Después de tanto Mister Hyde, vimos por fin el presidente en la piel del Doctor Jekyll. Capaz que los ñoños teníamos alguna razón, si pasó de gritar a velar, de insultar a explicar. ¿Durará? ¿O es oportunismo electoral? Ya veremos. Lo cierto es que se necesita mucho más para disipar los rencores sembrados hasta ahora. Las derrotas políticas, de hecho, se suceden en cadena.
Aunque moderado, cosa apreciable, aunque razonable, cosa compartible, el discurso en cadena nacional, monopolio del que disfruta, deja perplejos. Hay cosas por corregir, antes de que la figura presidencial se erosione aún más, que aparezcan los buitres de la pueblada golpista: Javier Milei puede gustar o no, y a mí no me gusta, pero la estabilidad institucional es lo más importante. Sería tremendo que el peronismo consumara por enésima vez sus venganzas políticas a costa del país.
La primera duda es que Milei habla más como ministro de Economía que como presidente. Y si el presidente hace de ministro, ¿quién hace de presidente? Él mismo lo explicó hace unos días: yo me encargo de la gestión, dijo, la política se la dejo a mi hermana.
Es extraño: los argentinos le han confiado las riendas políticas del país, le corresponde a él indicar el camino, establecer cómo recorrerlo y elegir a los funcionarios para hacerlo. El presidente es un político, lo quiera o no, ¡no un tecnócrata! Para no dar la fatal impresión de abdicar de su responsabilidad, sería bueno que se deshiciera rápidamente de lo que la empaña.
Su programa político, no hace más que repetirlo, se resume en un solo punto: el equilibrio fiscal. Muy bien: el gasto irresponsable, la emisión desenfrenada, el clientelismo prebendario son plagas que hay que erradicar.
Es vital: en esto, Milei tiene toda la razón. Pero, ¿cómo hacerlo? Aquí es donde el tecnócrata debe convertirse en político; donde la demagogia electoral debe transformarse en arte de gobernar, la motosierra en recortes específicos, prudente gradualidad, pacientes compromisos.
Todas cosas para las que Milei, por desgracia, no tiene vocación. ¡Ni idea! Escucharlo culpar a Keynes de lo que debería culpar al peronismo mueve a risas. ¡Cuando la obsesión ideológica embota el conocimiento histórico! Ningún keynesista ha teorizado jamás nada parecido al populismo económico argentino. Populismo atribuible a la declinación demagógica peronista de la doctrina social católica.
No es una distinción insignificante. Si el problema fuera Keynes, deshacerse de él sería fácil: ¿quién demonios lo conoce en Argentina? Pero superar el sistema de creencias y valores del mito de la nación católica, un mito impregnado de paternalismo derrochador y hostilidad hacia la economia de mercado, es una tarea titánica: requiere, precisamente, prudencia y paciencia, consenso y gradualidad; en definitiva, reformismo, no integralismo, construcción de consenso, no profetismo.
Pero no, el Milei-Jekyll es tan integrista y profeta como el Milei-Hyde. Nos explica que «ningún país del mundo puede funcionar correctamente sin un presupuesto equilibrado»: obvio. Pero también que Argentina es «uno de los cinco países del mundo que tienen equilibrio fiscal».
¡Qué caos! ¡Una cosa u otra! ¿Qué quiere decirnos? ¿Que es el primero de la clase? ¿Más papista que el Papa? ¿A costa de romper su coalición y cosechar derrotas? Quien mucho abarca, poco aprieta. También nos explica que quiere «devolver la tan bastardeada presunción de inocencia fiscal»: correcto.
Pero olvida equilibrar este principio con el igualmente sacrosanto de combatir la evasión fiscal. ¡Y sin embargo sería muy beneficioso para el equilibrio fiscal! Su amiga Meloni se jacta de hacerlo.
Por último, Milei nos vende la idea de que basta con el equilibrio fiscal para dar una «solución definitiva» a los problemas argentinos, para allanar el camino hacia un ciclo épico de crecimiento que «en 30 años» llevará a Argentina «al podio de las potencias mundiales».
De la miseria a la riqueza sin pasar por la casilla de salida. Viva el optimismo, pero si realmente lo cree, y creo que lo cree, vive en las nubes. Seremos los más ricos del mundo, dijo Castro, repitió Chávez. América Latina rebosa de profetas y escasea de estadistas.
¡Qué sencilla es la historia vista desde el ojo de la cerradura de la macroeconomía! Qué envidia: basta con pulsar el botón correcto y todo se arregla. Me temo que es más complicado que eso, que el equilibrio fiscal sin solidez institucional y confianza social no sea la varita mágica que él cree. Lo estamos viendo.
De cara a las elecciones de mitad de mandato, es evidente que Milei se encuentra en una encrucijada. O se convierte en lo que se niega a ser y no sabemos si sabe hacer, un presidente político, o sigue interpretando el papel del chico malo carismático, del visionario caprichoso que, en lugar de adaptarse al mundo, se enfurece porque el mundo no se adapta a él.
En tal caso, se adentrará cada vez más en el túnel del victimismo: no la ven, no me dejan. De redentor fracasado a mártir aclamado hay un paso muy corto. Esperemos que termine su mandato en paz: Argentina necesita tranquilidad, no más tragedias.
Sobre la firma
Loris Zanatta
Historiador italiano, profesor de la Universidad de Bolonia. Especial para Clarín.
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