Decir que Gustavo Costas es sinónimo de Racing no es nada novedoso. El tipo, un emblema del club, es la bandera del sueño de la Academia. De un equipo hecho a su medida que está en semifinales de la Copa después de 28 años, que ya rompió la pared de un título internacional y que ahora va por una Libertadores que no se le da desde 1966, nada menos.
Un personaje que vive los partidos con una adrenalina al 110%, besando el escudo de su remera, gritando el gol como un hincha más. El de este miércoles contra Vélez fue un Racing con la impronta de Costas y con la voracidad de un colectivo que va por un sueño de los difíciles. Supo el entrenador transmitir algo clave para este tipo de duelos: que el equipo saliera a jugar como si la ida no hubiese sido ese 1-0 que no era tan merecido. Y así, le pasó el trapo a un rival respetable, con un entrenador como Guillermo Barros Schelotto que reconoció al ganador.
Más allá de individualidades como Maravilla Martínez o Santiago Sosa, la figura de Racing es Costas. Él es el corazón y por él los hinchas confían en seguir haciendo historia. Con él, más allá de golpes en el torneo, hay fe en la Copa Argentina y en la Libertadores, en duelazos que se vendrán contra River en Rosario y luego con Estudiantes o Flamengo, y también en el clásico del domingo en el Cilindro.
Así como River creó en años a un Gallardo superpoderoso, centro de todo y por quien se confía en epopeyas, a su manera Costas se transformó en el guía de la Academia. El conductor que lo vive como un hincha, que toma decisiones bravas como poner en el arco a Cambeses en lugar del capitán Arias, el que ganó los siete mano a mano que jugó y el que -lo dijo luego de ganar la Sudamericana y ahora que llegó a semifinales- no va a parar hasta consagrarse en la Libertadores.