Cada cancha tiene su aura. Dondequiera que sea. Y el asunto va más allá de un pintoresco apodo, de una serie de resultados (buenos o malos), de si se asemeja a una estancia o a un cajoncito, de si es linda o de si es fea, de si es fácil o imposible, de si es patrimonio cultural o recién sacada del plano de un arquitecto…
La de Deportivo Riestra no es excepción, aunque muchos ni siquiera la conozcan -más allá del enfoque de una cámara de TV-. Detrás de su invicto de 25 juegos, con 14 triunfos y 11 empates en casa, quedan varias historias por develar. Si aún pocos pueden explicar qué es lo mágico que sucede con el Blanquinegro sobre el verde césped, ni hablar de lo que hay debajo de la tierra…
El karma de la cancha propia
Nacieron como un club de amigos que paraban en la lechería de la tana Melucha, sobre la avenida Riestra. Ahí, en Pompeya Norte, entre luces a kerosen, decidieron jugar al fútbol. Algo pobretones, le manguearon camisetas a los cumpas de El Trueno y así heredaron la verticalidad del blanco y el negro. Era 1929. Dos años más tarde, para competir barrialmente, se bautizaron formalmente como Deportivo Riestra y, en esa avenida esquina De Vedia, disfrutaron de su primer potrero. En 1946, se afiliaron a AFA. En 1950, sobre una molienda de huesos en pleno Bañado del Bajo Flores, tuvieron su segundo hogar, “la cancha de las moscas”, hasta que en 1981, por la dictadura militar y el cálculo fallido en el trazado de una autopista porteña, se convirtieron en inquilinos itinerantes durante 12 años. La diáspora también incluyó en 1990 la desafiliación por un año tras ser el peor equipo de la última categoría, la vieja Primera D. Hasta que planes de urbanización le hicieron al fin un guiño…
Un tal Guillermo Laza, acompañado de un grupo entusiasta de dirigentes y vecinos, movió cielo y tierra para conseguir -a lo San Lorenzo- un terrenito virgen en la zona más despoblada de la Capital Federal. Así las cosas, el Blanquinegro optó por un predio más que especial, de casi tres hectáreas más allá de Avenida Varela por 444 millones de pesos de la época a pagar en 234 cuotas mensuales. La prioridad en la zona era del Ciclón, otro expropiado años antes sobre Avenida La Plata.
“Cuando vi que Fernando Miele puso el dedo en el mapa, yo lo puse al lado”, le cuenta Beto Santín a Olé, el presidente de Riestra por aquel momento. La escritura se firmó en 1989, en el lindero club Italiano. “Estábamos a 100 metros de la Perito Moreno y a 300 metros de Avenida Cruz. Al lado, pegados, teníamos al colegio Marianista. El padre (Fernando Ruiz de) Angulo nos dio una mano. Tuvimos que alambrar todo el perímetro porque había miedo de que nos invadieran. Y cuando quisimos empezar a levantar la cancha… ¡Las cosas que encontramos!”, recuerda risueñamente el ex pope.
Un recorte del último partido en la vieja cancha que debieron abandonar en 1981.
De la pista de midgets al Cementerio de autos y cordones
Antes de pensar en el nacimiento del tercer estadio de Riestra hubo que acondicionar el yuyerío en la parte más olvidada de Buenos Aires. “Era todo un descampado. No había nada de nada de nada. No era un basural pero sí un baldío interminable. E inundable. Era, entre los pastos altos, un cementerio de cosas abandonadas. Como un gran playa de estacionamiento de autos, camionetas y micros choreados. Ese hierro, esos fierros, le terminaron dando fuerza al césped que ves hoy. Hubo que aplanar todo con la tierra que sacábamos de las montañas que había en el Parque Almirante Brown. Costó mucho nivelar el terreno. A su vez, había adoquines, cordones de vereda, cascotes. Uff. ¡Hasta muebles de oficina tiraban ahí, esos armarios de acero! Si vas ahora a la cancha y hacés un pozo de tres o cuatro metros, no tengas dudas de que te encontrás un motor…”, ilustra entre risas un Santín que ahora goza más tranquilo, casi pellizcándose, de la tabla de posiciones y del estadio más chiquito de la Liga Profesional que también pudo haber sido un mini autódromo…
Los testigos aseguran que mientras se encendían lamparitas en una zona sin luces para levantar el esperado estadio, un señor, Hugo Canto, se había sumado a dar una mano. El hombre, relacionado a la organización de las carreras de midgets en el Autódromo y en Chicago, mostró la hilacha cuando pretendió convertir el pastizal en una pista. “Sólo habíamos podido armar un quinchito. Un día, mientras hacíamos un asado, cayó el hombre con su idea loca. Lo sacamos volando. Le dijimos que lo íbamos a cagar a trompadas, je. Encima, no había aportado ni un peso”, recuerdan los más veteranos. Uno de los presentes en aquella anécdota dejó con el tiempo su gran legado. Falleció a principios de siglo. Se llamaba Guillermo Laza. La cancha, se recuerda, lleva su nombre. Aunque el estadio de Riestra también pudo haber llevado el nombre de un legendario boxeador…
El Riestra del invicto en su casa de Bajo Flores.
Del famoso Ringo al diariero de la esquina del club
Antes de la inauguración había que tomar una decisión para toda la vida. Debía determinarse cómo se conocería por siempre ese templo futbolero que debutaría en la Primera D, categoría del fútbol argentino donde Riestra se movió hasta el reciente 2014. Los hermanos José y Vicente Bonavena eran altísimos dirigentes del club y pretendieron bautizar el nuevo field con un tributo nominal a su bro, el asesinado boxeador Oscar Natalio, más conocido como Ringo, vinculado con Huracán y con Parque Patricios, aunque simpatizante de Blanquinegro. Sin embargo, en mesa chica, les bajaron el pulgar y se tomó otra resolución. El pugilista Quemero que había hecho caer al célebre Muhammad Alí en el Madison Square Garden neoyorquino no pudo noquear simbólicamente a Laza, un diariero de Avenida Riestra y Las Palmas.
“En Riestra, más allá de que alguna que otra vez hubo pluralidad de listas y se hicieron elecciones, históricamente primó el consenso. La opción de reconocer a Laza se discutió puertas adentro. Se barajaron otras opciones pero… La verdad es que le dedicó toda su vida al club y se lo homenajeó en vida. Guillermo lideró el proceso para conseguir los terrenos cuando en los ’80 se empezaron a ceder terrenos municipales con fines deportivos. Es más: hipotecó su casa, su único patrimonio para que pueda hacerse la operación. Si bien era canillita, supo ser presidente del club una década antes y pasó por todos los cargos habidos y por haber”, le describió a Olé el historiador y secretario de actas, Pablo Menéndez Portela. “Trabajó ad honorem, como todos hasta el día de hoy. A pulmón. Tuvo una hija que es socia del club pero que no participa en la gestión. También un nieto que juega en Infantiles. La familia sigue en el barrio aunque corrido de lo dirigencial”, acotó.
“Estuvo siempre al pie del cañón por el club…”, se sumó al perfil de Laza en diálogo con Olé el presidente del Deportivo Riestra – Asociación de Fomento Barrio Colón (tal la denominación de la inamovible fusión), Guillermo Salorio. “Fue un trabajador, entre tantos otros, cuando la institución era un equipo bien de barrio”, reflexionó.
Los Salorio son parte del inventario de la casa de la calle Ana María Janer. Y de la modesta sede de la calle Del Bañado también. De hecho, se puede leer cinco veces el apellido entre los integrantes de la presente Comisión Directiva. Incluso, el propio Guillermo, actual mandamás y responsable del sector social del club -que funciona en paralelo al fútbol profesional, comandado desde 2012 por el abogado y empresario Víctor Stinfale– fue parte del esperado día del corte de cinta. De pelo largo, propio de la época, Salorio fue el zaguero izquierdo del Blanquinegro el 20 de febrero de 1993, fecha de la feliz inauguración del Laza.
Bondis bajo tierra y Sena, un colectivero, el primer héroe del Laza: la construcción de una fortaleza
Fue de goma. El verano del ’92 se hizo muy largo. La cuenta regresiva, interminable. El contrato de alquiler de Riestra con Sacachispas venció en Soldati un 12 de diciembre, días antes del receso de fin de año, tras un 3-0 a Yupanqui. En tiempos de dos puntos de premio para el ganador de cada tarde, el Deportivo cortó el pan dulce con 25 unidades y soportó un enero hot con un Acassuso líder con 33. Ya nadie se acordaba, ahora desde Bajo Flores, del triste 0-0 vs Central Córdoba de Rosario en 1981 cuando el DR fue verdaderamente local, por última vez, en casa propia. Ese triste día se lanzó una “campaña por los 5000 socios” que nunca prosperó. Y también nació una movida para volver a ser propietarios sin plata. Ya nadie creía, una década más tarde, que aquella promesa de ser dueños de un terrenito con dos arcos reglamentarios y muchos sueños, se haría -al fin- realidad.
“Todavía recuerdo a Laza sobre un lateral, en una reposera desde su setentaipico de años, sacando hojitas y pastitos con mil grados a la sombra. Ni árboles había. Sólo un quincho algo precario, mal terminado, con puertas sin pintar. Mientras entrenábamos veíamos el esfuerzo del día a día: a veces había 20 obreros, a veces llegaba uno… Es raro explicar este presente. Éramos felices jugando por ascender a la C o por zafar de la desafiliación. Hoy Riestra se parece al Real Madrid…”, le relata a Olé Walter Darío Sena, quien fuera el primer gran héroe -y goleador- del flamante estadio.
Entre bondis enterrados en esos pagos, a pasitos nomás del Nuevo Gasómetro, con el recuerdo sepia de los caballos pastando sin rumbo con las patas en el agua, el golazo del volante derecho, Sena, “el 8”, -actualmente colectivero de profesión- frente un Atlas que aún no era La Otra Pasión, significó el definitivo e histórico 1-0 en el primer juego en el Laza que quedó registrado para siempre por la cámara de Simplemente Fútbol, ese programa de culto de Quique Wolff emitido por América TV. “La verdad es que no tenía mucho gol. Yo era de tocar de primera e ir a buscar al vacío. Igor Pesl me la devolvió y le pegué con los cordones por encima del arquero. Fue sobre el arco que hoy suele verse a la izquierda de la pantalla. No había tribunas todavía. La gente alentaba parada. Fue una fiesta familiar. Yo me terminé haciendo socio incluso”, nos cuenta el actual chofer de la línea 92.
La vieja y querida revista Sólo Fútbol y la cobertura del primer partido de Riestra en el Laza.
El gol de Sena a Atlas en la inauguración del Guillermo Laza, el último estadio del Deportivo Riestra.
Walter Sena hoy, también volante, pero al mando de los servicios de la línea 92.
Deportivo Riestra –
Walter Sena convirtió para Riestra el primer gol del Blanquinegro en el Guillermo Laza y quedó en la historia del club
El partido se jugó en 1993, por la Primera D, y el equipo de Bajo Flores derrotó 1-0 a Atlas. (video Simplemente Fútbol, América TV)
Walter no dejó de ser parte de Riestra. Hasta hace un par de años, cuando los horarios dejaron de darle, participaba del equipo de veteranos. Categoría 71, oriundo de Ingeniero Budge, era un pibe de potrero. “Yo, más que jugar al fútbol, jugaba a la pelota. Y por plata”, asume.
Recién a los 19 años, cuando terminó el secundario, salió a tentar a la suerte. Probó en Lanús pero le dijeron que ya estaba “grande”. Un vecino lo llevó a All Boys de Santa Rosa. Allí fue compañero del Pampa Sosa. A su regreso, quedó en Riestra a comienzos de los ’90. “La primera cancha era pasto seco, duro, con matas, yuyos, pinches… Al menos, era toda verde. Imaginate que yo jugaba en tierra, así que para mí era linda. Igual, tenías que manejar la bocha con precaución: se jugaba mucho a la segunda pelota. Todo costaba. Me tomaba el 101, me bajaba en Cruz y Varela y caminaba un par de cuadras. No teníamos sueldo pero cobrábamos viáticos: cien pesos por mes, cuando eran 100 dólares, y otros 50 extra por partido. No nos daba para la Coca, así que comprábamos agua mineral y le poníamos jugo Tang… El vestuario era precario. Pero el día de la inauguración se estrenó un tanque moderno de 1500 litros…”, describe el volante aquellos tiempos. Allí empezó la primera muestra de una casa jodida.
La bandera en lo más alto del mástil en la ceremonia de inauguración del Laza.
Un recorte de la época.
La síntesis del primer partido de Riestra en su nueva cancha.
Los triunfos que cuadriplicaron derrotas, el hambre y las misteriosas claves del estadio
Aquel elenco integrado por Sena, dirigido por Carlos Lutzman -dueño de una agencia de quiniela sobre Avenida Caseros-, no tuvo premio inmediato. Villa San Carlos fue campeón y Riestra perdió con Liniers las semifinales del Reducido por el ascenso a la C. Tuvo que esperar un año más, hasta 1994, para dar la vuelta olímpica contra Cañuelas en El Porvenir, quedarse con el Octogonal y pegar el salto de categoría.
Sin embargo, después del 1-0 contra el Marrón de General Rodríguez, el Blanquinegro hizo de su nuevo búnker (que empezaron a utilizar Fénix y Sportivo Barracas) una fortaleza. En el primer año de Riestra en Janer y Varela, por caso, el Deportivo jugó 14 partidos, con ocho triunfos y apenas dos caídas. “La gente vivía colgada del alambrado. A puro escupitajo, je. Se hacía sentir la localía. Era una cancha chiquita aunque, para la D, era un canchón. Había espacio para jugar”, rememora Walter, retirado a los 29 pero siempre ligado al transporte, entre bondis escolares y remos.
El XI de Riestra que salió a la cancha en el Laza en 1993. Detrás, la actual platea oficial de San Lorenzo todavía en construcción.
Las revistas de Ascenso le dieron lugar al evento.
“La cancha era dura como todas las canchas del Ascenso porque, en esa época, no existía el riego artificial. Sena hizo el gol y yo vi la roja. Fui el primer expulsado en el Laza, je. Me echó el Loco José Méndez y terminamos nueve contra nueve”, acota Salorio. “La localía se hizo fuerte porque éramos muchos pibes del club, boyábamos de cancha en cancha y un día sentimos que habíamos encontrado nuestro lugar en el mundo. Disfrutábamos de jugar en estadio propio y eso nos hizo fuertes”, reflexionó.
“Muchas cosas se mantuvieron. Esta cancha tiene algo… No sé qué le pasa al visitante. O, a lo mejor, es el local el que se motiva más de la cuenta. Y eso que se entrenan todos los días en La Candela: acá solo vienen a jugar. Cuido el pasto a diario, que esté compacto, que esté bien. No sé cuál es la mística del Laza, desconozco el porqué de estos 25 partidos invicto. Pienso que es más hambre y gloria que otra cosa. Después, los 22 que se enfrentan, son seres humanos. Unos ganarán más plata, otros menos, pero los nuestros pareciera que se quieren llevar el mundo por delante…”, le jura Martín Bouza a Olé, tesorero del club y compañero de los citados Salorio (sí, el presidente), Pesl (vocal 3°) y Paulo Guevara, vocal suplente. Los cuatro hoy dirigentes fueron miembros del XI inicial de Riestra en el encuentro que inauguró su tercer estadio. #Familia.
El equipo de Riestra que tuvo revancha en el 94 y ascendió a la C.
Aquel equipo del 94 pero… 30 años después.
Una cancha donde los sueños no se estacionan
Los récords están para romperse. O para mejorarse. Esta nueva versión de Riestra, la que cambió barro por energizante, va por más. Su última derrota en el Laza fue el 24 de mayo del 2024 cuando todavía era dirigido por Cristian Fabbiani (ahora, Gustavo Benítez tomó la posta). Desde aquel 0-3 ante Rosario Central con el Ogro como DT pasaron 14 victorias y 11 pardas, número muy superior a los 17 juegos sin perder que acumuló en Primera D entre 2010 y 2011 (13-4-0), y entre 2013 y 2014 (12-5-0), contando la D, la C y la Copa Argentina. “No hay antecedentes de algo así. En ninguna categoría”, certificó Portela. Su juventud no le impide ser nostalgioso. Para eso está el gran Santín.
“Recién en 1995, mientras yo era presidente, pudimos levantar dos tribunitas detrás de los arcos. Cuando Stinfale las tiró abajo para hacer las populares casi me pongo a llorar. Fue mucho sacrificio. Pero Víctor hizo la platea, los palcos, agrandó la capacidad, le metió iluminación, habrá oficinas, un gimnasio modelo… Pensá que esta cancha, este campo de juego, llegamos a usarlo de playa de estacionamiento para sacar un mango extra. Cuando el San Lorenzo del Bambino Veira y el Gimnasia de Griguol peleaban el título mano a mano, llegaron desde La Plata cualquier cantidad de combis. Entonces, abrimos el portón y las hicimos estacionar entre la línea de cal y el alambrado…”, grafica Beto su inventiva en el ocaso de su cálida charla con Olé. Y casi que se le pianta un lagrimón. “Un Día de la Madre que jugaba el Ciclón lo festejamos con mi esposa cuidando coches para recaudar unos pesos comiendo choris en la puerta. Lo que ayer era un baldío, hoy es una realidad. Esto es Riestra…”, cerró con los pies sobre la tierra. Debajo, los misterios que Don Laza se llevó...
Así se ve la cabecera donde Sena hizo el primer gol del estadio.
En plena excavación para la construcción de las nuevas populares se encontraron motores, entre otras cosas.
Mirá también
Estilo Riestra: a qué juega uno de los punteros del Clausura
Mirá también
A mitad de camino: Riestra quiere romper un récord que lleva 75 años vigente
Mirá también
El jugador que pasó de la Primera D a amargar a River en el Monumental
Mirá también
El DT de Riestra: cómo estudiaron el déficit de River en las pelotas paradas y las felicitaciones de Gallardo
Mirá también