El definir la estrategia de política exterior como un alineamiento incondicional a una gran potencia puede ser un camino riesgoso e inefectivo para promover los intereses de un país. Particularmente cuando no se puede controlar el accionar de esta potencia, y esta cambia repentinamente de estrategias. El caso del alineamiento del actual gobierno argentino a los EE.UU. es una clara demostración de esto.
La política internacional de los EE.UU. —con quien compartimos los profundos valores de la democracia representativa y la libertad—, viene experimentando cambios significativos, que dejan mal parado al actual gobierno y a su alineamiento sin condiciones.
El primer ejemplo fue el del conflicto en Ucrania. Como Washington, Milei apoyó a Ucrania, condenando la invasión rusa y la violación de la integridad territorial ucraniana, y Zelensky viajó a su toma de mando. Pero luego Trump responsabilizó a Zelensky por la guerra, buscando lograr un proceso de paz con Putin. Ahora Washington ha cambiado su tono, y presiona a Rusia para llegar a un acuerdo pragmático, mientras Europa insiste en la devolución del territorio ocupado. Ante la posición europea, Trump parece deslindarse, razonando que la solución final implica la pérdida del territorio ya ocupado por Rusia, o sea la violación de la integridad territorial.
Otro caso es el dramático cambio de la relación de EE.UU. con India. Por años, India fue vista como un potencial aliado de los EE.UU. contra China. Para Argentina, India se convirtió entonces en un destino alternativo para sus exportaciones, que no debía alienar a EE.UU. Hasta hubo un acercamiento militar que quedó simbolizado con una excursión conjunta de militares argentinos e indios a los Himalayas.
Por otro lado, Argentina condenó rápidamente el ataque terrorista en el Kashmir, por el cual India acusó a Pakistán, y que derivó en un breve enfrentamiento militar. Ante el conflicto armado, el gobierno de EE.UU. se contactó con Nueva Delhi e Islamabad, para que cesara la lucha. Aunque Pakistán —que se defendió militarmente en forma efectiva— reconoció esta mediación, India nunca lo hizo.
Esto no agradó a Trump, que invitó al hombre fuerte de Pakistán —Asim Munir— a un almuerzo en la casa Blanca. A partir de allí, Trump decidió apoyar más a Islamabad, en base también a su posición geoestratégica, y su frontera con Irán. También lo motivó a imponer una tarifa a las exportaciones indias a EE.UU. del 50%, incluyendo un 25% debido a importaciones de petróleo ruso.
Esto forzó a Narendra Modi a repensar su estrategia internacional, y acercarse —de malagana— a China.
Un ejemplo adicional es el manejo de las relaciones con los países árabes y musulmanes. Milei creyó adecuado, dado su alineamiento incondicional, dejar esperando a todos los embajadores árabes y/o musulmanes en un encuentro en Buenos Aires —incluyendo a los de ASEAN como Indonesia y Malasia—, para luego no asistir. Esto levantó quejas formales de la Liga Arabe y la Liga Mundial Islámica.
Por su lado, Trump no tuvo problemas en visitar Arabia Saudita, la UEA, y Qatar durante su actual mandato. A su vez, Milei renunció en los hechos a la solución de los dos estados, por su alineamiento con EE.UU., a pesar del reconocimiento formal de Argentina a Palestina hace 10 años.
Por otro lado, el alineamiento incondicional no ha sido un elemento diferencial en la imposición de nuevas tarifas comerciales de los EE.UU. a varios países sudamericanos. Naciones con gobiernos de diferente orientación ideológica —desde Chile, Colombia y Uruguay por un lado, hasta Paraguay y Ecuador por el otro—, han recibido la idéntica tarifa mínima del 10%. La excepción fue obviamente Brasil. Y Argentina no fue exceptuada de las nuevas tarifas del 50% impuestas a sus exportaciones de acero y aluminio a EE.UU. En cuanto al argumento que el alineamiento es vital para lograr rescates financieros, la falta de vergüenza/dignidad al expresar esto, debería ser reemplazada por una sólida capacidad para entender/manejar la economía real y así evitar el flagelo de nuevos endeudamientos.
Este alineamiento incondicional está en sintonía con un gobierno que no le da real importancia al concepto de independencia, ni al desarrollar relaciones diversificadas para lograr mayores niveles de autonomía y crecimiento.
La diversificación está severamente limitada por esta visión ideológica, y puede tener consecuencias negativas en cuanto a exportaciones. Basta considerar la importancia, por ejemplo, de India, China y los países del ASEAN para nuestras exportaciones agro-ganaderas, o de su enorme potencial para las crecientes exportaciones en materia de energía —GNL—y de minería —litio, cobre y oro—.
La responsabilidad por esta conducta es del gobierno argentino, y no de la potencia en cuestión —EE.UU.—, que estructura su accionar internacional en base a lo que considera sus intereses. Pero estos no siempre están alineados con los argentinos.
En lo profundo, el Gobierno renuncia a la responsabilidad de guiar al país en tiempos internacionales complejos. Es abdicar a pensar por si mismo para maximizar los intereses de los habitantes de la nación, y resignarse a seguir los “cambios de paso” de la potencia en cuestión.
Este alineamiento incondicional debe ser reemplazado por un pragmatismo estratégico, enfocado en los intereses tangibles del país. Este renovado enfoque aumentará a su vez algunos aspectos intangibles pero importantes: el prestigio de la nación y el impacto de su política exterior.
Sobre la firma
Patricio CarmodyBio completa
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO
Tags relacionados