Ahí vienen dos cadáveres. Se acercan en la caja de una camioneta negra, gigante, que acelera trepando por la rúa José Rucas hasta el corazón de un entramado de doce favelas juntas que todos llaman, para unificar, Complejo Penha. En portugués, Pluma. Depende el tránsito, estamos a poco más de media hora hacia el norte, por un empalme de autopistas con nombres de colores (Vermelha y Amarelha), del centro de Rio de Janeiro.
La camioneta viene precedida por una docena de motocicletas de todo tipo y tamaño, que llevan hasta tres personas cada una. La espera un furgón anaranjado de Defensa Civil que dice, en blanco sobre negro: “Recolhimento de cadáveres”. El furgón tiene la caja cubierta y dividida en compartimentos como nichos. Entran cuatro ataúdes.
Detrás de la caja, en el piso, hay dos bolsas de plástico gris con cierre relámpago. La camioneta hace un giro repentino en la bocacalle y se acerca de culata. Entonces la centena de personas que abrían dos hileras respetuosas a uno y otro lado, esperando por los cuerpos, se apretuja más y más.
Los cadáveres son bajados de las manos y los pies. Por el modo, desde lejos puede parecer que están bajando un animal de caza.
El trabajo inicial lo hacen un muchacho en medias y una chica en equipo de gimnasia, sin mucho cuidado, porque hay que depositarlos en el piso antes de que dos mujeres y una nena se tiren sobre el primero, rotas en llanto.
Unos hombres gritan “¡No fotos! ¡No fotos!” y se desesperan ante la desobediencia natural de los fotógrafos y camarógrafos de una docena de medios brasileños y extranjeros que llegan a tiempo para registrar la escena.
Uno de los cuerpos, en la caja de una camioneta. Foto Juano Tesone
El primer cadáver es de un hombre joven. El segundo, de alguien un poco mayor. Tienen restos de pasto y tierra en la ropa y uno, el primero, parece maniatado. Llevan los pantalones bajos y las chaquetas recogidas pero, mirando bien, se ve que ambos visten ropa de combate. Verde y caqui. De camuflaje.
Ambos murieron a los tiros con la policía durante la madrugada del martes, en un operativo de 2.500 agentes coordinado durante dos meses para buscar a los jefes de la organización narcocriminal Comando Vermelho. Entonces se informó que hubo unos 30 detenidos y 64 muertos, cuatro de ellos policías que fueron atacados con una granada desde un dron.
Pero el miércoles amaneció con, por lo menos, 70 muertos más. Estos dos cadáveres son de esa segunda parte del hallazgo. Los encontraron acribillados en un bosque en la cima del morro que está aquí al lado y al que todos llaman, atención, Sierra de la Misericordia.
El combate de la Sierra de la Misericordia es lo que explicaría la nueva tanda de cadáveres que la Policía no informó el primer día del operativo, y que sus propias familias fueron bajando de la cima hasta depositarlos, uno tras otro, en la calle Rucas.
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Pedro Strozenberg, director de la ONG Viva Río, recogió testimonios de los vecinos que elevó a las autoridades de la ciudad, y le contó al enviado de Clarín que, según esos relatos, los hechos habrían sido así: cuando la Policía empezó a subir el cerro del lado del complejo Penha, cientos de “combatientes” del Comando Vermelho corrieron hacia la cima para bajar del otro lado de la sierra, hacia el corazón del Complejo Alemao, justo cuando la Policía subía desde el otro lado. Así, habrían quedado entre el fuego cruzado.
La Policía asegura que quienes luego aparecieron muertos en el bosque estaban armados y sus familias dicen que no.
Los voluntarios de ONGs que trabajan en la zona, miembros de Defensa Civil y abogados de la Defensoría Pública que llegaron al lugar de los hechos entrada la tarde para asesorar a las familias coincidían en una versión intermedia: “Algunos estaban armados, y otros no”.
“Era un combate y era imposible de discernir. En un momento, la pelea fue prácticamente cuerpo a cuerpo”, dijo uno de los hombres de Defensa Civil, y confirmó “extraoficialmente, porque no estoy autorizado a hablar”, que alguno de los cuerpos tenían heridas de arma blanca.
¿Qué pasó en la Sierra de la Misericordia?
Al horror de la matanza más grande en la historia de la ciudad en este tipo de operativos se sumaron escenas aún más complicadas, si eso fuera posible: dos cadáveres decapitados y otros maniatados.
Llevará meses desentrañar la verdad rigurosa de los hechos, caso por caso, muerto por muerto.
La víctima número uno, ¿tenía cuántos balazos y dónde? ¿De frente? ¿Por la espalda? ¿Estaba armado o no? ¿Se enfrentó con la Policía o sólo huía? ¿Era parte de la organización narco o no?
Y así, uno por uno, hasta la víctima 132, si es que el número se frena en esa cifra aún dudosa.
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La investigación por el caso ya se abrió, en medio de una pugna histórica entre el gobernador de Rio de Janeiro, Claudio Castro -un aliado histórico del ex presidente Bolsonaro- y el presidente Lula.
En Río dicen que el gobierno federal les ha dado la espalda para luchar contra el narco y en Brasilia lo niegan.
En una vereda de ese hueco de asfalto semicircular que los vecinos de las favelas Penha llaman “Plaza San Lucas” -y sólo es la confluencia irregular de cinco esquinas-, una vecina que dice llamarse Claudia le dice al enviado de Clarín, con toda naturalidad: “Todos están mintiendo, porque el CV (Comando Vermelho) no es lo que dice el gobierno. Son chicos que nos ayudan. Mis hijos no hubiesen tenido comida ni hubiesen aprendido a leer y a escribir sino hubiese sido por el CV… Yo hace 50 años que vivo aquí y nadie me va a decir lo que he vivido. Ellos siempre estuvieron y los políticos no…”.
Se suma un hombre que quizá tiene menos años de los que parece. “Yo le voy a decir algo. Los políticos son corruptos y el Comando Vermelho también. Pero los políticos nunca nos ayudaron, ¿me entiende?”.
La gente bajó los cuerpos desde el morro.
Foto Juano Tesone
El hombre dice que no va a dar su nombre para que después lo busque la Policía. Y Claudia no quiere fotos ni que su testimonio sea grabado. Antes de irse, dice que lo que dijo lo hizo porque “você é um jornalista estrangeiro”.
Aquí no se oye la palabra “narcos” sino la expresión “chicos que trafican”.
En uno de los flancos de la calle donde se depositaron los cadáveres hay una verdulería en la vereda que separaba los cajones de fruta de los cuerpos por una lona. Sigue abierta. Diez reales el ananá. Abacaxi, dice una pizarra.
Enfrente hay una hamburguesería con dos mesas de pool y un metegol en la vereda que están tapadas con tablas.
No hay policías. Ni uno. El clima es tenso y sólo se permiten asociaciones civiles, las ONGs que suelen trabajar en las favelas, una iglesia evangelista que instala carpas blancas para tomar la presión gratis y, con más recelo y resignación, los periodistas.
Pero policías no. Los patrulleros más cercanos están a ocho cuadras. Nadie sabe qué podría pasar si ahora mismo se les ocurre venir para acá. Para la Plaza San Lucas que no es plaza.
En las lozas de los techos de las casas que amagan con crecer hacia arriba en obras que llevan años hay vecinos con reposeras que estuvieron viendo cada escena desde la mañana, asomándose entre las madejas imposibles de cables negros, comentando entre ellos si estaría allí el hijo de tal o el sobrino de cual.
Ahora están mirando cómo un gran camión pasa tirando desinfectante en espuma blanca sobre la calle de los cadáveres. Cuatro hombres con mamelucos de la Municipalidad van detrás, arrastrando el líquido con secadores hacia los costados.
Una mujer embarazada se asoma desde la ventana arriba del mercadito “O bom preco” con una nena en brazos que ha visto la ceremonia de los cadáveres.
El cronista no percibió, desde cierta distancia, ningún gesto de la madre ni de la niña que no haya lucido natural. Ambas miraban como quienes miran ahora ver pasar aquel perro flaco que dobló a la esquina.
Hay otros chicos en las filas que esperaban la camioneta negra. De 6, 8, 10 años.
Antes de la llegada de los cadáveres, habían estado jugando en la barricada que forman algunas gomas de autos quemadas y dos coches incendiados en una bocacalle, para impedir el paso de la policía.
En uno de ellos se lee sobre el lado del acompañante, en grafiti rojo -vermelho-, la frase “Organize seu odio”.
Organiza tu odio.
Sobre la firma
Héctor Gambini
Secretario de Redacción. Editor Jefe. [email protected]
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