CÓRDOBA.— Sesenta años se cumplen el próximo 3 de noviembre desde que el TC-48 de la Fuerza Aérea Argentina desapareció en el aire de Costa Rica en 1965. Iban 68 personas a bordo, de las que 59 eran cadetes de la Escuela de Aviación Militar de Córdoba. Nunca se encontraron restos y las últimas búsquedas datan de unos años atrás. Hay familiares de los desaparecidos —con relevos generacionales, porque la mayoría de las esposas y madres murieron— que siguen tratando de encontrar una respuesta, incluso una denuncia en la Justicia para desentrañar la “verdad histórica”.

Ese día, en la Legislatura de Córdoba habrá un “acto de reconocimiento y reparación histórica en honor a las 68 víctimas” impulsado por la legisladora Nancy Almada, sobrina de “el Gato” Almada, quien iba en el TC48. “Es el abrazo después de seis décadas. Es el reconocimiento a su incansable batalla contra el silencio”, dicen las invitaciones cursadas. Los familiares destacan que ahora tendrán “una placa” a donde ir a recordar a las víctimas.
El avión del viaje final de instrucción de la Escuela de Aviación Militar despegó para el que sería su último viaje desde Córdoba, después de haber estado en Mendoza, donde el entonces presidente Humberto Illia despidiera a los tripulantes.
Volaron un avión Douglas DC-4 (T-43) y un C-54 (TC-48), el que iba a desaparecer poco después de su partida desde la base Howard en Panamá. Antes habían hecho escala en Antofagasta (Chile); en Lima (Perú, donde subieron dos cadetes peruanos, uno en cada avión) y en Guayaquil (Ecuador). El miércoles 3 de noviembre debían cubrir el tramo Panamá-El Salvador. Era un día de lluvia.
En las últimas comunicaciones que el piloto mantuvo con las torres de control de los aeropuertos de Tegucigalpa (Honduras) y de San Salvador (El Salvador) el piloto alertó que el motor 3 se estaba incendiando y que el 4 se había parado. Le notificaron al T43, que iba adelante y que siguió. Ese día, por la noche, notificaron a Córdoba que se había perdido contacto con el TC 48 y que habría caído al mar.

Los familiares de las víctimas y quienes han investigado el tema como Guillermo Alonso, comodoro (RE) de la Fuerza Aérea y autor del libro TC-48: El viaje final de los cadetes, no solo tienen el dolor por las pérdidas sino por el “maltrato” que sienten haber recibido por las autoridades argentinas desde entonces. Coinciden ante LA NACION en que los “engañaron” e intentaron que “desistieran” de la búsqueda.
“Nos dijeron que cayeron al mar y se los comieron los tiburones —repite Regina Zurro, hija del comandante Mario Nello Zurro—. Una barbarie tocar la puerta y decir eso, tratar de convencernos para que nos resignemos”.
Es ella quien presentó una denuncia en 2022 ante fiscales federales de Córdoba para la “búsqueda de la verdad histórica”. Cuenta que le sugirieron dar ese paso. Hizo eso y también le escribió una carta al presidente Javier Milei para que “se interiorice de la historia y haga un homenaje”.

Las pruebas que les mencionaron para decirles que el avión se precipitó al mar Caribe fueron chalecos salvavidas verdes, camisas, la cédula del cadete Oscar Vuistaz y restos de la cobertura interna del fuselaje. Los padres de Vuistaz, en agosto de 1966, recibieron una carta anónima que señala que el documento, junto a US$100 y unos gemelos, los llevaba un tripulante del T43, amigo del joven. Él los entregó a las autoridades. “Fueron engañados”, les advirtieron.
El 7 de noviembre, a días de la tragedia, la familia Zurro recibió una carta despachada desde Lima. «A los cadetes les hacen poner chalecos salvavidas naranjados (SIC)”, describe. Además de la diferencia de color, los peritajes indicaron que había restos de agua dulce y el sello de Prefectura Marítima. Los familiares nunca vieron el fuselaje mencionado por la Fuerza Aérea. Los testimonios de pueblos aborígenes de la selva apuntaban a un avión volando a baja altura, que creen que cayó en tierra.
¿Premonición?
“Mirá, mamá TC48, Todos Caeremos Muertos. El 48 es el número de la muerte”. La frase se la dijo el cadete Enrique Miguel Páez a su madre al pie del avión en Mendoza. La tiene grabada en su memoria Inés, su hermana que entonces tenía 17 años y que le asegura a este diario que es la primera vez que habla de él en pasado. “Son 60 años y siempre pensaba que vivía en otro país, que iba a regresar”, menciona.

No solo recuerda la frase de su hermano, sino que “otros cadetes que se acercaban a saludar, también la decían. Debían saber que no estaba en condiciones, que iba sobrecargado. No podíamos creer lo que escuchábamos. No sé si seguirán buscando, pero es un hecho que no se va a olvidar nunca. Duele también que el director de la Escuela de aquellos años involucrara a los cadetes del otro avión obligándolos a no hablar”. Tanto ella de 77, como su hermano Carlos, de 80 años, escucharon en la medianoche el grito de su madre cuando le dieron la noticia.
“Mi papá era periodista, había querido confirmar bien. Fue muy triste, muy fuerte. Cuando al cuarto día los declararon muertos todos los familiares nos unimos en un abrazo inmenso, fue como prometer ‘no va a quedar así’”, añade Inés Páez.
Tres meses tenía Carla Fonseca, hija del comodoro José Abelardo Fonseca. “Soy como la lápida viviente del accidente —grafica—. Mi mamá era italiana, radicada en Uruguay, y los meses de la muerte se queda sin vivienda, nos sacan del barrio. Regresó a Uruguay con sus tres hijos y yo pasé parte de mi infancia creyendo que una tormenta me iba a traer a mi papá, que a lo mejor me había abandonado, que tenía otra familia”.

Actriz, tiene en cartel todos los sábados de este mes el unipersonal autobiográfico, “Hijas del viento”. Comenta que es el resultado de” un proceso de creación e investigación de campo” en el país y en Costa Rica, a donde habría caído.
“Es también un regalo para las familias encabezadas por las valientes ‘locas del TC-48’ que nunca dejaron de buscar. A los 11 años empecé a tomar más consciencia, encontraba en los cajones de la cómoda de mi mamá los recortes, los diarios. Mi familia me quería preservar porque era la más chica. En el verano del 2015, cuando se hundió el ARA San Juan, viajamos a Costa Rica, fuimos a Talamanca, a la selva. Hablamos con los aborígenes, buscamos cómo hacer para sanar esto”.

Carlos Becerra, hermano del cadete Héctor María Becerra de 22 años, tenía 19 años cuando fue el accidente y caratula ese momento como “una bisagra” en la vida de la familia, mientras que en lo personal lo “partió a la mitad”. Otro hermano, Ricardo Becerra, es el autor del libro TC48 El avión de los cadetes. La razón de una esperanza. Recuerda que “en las primeras 24 horas todo empezó a ser sospechoso”. Cuando se planificó el viaje, sus padres creían que había “falta de previsión” y cuando despidieron a Héctor en la Escuela de Aviación, su mamá dijo “si de mí dependiese no saldría en ese avión”.
“Confirmado el accidente, ella insistía en que le estaban mitiendo —añade—. No había precisiones, había contradicciones, evadían respuestas. Mi hermano escribió su libro en la selva, estuvo tres meses en Costa Rica y Panamá. Junto a Orlando Bravino, padre de dos cadetes, fueron los que dieron con el primer testimonio de que el avión había ingresado al territorio costarricense y que había ido hacia la cordillera de Talamanca”.
Cecilia Viberti, hija de Esteban Viberti, el segundo piloto del TC 48, decidió que empezará a tomar distancia de la búsqueda. “Son 60 años, es una despedida necesaria —cuenta—. He buscado activamente, como me lo había prometido desde niña. Hubo momentos en que ni Dios nos ayudó, estábamos por subir a un cerro y comenzaba una tormenta terrible”.

En el 2002 participó en la primera búsqueda en la selva y en el 2015 viajó de nuevo; en esa excursión estuvo también Pepe Tobal y se hizo la película La última búsqueda. Relata que en el 2021 murió el geólogo Wilfredo Rojas Quesada de Costa Rica (donde esta historia es leyenda), quien fue alumno de la maestra de Coroma que dijo haber visto pasar el avión. “Siempre, por pasión, él buscó. Nos ayudó, hacía sus recorridos. A los meses murió mi mamá, después tuve un problema de salud. Tomé la posta que dejaron otros, sobre las huellas que dejaron construí nuevas pistas. Nunca conseguimos una sola prueba, nunca pudimos pagar US$3000 para alquilar un helicóptero. Fue una búsqueda entre familiares unidos contra una institución poderosa. La desaparición duele cada día. La verdad duele una sola vez, la mentira duele cada día”.
Problemas documentados
“Entrevisté a familiares, a compañeros de promoción de los cadetes —repasa Alonso—. Apelar solo al testimonio es imperfecto para relatar la historia, así que trabajé con documentación oficial, con materiales periodísticos. Los pedidos de los familiares fueron ignorados al comienzo; al año ya se pasó a una hostilidad, a buscar que no continuaran con su investigación. Todo eso provoca indignación”.
Estaba como jefe de la Unidad de Rescate de la Fuerza Aérea cuando, en 2008, le pidieron mandar dos hombres a la selva centroamericana para sumarlos a una búsqueda del TC48. Si bien sabía del accidente, no tenía detalles; cuando se retiró en 2019 empezó su investigación.
Está convencido de que la historia está incompleta, sepultada por la propia historia argentina. “Estaba en juego hasta el prestigio institucional y eso jugó en contra de asumir las responsabilidades. Está documentado que el avión no estaba en condiciones de hacer ese viaje; la búsqueda no fue completa y, después, pasamos al ocultamiento de la verdad”.
Los dos aviones, fabricados en 1939, llegaron a la Argentina a inicios de 1964 y el fabricante recomendó reemplazar piezas para solucionar una falla de origen en la cañería por donde iba el combustible a los motores. Esas tareas se realizaron. La escala técnica en Antofagasta (Chile) demoró dos horas más de lo previsto porque al TC48 le repararon los dos motores en el ala derecha.
Los familiares recuerdan que en la Fuerza Aérea les avisaron que la búsqueda del avión desaparecido el 3 de noviembre por la mañana comenzó el 4 porque había tormentas en América Central. Se dio por terminada el 7. Las familias se organizaron y dos años después viajaron a Costa Rica a hacer una investigación por su cuenta.
En su libro Alonso da cuenta de que entre 1968 y 1971, por orden del comandante de la Fuerza Aérea, Jorge Martínez Zuviría se siguió trabajando en reserva; en 1970 los tres encargados fueron a Panamá. Un documento de entonces dice que el TC48 habría desaparecido en territorio panameño y que habría existido la posibilidad de sobrevida de la tripulación.

Aunque las familias nunca dejaron de reclamar, recién en 2008 el Operativo Esperanza de la Fuerza Aérea buscó por tierra. Se inició a partir de una denuncia de Zurro a la que se sumó Viberti en una fiscalía federal de Córdoba y se repitió en 2009, 2010, 2012 y 2013. A finales de 2015 comenzó el Proyecto TC48, impulsado por el empresario Mariano Torres García con expediciones concentradas en el mar (se hizo una por año hasta 2018 incluido).
Familiares e investigadores se verán el lunes 3 en Córdoba, en un homenaje muy esperado. “Nunca en estos 60 años la Fuerza Aérea o la Escuela de Aviación Militar hicieron nada importante, solo algún grupo de cadetes sin uniformes de gala desfilando. Ni siquiera está como efeméride este día”, comenta Zurro.





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