandalizaron: le arrancaron la cabeza y la tiraron a un volquete, donde por suerte la encontré. La pude recuperar y la reconstruí”, cuenta.
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Tras ese primer ataque, Andreatta decidió trasladar la escultura a la entrada de su taller, donde se encuentra actualmente, con la idea de poder estar más cerca para protegerla y, a la vez, mantenerla a la vista de todos. Pero allí tampoco estuvo a salvo: sufrió una segunda agresión, cuando “un chico le arrancó el brazo”.
Los ataques no lo sorprendieron del todo: “Me imagino que debe haber sido alguien que estaba molesto, que la obra lo interpeló y no supo gestionar ese sentimiento de incomodidad. Mucha gente cuando ve algo que no le gusta piensa que por eso no debería existir”.
Según cuenta el artista a LA NACION, “encontré ese rincón en la plaza y se me ocurrió que era un buen lugar para hacer algo. Trabajo mucho desde la observación. Además, el concepto de rincón está muy asociado con la penitencia. Me interesaba eso, me daba el lugar para poder hablar de las infancias, de aquellos niños que fueron dejados de lado, incluso por el Estado”.
Su práctica está anclada en el espacio público. “Siempre trabajé el arte en espacios públicos. Me gusta la intervención en la vía pública, porque pienso que es una manera de democratizar el arte, la idea de que la gente pueda tener acceso a una obra sin tener que ir a un museo”. Y destaca que la respuesta cotidiana del barrio fue distinta a la del acto de vandalismo: “No escuché ni me enteré de quejas de vecinos. Al contrario, desde que instalé la obra los vecinos me saludan por mi nombre y me charlan”.
Andreatta comenta que realiza sus intervenciones sin pedir ningún tipo de permiso al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires: “Avanzo con mis obras porque es imposible que la Ciudad te dé permiso para hacer una instalación en la vía pública. Si hubiera un camino que te asegure que te van a aprobar una instalación, lo seguiría, pero no sucede. Si a la obra se la lleva el Estado, lo tomo de algún modo como el recorrido de la obra”. No es la primera vez que una de sus creaciones se enfrenta a un destino incierto: “Hace unos años me pasó con la obra Trapitos al sol, en la pandemia, en la Plaza Rubén Darío: desapareció y nunca supe qué le pasó”. La obra se trataba de 150 prendas de ropa interior donadas por seguidores de Instagram colgados en una soga entre 3 postes de la Plaza.
Sobre el futuro de “El niño” el artista asegura que no lo tiene muy definido: “No tengo idea de cuándo va a finalizar. Creo que va a suceder en 10 o 15 días que voy a decir ‘ya está, se terminó’, o quizá cuando esté muy vandalizada. La reconstruiré hasta que sea posible, como pasó ahora que le arrancaron el brazo”.
Reconocido en 2022 como Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Andreatta comenzó en el arte “por casualidad y por impulso” y hoy despliega su obra en murales, instalaciones y piezas que dialogan “con las costumbres argentinas, la coyuntura y las problemáticas de su generación millennial”.