Bertrand Russell, destacado filósofo inglés, cuestionó duramente que en la era moderna el trabajo “moral del trabajo” se parecía más a la ética de un esclavo, heredada de épocas preindustriales ya superadas por la tecnología y la conciencia.
En su ensayo Elogio de la ociosidad (1935), Russell señalaba que la creencia en la virtud del trabajo causa más daño que beneficio. Propuso una sociedad en la que se reduzca el trabajo y se distribuya el ocio equitativamente, ya que la verdadera prosperidad exige equilibrio entre esfuerzo y descanso.
Según Russell, el alza de este fervor por el trabajo se originó en una época en que solo los privilegiados disfrutaban del ocio, mientras los demás trabajaban por necesidad. Esa ideología legitima la explotación y promueve el deber como un valor absoluto, una moral que ya no corresponde al mundo actual.
Bertrand Russell desafió la creencia de que trabajar mucho equivale a ser moralmente valioso.
Su crítica sigue vigente: mientras la eficiencia tecnológica permite que menos personas generen lo necesario, seguimos glorificando el exceso de trabajo. Russell advertía que si organizáramos mejor nuestro sistema económico, todos podríamos trabajar menos y aprovechar más el tiempo libre.
Trabajo, moral y libertad para Bertrand Russell
Russell argumentaba que la moral que glorifica el trabajo surgió para justificar la desigualdad: el dominante se asegura su comodidad mientras exige al subordinado cumplir con un deber impuesto. Ceñir la ética al trabajo es ignorar la dignidad del tiempo libre, que es esencial para una vida plena.
Para él, el valor del trabajo no reside en su moralidad intrínseca, sino en su utilidad para generar ocio: “El ocio es bueno y no el trabajo”, era su diagnóstico. En ese sentido, el trabajo no debe ser un fin, sino un medio moderado para asegurar bienestar y libertad.
Propuso así jornadas laborales sensiblemente más cortas: solo cuatro horas diarias podrían bastar para satisfacer las necesidades colectivas, mientras el resto permitiría a las personas cultivar su curiosidad, su creatividad y su desarrollo personal.
El intelectual británico criticó que la moral del trabajo en lo moderno es una herencia ideológica de épocas injustas.
No se trataba de promover la ociosidad vacía, sino de orientar el ocio hacia actividades enriquecedoras: arte, ciencia, reflexión, cultura. Un tiempo bien gestionado puede elevar la civilización más que cualquier exceso de producción material.
Una ética humanista contra la sumisión
Russell entendía que la moral del trabajo se volvía nociva cuando se convierte en una obligación inalienable. Esa imposición fomenta la sumisión y anula la libertad del individuo, imponiendo una ética ajena a la dicha y al desarrollo humano auténtico.
La crítica se basa en que hoy, gracias a la eficiencia tecnológica, no hay necesidad de mantener ese modelo moral esclavista. El trabajo debería ser una elección, no una imposición. El problema no está en el hacer, sino en la coerción moral que excluye otras formas de realización.
Russell invitaba a repensar la construcción del sentido social: enfrentar una vida buena no implica acumular más, sino disponer de tiempo para vivir, crear, reflexionar. Era una invitación radical a redefinir el éxito y la felicidad.
Para Russell, el ocio bien distribuido puede enriquecer más a la sociedad que cualquier exceso laboral.
El mensaje de Russell sigue resonando: no se trata de cuestionar el valor del trabajo en sí, sino de rescatar la libertad y la dignidad del ser humano. La moral del trabajo como valor absoluto es una moral obsoleta, más propia de esclavos que de ciudadanos conscientes. Construir una ética donde el ocio y la creación tengan el mismo valor es urgente y necesario.