“El mundo es malo. Las calles son peligrosas y no se puede confiar en la gente. Así le fue a Julia. Por eso quise proteger a papá, aunque él nunca lo haya entendido. Hasta el día de su muerte mi padre veneró un mundo que no hizo más que robarle todo lo que quiso”. En estas líneas se resume el universo claustrofóbico la escritora uruguaya Fernanda Trías en La Azotea, su primera novela escrita a los 23 años y recientemente reeditada en el país por el sello independiente Marciana.
La escritora uruguaya Fernanda Trías. Foto: Fernando de la Orden.
Si no se la conociera, llamaría la atención el haber escrito una historia de semejante impacto y crudeza siendo tan joven. Pero si se recorre su devenir posterior, es posible caer en la cuenta de que era tan solo el preludio de sus obsesiones recurrentes: el encierro, la asfixia, el cuerpo, los desperdicios, la soledad; un universo femenino narrado sin esquivar el bulto a las zonas más incómodas.
La narradora, afincada en Colombia desde hace una década, le dijo a Clarín acerca de sus obsesiones recurrentes: “Todos esos elementos terminan uniendo los libros a pesar de que yo hago intentos por escribir un libro muy distinto al anterior porque quiero que sea interesante para mí el desafío de lo que viene, de lo que quiero intentar hacer después. Sin ese riesgo yo no siento la emoción de sentarme frente a la máquina”. Esto se ve también en El monte de las furias, su más reciente novela publicada también a comienzos de este año por Random House.
Lo que no se dice
El acierto de La azotea reposa en lo que esconde. Lo que no se dice. Aquí no hay explicaciones por demás. Se cuenta la historia de Clara, una joven que vive con su padre enfermo, su pequeña hija y un canario. Todo está en un aparente estado de abandono. El deterioro es notable. Les cortaron los servicios. Su padre pareciera estar deprimido y agobiado producto de la muerte de Julia, su compañera.
Clara intenta rastrear el origen de este punto de no retorno: ¿Cómo se llega a esto? Así la narración produce un flashback y el lector se encuentra con una Clara embarazada que cuida a su padre cada vez más frágil. Una mujer, Carmen, la ayuda con las compras pero se vislumbra como un ser cada vez más inquietante. Clara tiene miedo de todo. Mira fotos viejas de Julia, las pega en su placard, usa sus vestidos. Se siente perdida. Lo único que la alivia es, cada tanto, subir a la azotea y contemplar la inmensidad urbana. “La azotea era mi lugar; el único donde no pudieron vencerme”, afirma.
Los personajes están muy bien definidos. Inclusive el departamento –al igual que en Rabia, de Sergio Bizzio– se convierte en un personaje más. Clara por momentos es ambivalente: frágil y fuerte, tierna y cruel. Como cuando juega con su hija o, tiempo después, cuando ya no lo soporta. Lo mismo en la compleja relación que entabla con su padre que, por momentos, roza lo incestuoso.
A Trías le interesa explorar las relaciones familiares sin anestesia. Su literatura se parece a pasar la yema del dedo por el borde filoso de una navaja afilada hasta hacerla sangrar. Algo similar a lo que escribió Fabián Casas en el poema “Hace algún tiempo”: “Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia”.
Pero lo más intenso y magnético de esta experiencia de lectura –más viva que nunca, a veinticuatro años de su primera edición– es el ritmo. Produce un vértigo que aplasta y asfixia. Se vuelve imposible de ser leída de un tirón más allá de lo que pueda llegar a sugerir su corta cantidad de páginas.
Tres películas en la licuadora
El tono parece el resultado de meter tres películas en una licuadora: León, el profesional, Trainspotting y alguna de las mejores comedias de Pedro Almodóvar. Una amalgama de violencia tierna, estética kitsch y delirium tremens pero sin drogas duras.
“Es increíble cómo las cosas deben tocar fondo para que una reconozca lo que está pasando. Recién ahora se me hace evidente que eligieron para nosotros una muerte lenta como la que estamos viviendo”, dice Clara y su paranoia va in crescendo a lo largo de las 132 páginas de esta edición.
La escritora uruguaya Fernanda Trías. Foto: Fernando de la Orden.
Ya no se sabe si es que Carmen, la policía y sus vecinos se complotaron hasta tenderle un plan secreto que forzase su desalojo o fue ella misma, con la paciencia de una araña, quien fue tejiendo la tela que se convirtió en su propia trampa mortal.
Trías, quien tanto con Mugre Rosa como con esta novela resultó ganadora del British PEN Translates Award (2020 y 2022), revalida en cada publicación sus pergaminos de una de las voces más interesantes de las letras latinoamericanas.
Con esta nueva edición, La azotea goza de una nueva vida con una frescura que podría ser natural de algo escrito ayer y hace sentido con las temáticas habituales de la autora que escribió esta historia en 2001, año que para los argentinos no es indiferente. Cualquier resonancia con un presente cada vez más incierto, ensimismado y distópico, ¿es coincidencia?. En palabras del padre de Clara: “Nadie va a venir. Estamos enterrados vivos”.
La azotea, de Fernanda Trías (Marciana).