Es un atropello triunfante y apabullante. Es el dominio contaminante de la fuerza brotando desde el miedo, desde la agitación de las masas con demagógicas y vociferantes retóricas. Es una pseudo revolución que no es sino una involución hacia el veneno destilado del odio.
Es la rabia, un puñal ciego contra el pensamiento y contra la duda metódica, contra la disidencia.
Eso es el fascismo.
Pero ahora se trata del narco fascismo.
Es el robo y la corrupción usando el inmenso negocio de la narcosis masiva. Un explosivo tanque de guerra, una cruel artillería, la dinamita de la prepotencia.
Venezuela es narco fascismo. Bolivia con Evo Morales e infiltrada de iraníes fue narco fascismo. Evo permanece aunque perdidoso en las elecciones en su inexpugnable fortaleza cocalera del Chapare. El Ecuador de Rafael Correa fue narco fascismo. No se terminó el narcotráfico. Cuba es el viejo totalitarismo, y el renovado narco fascismo, una hidra. Nicaragua fue fascismo de izquierda y es narco fascismo.
Y sus socios son narco fascistas.
En la Argentina esos socios ocuparon los más altos andamios del poder, tejiendo su telaraña devoradora.
El narco fascismo se disemina por provincias enteras, autocráticas, feudales, como una mancha de lodo negro, una ciénaga. El narco fascismo infiltra la política, sobornando, financiando y accediendo a gobernaciones, intendencias y sitiales parlamentarios. Supimos, sabemos, que hay candidatos y legisladores pagados por el narco, marionetas con hilos invisibles.
No es ahora el antiguo fascismo mussoliniano el de estas latitudes. Cambió la piel, pero mantiene la violencia. Es narco fascismo; líderes bocones sí, pero detrás de ellos el negocio ofídico que inocula el caos enmascarado de un orden obediente. Se capilariza fragmentando territorios. Okupas, enseñeorados dueños de alcázares armados. Señores feudales que se eternizan y persiguen con manoplas en las manos y garrotes a los opositores como ocurrió ésta semana en Formosa.
El narco fascismo no se vale de ejércitos rectilineamente marchantes, sino de aviones furtivos, aves de rapiña que perforan fronteras abiertas.
El narco fascismo sigue aquí sostenido por socios y accionistas locales.
Negocios narco.
Narco negocios.
El narco fascismo ataca provincias de tierras desérticas desde hace por lo menos tres décadas, sus pistas de aterrizaje en la nada, donde aterrizan esas naves sigilosas y cotidianas atestadas de cocaína.
La plaga narco fascista se convierte en «micro» narco fascismo asesino como el del Pequeño J, y sus jefes y sus subordinados torturadores y descuartizadores. El narco fascismo se convierte así en anarco fascismo, el nuevo reino de ese mundo oscuro; la desaparición de la ley, el desprecio absoluto al derecho, la preferencia elegida por la más violenta de las marginalidades. Y es macro narco fascismo tomando territorio herido y sojuzgados por caudillos, que son votados, elegidos. Porque el narco fascismo es a veces ungido por los rehenes mismos del Estado, con la cabeza intrusada por el veneno de la esclavitud alimentada por eras de dependencia de los caciques de turno. Explotadores, represores, perseguidores y monarcas sin corona o coronados con las hojas verdes que incuba la droga que será blanca muerte.
Venezuela, asociada a las FARC colombianas, con Maduro rentista de las ganancias del Cartel de los Soles. El tirano construyó su poder con el oro negro de la cocaína que él y sus califas pro iraníes usufructúan llenando cárceles y comprando voluntades políticas en media América Latina. Pareciera cercano su ocaso. Sin embargo, el narco fascismo continúa tras la caída de las autocracias, una maleza que nos enreda.
En Paraguay, a pesar de la presidencia del liberal Santiago Peña todo cambia y nada cambia. El narco fascismo ocupa espacios enteros, estados dentro del Estado, fortalezas inexpugnables. En Bolivia, Evo Morales, perdido y ahora refutado por la mayoría, mantiene el reino narco en El Chapare, su inexpugnable feudo cocalero. En Brasil no ceden poder ni el Primeiro Comando de la Capital ni el Comando Vermelho, tentáculos abrasadores del crimen organizado a gran escala.
Y en la Argentina siguen operando los narcos que negocian con Bolivia, con los nuevos colonizados narco del Paraguay, y con el ominoso cartel de Sinaloa, cuyo aliento se siente más cerca de lo que imaginamos.
Hay que investigar mucho en Formosa, en Santiago del Estero, en Río Negro… En los puertos marítimos diversos del litoral Argentino. De Rosario el narco parece haber migrado en parte al conurbano, como una metástasis que migra de un órgano vital a otro.
Órgano vital, mortal, fatal.
El narco fascismo es fractal.
Se fragmenta y parasita espacios diversos y dispersos.
Desintegra.
Porque el narco fascismo opera aboliendo la convivencia, para que prevalezcan las armas, la toxicidad y las catacumbas de los laboratorios de las drogas, tanto las caras como las baratas. Basuras como el paco que tantas cabezas atraviesan de ponzoña destructiva.
El narco fascismo, el nuevo fascismo no se ampara en ideologías. Es un espectro aplastador con traje diferente y sin cosmovisiones que lo justifiquen.
No hacen falta.
La descerebración se extiende por las toscas manazas de las hordas más o menos encubiertas de nuevos matones, que se celebran a sí mismos armados y burdamente cumbieros.
Es el nuevo fascismo que mata parcialmente emboscado y sobornando a cuatro manos. Rompe a la democracia, su designado cristal a quebrar. Que no se rompe, si se elige a conciencia, contra los matones y los mentirosos, contra los socios de los sátrapas de jeringas ardientes para clavar las nuevas venas abiertas de América Latina, inyectadas de muerte en la sangre, invadida de dentelladas siseantes, acanaladas y asesinas.
Silente como una serpiente, la droga; Abaddón el Exterminador, ataca.
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Miguel Wiñazki
Secretario de Redacción. [email protected]
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