El Orden Global actual se articula a través de un dispositivo de funcionamiento que interrelaciona la geopolítica, la geoeconomía y la geosociología. Así, la rivalidad entre Estados Unidos y China, y la resurgencia de Rusia, han revitalizado el interés por el control del espacio, los recursos y el manejo de las poblaciones.
La geopolítica, que estudia la influencia de los factores geográficos en la política de los Estados, ha regresado con una fuerza renovada. Entre los padres de la disciplina, el geógrafo alemán Friedrich Ratzel desarrolló el concepto de Lebensraum (”espacio vital”): los Estados, como si fueran organismos vivos, necesitan expandirse para sobrevivir, absorbiendo territorios y recursos. Por su parte, el historiador estadounidense Alfred Thayer Mahan (1890), en su obra “La influencia del poder marítimo en la historia”, postuló que el control de los mares y sus rutas comerciales era la clave del poder mundial.
Otros autores clásicos como Halford J. Mackinder (1919), en su obra “Democratic Ideals and Reality” y su “Teoría del Heartland” (Corazón Continental) vuelven a ser estudiados. Del mismo modo, la “Teoría del Rimland” (Anillo Continental) de Nicholas Spykman, en “The Geography of the Peace” (1944), sigue siendo fundamental para entender las estrategias de alianzas.
Todos estos autores clásicos iluminan el nuevo dispositivo global en torno a tres conceptos que hoy son centrales en la política internacional: la guerra, el comercio y las fronteras. A esto se suman los aspectos culturales de la dominación estudiados por Aleksandr Dugin en “Fundamentos de geopolítica” (2000).
Si la geopolítica define las ambiciones de poder territorial, la geoeconomía provee los instrumentos económicos para alcanzarlas, empleando “la lógica del conflicto en la gramática del comercio”. El estratega Edward Luttwak (1990) en su obra fundacional “From Geopolitics to Geo-Economics: Logic of Conflict, Grammar of Commerce”, argumentó que tras la Guerra Fría la rivalidad internacional no desaparecería, sino que se transformaría: la lógica del conflicto persistiría, pero se expresaría a través de herramientas económicas.
Esta predicción se ha materializado plenamente en la rivalidad sistémica entre Estados Unidos y China. Como detallan Robert D. Blackwill y Jennifer M. Harris (2016) en “War by Other Means: Geoeconomics and Statecraft”, el poder ya no se mide solo en términos militares, sino en el control de cadenas de suministro, tecnologías y flujos financieros.
Finalmente, la geosociología, ofrece una lente indispensable para comprender las consecuencias sociales y espaciales de las dinámicas de poder: las estructuras y prácticas sociales son moldeadas por el espacio físico interconectado en la actualidad por la redes de comunicación en su instantaneidad.
Autores como Pierre Bourdieu (1993), en “La misère du monde”, explicaron cómo el “espacio social” —definido por la distribución de capital económico, cultural y social— se traduce directamente en el espacio físico, creando barrios ricos y pobres que son la manifestación de jerarquías sociales. A escala global, las decisiones tomadas en los centros de poder geopolítico y geoeconómico producen jerarquías que concentran riqueza y movilidad en nodos privilegiados, mientras vastas periferias enfrentan exclusión.
La socióloga Saskia Sassen (1991), con su concepto de “ciudad global” desarrollado en “The Global City: New York, London, Tokyo” demostró cómo ciertos centros urbanos se han convertido en nodos estratégicos para la economía mundial. Por su parte, John Urry (2007), con su “paradigma de las movilidades” expuesto en “Mobilities”, nos ayuda a entender que la desigualdad global es también una cuestión de movilidad de personas.
El resultado de esta interrelación de las 3G se estructura en base a una interdependencia hegemónica: un orden global cada vez más interconectado, pero con claras jerarquías de poder en estas tres dimensiones analizadas.
Sobre la firma
Juan Pablo Laporte
Profesor de la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Austral y UNSO. Miembro Consultor del CARI
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