Entrar a la sala donde se despliega La piel del color es sumergirse en un concierto silencioso. No hay música en el aire, pero vibra en los ojos, se desliza por la piel, late en el cuerpo. Cristian Mac Entyre, heredero y continuador de un linaje que revolucionó la abstracción geométrica argentina, ofrece una experiencia envolvente, una suerte de sinfonía óptica que se escucha con el alma.
La curaduría de Rodrigo Alonso acentúa este carácter inmersivo: una sala oscurecida, con cada pieza iluminada con precisión quirúrgica, hace que luces, reflejos y sombras sean protagonistas. La obra se desdobla, se multiplica, se transforma. Basta con dar un paso al costado para que un círculo se convierta en vibración; una trama de líneas se vuelva un campo pulsante; un espejo curvo invente otra dimensión.
«Fronteras del color». Acrílico sobre placas acrílicas 100×100 cm. Cristian Mac Entyre.
La muestra reúne 24 obras recientes –entre pinturas, estructuras acrílicas y cajas cinéticas– en las que Mac Entyre va más allá de un homenaje a los clásicos del arte cinético y óptico: los reinterpreta desde una sensibilidad contemporánea, tecnológica y sensorial. “La geometría es mi manera elegante de hablar de emociones desordenadas”, concede en diálogo con Ñ.
En ese límite sutil entre ambas corrientes, realiza exploraciones mediante cajas cinéticas y estructuras acrílicas en una constante transformación, centrada en el movimiento real y la interacción con el espectador, y utiliza patrones geométricos, contrastes cromáticos y efectos ópticos para provocar ilusiones de movimiento. Así, Mac Entyre no solo rinde homenaje a estas tradiciones, sino que también las expande hacia nuevas formas de percepción visual y emocional.
«Campos de Energía», Cristian Mac Entyre.
Con un fuerte componente participativo, sus creaciones generan una experiencia sensorial dinámica: desde vibraciones cromáticas en pinturas acrílicas sobre tela como La forma del Pulso, hasta piezas cinéticas como Conteniendo el pasado, donde incorpora motores, espejos y estructuras móviles. El artista describe su obra como una frontera entre lo que se ve y lo que se siente, donde conceptos como energía, cosmos o espíritu adquieren forma visual a través de composiciones abstractas.
Diálogo con el padre
Una pieza clave es Simetría en dos tiempos, una caja cinética con motor y con una malla metálica, que genera vibraciones visuales que surgen al superponer tramas de líneas que producen una oscilación óptica y generan un efecto moirée. No se trata solo de un juego visual: es un diálogo íntimo de Cristian con Eduardo Mac Entyre, su padre, cofundador junto a Miguel Ángel Vidal del arte generativo en los años 60.
«Conteniendo el pasado». Caja cinética, 2011. 103 x 64 x 38,5 cm. Un diálogo de Cristian Mac Entyre con su padre.
La caja funciona como metáfora de ese vínculo. Cristian recuerda que, de adolescente, Eduardo le pedía opinión sobre cuadros en proceso. “Cuando vi que mi mirada le servía a mi padre, ahí me recibí de artista”, dice. Hoy, esa conversación continúa a través de la geometría. Al recorrer las obras, se perciben formas que se desplazan, líneas que se ondulan y reflejos que se deforman, convirtiendo al espectador en cómplice de un diálogo íntimo con la obra y con el artista.
El arte como transformación
Uno de los núcleos más conmovedores de la muestra son las obras inspiradas en la experiencia de una maculopatía transitoria que sufrió el artista. Tal como refiere Rodrigo Alonso en su texto curatorial: “Cada cuadro, cada caja, cada superficie refleja la conciencia de un artista que convirtió la fragilidad de su propia visión”.
«Afuera no hay nadie». Acrílico sobre tela, 230×100 cm. Cristian Mac Entyre.
Durante un largo tiempo, la visión de Cristian se deformó como si el mundo entero fuera visto a través de espejos curvos: los objetos se arqueaban y las líneas rectas se volvían ondulantes, superficies cóncavas. “Era como vivir dentro de un cuadro de Víctor Vasarely”, recuerda el artista. Ese trastorno, lejos de ser un obstáculo se convirtió en motor creativo y, de forma totalmente inconsciente, dio origen a obras como la serie de eclipses con discos negros rodeados de halos cromáticos que parecen respirar, traduciendo la experiencia de vulnerabilidad en geometría cósmica, y, más tarde, a espejos que curvan el entorno y lo devuelven alterado.
Impacta la obra Campos de Energía. Está compuesta por círculos concéntricos , pintados y con papeles superpuestos de colores fluorescentes y tornasolados en tonalidades fucsias, rosadas, amarillos oro, rojos iridiscentes y violáceos, generando un fuerte impacto visual e invitando al espectador a un estado de meditación.
«Ondulación para un cuerpo que no existe». Acrílico sobre malla metálica, 100x100cm. Cristian Mac Entyre.
El linaje y el presente
El apellido Mac Entyre resuena inevitablemente con la historia del arte generativo. La coincidencia temporal no es casual: mientras el Fondo Nacional de las Artes presenta en la Casa de Victoria Ocampo la muestra Arte Generativo, el futuro a crear, una muestra curada por María José Herrera que recupera la obra de Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal, ambos pioneros en los 60 de una geometría algorítmica y rigurosa, el Palacio Libertad abre el linaje al presente con La piel del color.
“Ver juntas las dos exposiciones es conmovedor”, dice Cristian. “La del Fondo es un homenaje histórico, una puesta en valor de mi padre y Vidal. Lo que yo hago en el Palacio Libertad no es una continuación, ni una repetición: es una expansión en otro tiempo, con otros materiales, con otra sensibilidad”. Entretanto, Tulio Andreussi, presidente del Fondo Nacional de las Artes, subraya esa doble resonancia en diálogo con Ñ: “Si el arte generativo abrió un horizonte de modernidad en los años 60, la obra de Cristian Mac Entyre nos recuerda que ese horizonte sigue abierto. Sus piezas vibran en diálogo con la tradición, pero también con la sensibilidad contemporánea, donde el color es piel y el movimiento es experiencia vital”.
Cajas cinéticas de Cristian Mac Entyre.
Un artista culto y enigmático
Si bien heredero de un linaje, Cristian es también un explorador que eligió su propio mapa. Su obra es rigurosa y elegante, pero detrás de ese orden hay un costado oculto: el soñador que rompe guitarras para convertirlas en retratos, el hombre que pinta con su propia sangre, el buzo que traduce corrientes submarinas en geometrías, el lector de filosofía que convierte el bastidor de una obra en metáfora existencial. Ese cruce —entre la cultura refinada y el impulso impredecible— es lo que vuelve magnética su obra. No hay cálculo sin poesía, ni geometría sin misterio.