La primera vez que leí la palabra “aventurerismo” fue en mi primera juventud y creo que en las páginas de algunos clásicos de la literatura marxista. Hablaban de “aventurerismo revolucionario y político”. El concepto, no obstante, escapa a esos dogmas añejos y, aunque tiene sinuosas acepciones, podríamos actualizarlo y sintetizarlo de este modo: activismo basado en la emoción y la sed de aventura; tendencia a actuar de manera temeraria y a concebir la política como una apuesta de riesgo y no como un ejercicio de responsabilidad. El hartazgo social por tantos años de decadencia encumbró en el poder a un grupúsculo –sin equipo ni experiencia- para el cual el aventurerismo político había sido un divertido modus operandi y a la postre un buen negocio, tanto sea para ofrecerse como candidatos como para declinar sus candidaturas, según las ocasiones y ganancias de cada caso. Un grupúsculo recubierto por una ideología que les otorgaba una cierta respetabilidad, y que usaba sellos de goma, se asociaba con la resaca de la “casta”, acopiaba delirantes e impresentables de toda laya, se prestaba a campañas de erosión y hasta se dejaba penetrar, como hizo al menos una vez, por el massismo con la intención de destruir una coalición republicana.
El voto del mal menor y las narices tapadas se decidirá discretamente en los últimos días
Pletórico de esperpentos y de internas, con amistades veloces y enemistades instantáneas, los aventureros venían no solo con la codicia sino con la costumbre de apostar en el casino financiero y de justificar secretamente, y no tanto, los trucos para eludir al “Estado maligno y confiscador”. Frente a lo “monstruoso” del Estado, hasta veían con buenos ojos a los contrabandistas (Milei dixit) y les resultaba incluso “un héroe social” Al Capone, porque se había rebelado contra el opresor gobierno federal y al final había ido a prisión apenas por evadir impuestos. Pese a que en este súbito proyecto redentor los cimientos y las paredes eran de barro y bosta (Perón dixit), todo marchaba de acuerdo al plan hasta que, por simple ley de gravedad, el hogar libertario comenzó a crujir, aparecieron las primeras rajaduras y luego los desprendimientos de mampostería, y hoy tiene el techo agujereado y decididamente rotas las cañerías: hace frío y el agua les llega al cuello en el peor momento posible. Prometieron eficiencia para manejar la macroeconomía y han generado, con sus propias torpezas y envueltos en vanas pedanterías, gran escepticismo en una buena parte de la sociedad. Prometieron lucha contra la corrupción y surgieron serias sospechas sobre “recaudaciones” non sanctas en el propio “triángulo de hierro”. Prometieron revertir los pactos con el narco y la desidia judicial frente a ese mercadeo repugnante, que el kirchnerismo prohijó en los barrios más humildes y en los conurbanos, y la principal figura de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires resultó enredada en un ruinoso affaire con supuestos traficantes y lavadores de dinero. La presencia en filas de atrás del cálido humanista José Luis Espert –cárcel o bala– durante el acto oficial de esta semana en el que Milei proponía “tolerancia cero” a la delincuencia constituye una escena antológica de esta comedia patética. El mileísmo le fue ostensiblemente infiel a su electorado, y es por eso que cae día a día su índice de confianza y no baja ni a palos trumpistas el riesgo país. Una vez más: la oportunidad no pudo ser peor. Es como descubrir que tu pareja tiene un amante justo en vísperas de la boda; no parece haber tiempo para procesar el enojo, arreglar lo que se ha quebrado, buscar una reconciliación y llegar con sonrisa feliz a la ceremonia: las elecciones ocurrirán en menos de cuatro semanas. Pero también esto es la vida real, y a veces las parejas se casan enojadas y sin amor, y solo para huir hacia adelante o escapar de yugos peores. El voto del mal menor y las narices tapadas se decidirá discretamente en los últimos días y hasta en el instante mismo de ingresar en el cuarto oscuro. Todavía puede pasar cualquier cosa en la Argentina. Y han lanzado a rodar desde las usinas oficiales una psicopateada colectiva de manual, consistente en que el votante finja demencia y no sea “funcional al kirchnerismo” (tal vez les hagan caso) y que los periodistas, en nombre de la democracia liberal, encubramos semejante escándalo (lo que es imposible). Fred Machado fue la mancha venenosa y Espert va camino a serlo; Milei pronto lo será si no da un giro y se despega de estos malhadados personajes. Si él persiste en tolerar lo intolerable, la ciudadanía de a pie puede llegar a pensar que el León no puede tirar la primera piedra y que también tiene algo muy oscuro que ocultar. Es por eso que los ministros intercambian, con desesperación, una consigna sensata: “Hay que salvar al Presidente”. Pero el susodicho acelera en las curvas, haciendo gala de un aventurerismo político que fue muy celebrado hasta ahora. Hasta que la supuesta “opereta” –chisme de peluquería– se transformó en una ópera trágica de Puccini, como esas que el Topo escucha en Olivos rodeado de amigos y amanuenses. Y también hasta que quedó completamente al desnudo la fragilización de un programa de estabilización que nunca terminó de estabilizar: avejentado y exánime, el “modelo” necesita entrar a cada rato en el hospital y recibir nuevas transfusiones. Primero fue el Fondo Monetario Internacional –a quien el oficialismo desobedeció–, luego Donald Trump –que se metió en un lío por culpa de este lejano compadre del Club de los Reaccionarios Recalcitrantes– y en las próximas horas será toda la Casa Blanca, que buscará acallar las críticas internas de productores agrícolas y de los especialistas de los principales diarios financieros, y al parecer tratará de acordar alguna clase de torniquete para detener de una buena vez la sangría. Todo este espectáculo ocurre ante la vista de un público sensible, que ha sufrido demasiadas crisis y muchos desencantos. El mandato de Milei no acaba en unos comicios de medio término: continúa y él estará obligado a abandonar el aventurerismo político y la soberbia congénita, y a reformular por completo sus prácticas económicas y políticas, pagando el precio que deba para terminar con la inestabilidad y abriéndoles puertas y ventanas a los aliados y a los gobernadores. La realidad, que es la única verdad, le exige al snob acabar con las anomalías. Porque, como Chesterton afirmaba, “la aventura podrá ser loca, pero el aventurero ha de ser cuerdo”.